Daniel Enz
No hay una o dos víctimas. Los abusados por el cura Juan Diego Escobar Gaviria, son varios y de diferentes generaciones. Quizás más de lo pensado, porque prácticamente desde que llegó a Lucas González -hace ya once años-, el sacerdote sanador colombiano no ha dejado de cometer abusos a niños y adolescentes. Eso fue lo que pudo confirmar ANÁLISIS en los últimos días, tras una recorrida por diferentes lugares, hablando con familiares directos y hasta con algunas víctimas que en la actualidad tienen más de 18 años. La pregunta que todos ellos se hacen, por estas horas, es ¿cuáles son las garantías que tienen para avanzar contra un cura abusador, perverso, de doble vida, manipulador, avalado por el arzobispo Juan Puíggari y que se mueve con notable impunidad? Más aún en un pueblo chico, dividido, donde cada uno sabe quién es quién y donde la Iglesia tiene tanto o más poder que las autoridades elegidas por el voto popular. Esa es la triste realidad que no pudieron ver en la justicia de Gualeguaychú, a la hora de decidir su arresto domiciliario en la casa religiosa de Oro Verde, desde donde el cura sigue manipulando personas a gusto y placer, ya sea por las redes sociales o su teléfono celular.
Y no solamente observan perplejos los movimientos de los seguidores y fanáticos del ex párroco en Lucas González, a los que, está visto, poco les importa los abusos a niños o adolescentes, sino también la conducción de la Iglesia. No cayó bien el gesto del arzobispo Puíggari, de concurrir a verlo a la cárcel de Victoria al cura abusador, pese a que no desconoce la realidad del colombiano. “Sería lo mismo que el gobernador Gustavo Bordet fuera a verlo al ex funcionario Hugo Righelato a la Unidad Penal de Paraná”, se reflexionó. La diferencia es que la denuncia contra el sacerdote es más grave. Pero Puíggari no tuvo cuidado. “Vaya a saber cuánto incidió, en su presencia en la cárcel, la presión que pudo haber ejercido el Padre Ignacio, jefe espiritual de Escobar Gaviria y ahora allegado también al arzobispo”, se acotó.
Pareciera que la orden es “salvarlo” al cura abusador, sin importar las víctimas ni el número de abusados. Un relevamiento de ANALISIS en la zona pudo lograr una aproximación a esa dura realidad que no quieren ver las autoridades clericales, tal como sucedió con Justo Ilarraz o Marcelino Moya. Una de esas víctimas del cura colombiano, que hoy tiene 18 años, nunca se animó a denunciarlo, pero sabe también que quizás éste es el momento. Tenía miedo, vergüenza. Le contó a su madre y juntos decidieron no hacerlo porque sabían que lo iban a juzgar, tachar de loco e incluso de hereje. "Mi hijo no estaba pasando por un buen momento, tenía problemas de adicciones, y para ayudarlo lo llevamos a profesionales. Y mi mamá, como era una gran seguidora del padre Juan Diego, insistió a que llevemos a mi hijo a la Parroquia para que charle con él", relató la madre del joven, que por esos días tenía 14 años, y agregó: "Así que un miércoles fue a la misa de bendición y después fue a la casa del cura a hablar y fue allí cuando Escobar Gaviria se propasó". Según su relato -que iba a quedar plasmado ante la Fiscalía por estas horas, tras una gestión de esta revista-, el cura colombiano lo hizo pasar a su habitación y sentarse en la cama, en la Primavera de 2013. “El cura se sentó a su lado y ahí le empezó a tocar el pelo, a decirle que se tranquilice, que lo comprendía. Luego bajó la mano hacía el pecho, hasta que metió su mano en la entrepierna y le quiso tocar sus partes íntimas", acotó. El adolescente reaccionó, lo empujó al cura y se fue de la Parroquia.
(Más información en la edición gráfica número 1050 de la revista ANALISIS del jueves 10 de noviembre de 2016)
