Antonio Tardelli
Nada detiene al tiempo cronológico y nada detiene al tiempo político. Para la lógica de quien gobierna, de quien ejerce el poder, el tiempo político presenta además una desventaja: es susceptible de ser alterado.
Pueden adelantarse las agujas de un reloj, mas tal cosa no modificará la hora real. Pueden acelerarse los tiempos políticos y eso solo ya supone, sí, un cambio en la realidad.
Para quienes mandan, ello constituye un problema: el poder, por más sólido que se exhiba, se desvanece de modo inexorable. La única posibilidad de que el transcurso del tiempo, del político y del cronológico, no sea una mala noticia es que quien ejerce el poder se lance a una carrera para multiplicarlo.
En eso anda el gobernador Sergio Urribarri, jugando con optimismo genuino una chance de proyección nacional compleja pero no imposible.
La expectativa de poder adicional que el primer mandatario genera es funcional a su necesidad de disciplinar en la provincia al espacio oficialista.
Pero en cualquier caso la realidad se empeña en recordarle al gobernante que el tiempo transcurre. Dos elementos, uno inevitable y otro más circunstancial, le gritan al oficialismo que su mandato comienza a languidecer.
Más información en la edición gráfica número 999 del jueves 20 de marzo de 2014 de ANALISIS)