Pablo Russo
Unas veinte personas se reúnen alrededor de un largo tablón en una antigua casona, en Carbó 171, una noche de fines de noviembre. Fueron llegando de a poco, reconociéndose y saludándose entre ellos. Algunos cenan en silencio el guiso servido por el cenador Manolo, que ese día instaló una gran olla en una esquina del viejo salón. Otros se distraen con la televisión colgada de un rincón, y también están aquellos que intercambian comentarios, anécdotas y sensaciones. Allí funciona Casa Solidaria, en la que un grupo de diez personas ofrece contención psicosocial a los hombres y mujeres que atraviesan una situación de calle.
Cuando la oscuridad de la noche desplaza las últimas luces del día, comienzan a arrimarse a la ex Casa Suiza quienes no tienen un hogar al cual regresar luego de una extenuante jornada, que se vuelve infinita cuando no hay dónde parar. Las escaleras iluminadas rumbo al primer piso no son únicamente el camino hacia un plato de comida caliente bajo un techo, la posibilidad de una ducha o un cambio de ropas; sino que representan también una suerte de portal hacia un espacio de encuentro con los demás, gente en la misma situación y aquellos que tienden una mano compañera, que prestan oídos y orientación psicológica o legal.
Julián Jarupkin, al frente de esta organización no gubernamental desde su inicio, hace seis años, argumenta sobre la necesidad de trabajar en red con las demás organizaciones sociales de la ciudad para abordar esta problemática social, que es específica de un sistema –el capitalista, por si alguien tiene alguna duda-, capaz de equiparar al ser humano con un recurso o una mercancía
(Más información en la edición 1034 de la revista ANÁLISIS)
