Hugo Remedi
Ya despierto del frustrado sueño entrerriano y si cumple con su palabra –venía anunciando en forma reiterada que no intentará volver a ocupar el sillón de Urquiza-, al actual gobernador de Entre Ríos y electo diputado provincial por el Frente para la Victoria, Sergio Daniel Urribarri, políticamente le queda jugar en las grandes ligas o la nada.
Las elecciones del 25 de octubre pusieron un manto de realidad a una supremacía del urribarrismo que en su momento pareció inescrutable e indiscutible. Sin embargo, a partir de los datos conocidos y sobre todo de lo que pasó a nivel nacional, donde el oficialismo apostó fuerte a ganar en primera vuelta viajando a velocidad crucero y tomando sol sin broncearse, se cayeron un montón de supuestos líderes partidarios indiscutidos. Uno de ellos fue, precisamente, Urribarri.
El resultado del próximo domingo será fundamental para el oficialismo. Primero, y lo principal, ganar para continuar en el poder y de ese modo, como consecuencia inmediata, habilitar al gobernador de la provincia a ocupar el lugar que le ofertó Scioli en la Nación, que empezó siendo el Ministerio del Interior y Transporte, pero que luego del 25 de octubre mutó por un cargo no definido.
La derrota, o bien la victoria a lo Pirro, caló demasiado hondo en la infantería oficialista, sobre todo cuando se dieron cuenta de que el viento de cola había cambiado de rumbo sin haberse percatado a tiempo.
Urribarri, hasta aquí, era el hombre fuerte del kirchnerismo entrerriano, convencido incluso de que su buenaventura regional tenía acaso proyección a nivel nacional. Se tiró a ser candidato a presidente y en ese juego del gato y el ratón vapuleó a Daniel Scioli sin compasión, mientras hoy -por aquellas vueltas que ofrece la vida a diario- lo trata de “estadista”.
El kircherismo regional sumó en este trayecto una serie mayúscula de errores estratégicos desde el punto de vista de la campaña electoral. Todos confiaban, en voz bien alta, en que con el Pato se ganaba cómodo de punta a punta. Perdieron algo básico de lo que indica el manual político: la percepción -algo típico- de la idiosincrasia peronista.
La mayoría pensó que la fiesta era interminable, creyéndose el vaticinio del 54% que el gobernador aseguraba sumaría el 25 de octubre. Cuando chocaron de frente con la realidad, muchos se dieron cuenta de que algo había pasado, que no tenían la gente, ergo, se despertaron del sueño y salieron a intentar mejorar la jornada: parece tarde.
(Más información en la edición gráfica número 1033 de ANALISIS del jueves 19 de noviembre de 2015)