Antonio Tardelli

“¡Mienten!”, protestan los oficialistas.

“No pierden la pulsión de mentir”, afirma el responsable de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), Martín Sabatella, para referirse a las empresas informativas del Grupo Clarín.

“¡Mienten!”, se indignan los opositores.

Manipulan el presupuesto, alteran las estadísticas, ocultan información, adulteran la realidad y construyen un relato delirante, alegan los antikirchneristas.

La política es, o debería ser, la negación de la guerra.

No es cierto lo que planteaba Von Clausewitz, para quien la guerra era la continuación de la política por otros medios.

No son –no debieran ser– la misma cosa.

Identificar sin más, sencillamente, la confrontación política con la dialéctica amigo-enemigo es propio de la usina discursiva autoritaria.

Pero han transformado la política en guerra, lo que significa que la política ha devenido en su negación.

Lo intrínsecamente malo acarrea, además, efectos prácticos deplorables.

Si la política es guerra, y se sabe por un lugar común construido desde la evidencia que la primera víctima de una guerra es la verdad, la verdad o algo parecido a lo verdad –entendida como una razonable correspondencia entre los juicios y los sucesos en discusión– será si no la primera tal vez la más visible de las víctimas de la política belicosa de este tiempo.

“Mienten”, gritan unos.

“Mienten”, exclaman los otros.

Los unos y los otros se acusan de escamotear la verdad.

(Más información en la nota completa en la edición 996 de ANALISIS del 14 de noviembre de 2013)