Por Camila Fernández
Creo que lo más envidiable del trabajo de un periodista cultural son las personas y proyectos que conoce a través de las historias. No son muchas las veces que esta cronista ha escuchado hablar con tanta pasión a alguien, y no porque todos y cada uno de sus entrevistados no sientan ese amor inefable por lo que hacen y que logran transmitir en su obra, sino porque es inexplicable cómo algunos, de forma acabada, te hacen sentir lo que los conmueve como si se tratara de una experiencia que ya conocías de toda la vida. Como un motor interior que ruje o duerme, que te traslada a lugares impensados cambiando de estado, de la euforia al miedo, la alegría o melancolía. Así transcurre esta nota conversando con los hermanos Nicolás y Martín, creadores de Tierra Bomba junto a un grupo de gente que después de dos años de éxito abandonarán la antigua casona de calle Urquiza sin saber cuál será el destino del proyecto.
Tierra Bomba es una isla colombiana que se encuentra en el mar Caribe, al sur de la ciudad de Cartagena de Indias y al norte de la península de Barú. Los habitantes de este paraíso tropical no llegan a 10.000 y si bien es uno de los principales atractivos turísticos, viven en medio de la pobreza extrema. Estado, capitales privados y nativos se han visto envueltos históricamente en pleitos judiciales reclamando por la propiedad de la tierra donde los lugareños son cada vez más desplazados por los lujosos hoteles.
Sin embargo, la población mantiene sus costumbres y forma de vida casi como sobreviviendo los días, defendiendo sus orígenes y diferenciándose de los valores del capital privado y extranjero que invierte en el turismo. Bella tierra de pescadores, donde ganarse la vida depende del entramado colaborativo de la población, de la solidaridad y de las ideas que subsisten en el medio del abandono. Sí, pareciera que estamos hablando del espacio cultural paranaense. Quizá, porque no podrían haber elegido mejor nombre para expresar el profundo sentido del proyecto: un paraíso de autogestión.
Según ellos, fue la autenticidad de los nativos de la isla lo que los cautivó para denominar así la idea que tenían en mente: Tierra Bomba. Un lugar en donde las cosas funcionan motorizadas por las ganas de convertir en realidad un sueño, que es casi como un intersticio en lavertiginosa urbe latiendo gracias a la pasión de sus habitantes. Trabajo humano de gente con ganas que no depende de nadie: no hay subsidios estatales, publicidad ni auspiciantes. La inversión es puramente energía.
Y justamente por eso mismo hoy tienen que abandonar la casa. La metáfora de Tierra Bomba y sus habitantes encaja a la perfección en esta historia (salvando las obvias distancias). Un futuro incierto respecto de la permanencia en la casona no permite continuar con el proyecto. El desgaste de luchar contra la corriente desde todos los ángulos para no traicionar la idea original se volvió una cuesta arriba que llevó a los organizadores a realizar la última fiesta la Noche Buena del 24. Decisión que relatan como si atravesaran un duelo, con el dolor que significa renunciar a lo más preciado que puede tener un hombre: sus sueños. Pero inmediatamente se reincorporan y afirman: “Vamos a continuar de alguna forma con el proyecto”.
(Más información en la edición gráfica número 1073 de la revista ANALISIS del jueves 21 de diciembre de 2017)
