Periodismo en Entre Ríos: una profesión devaluada

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Alberto José Dorati
Periodista

Quizá sea el paisaje, la historia recorrida o una musa enamorada de este suelo, lo que ha infundido un intenso amor entre los entrerrianos por escribir y expresarse.

Desde aquí se alzaron voces preponderantes en tiempos en los que había que jugarse con posturas e ideas en medio de las fuertes disputas internas que se libraban.

Entre Ríos se enorgullece de contar con verdaderos emblemas del periodismo. Una pléyade de hombres y mujeres que han hecho escuela, formando e impulsando a muchos otros que siguieron su camino.

Ha corrido mucha agua debajo del puente. La mayoría de las ciudades importantes de la provincia han generado medios periodísticos. Al principio, los gráficos. Luego, llegarían la radio y la televisión. Y en los últimos años los medios digitales, de la mano de las nuevas tecnologías impulsadas más que nada por la red de redes.

Hoy todo se facilita. Desde una computadora podemos llegar al mundo en la fracción de segundos que tarda el clik de un mouse, cosa impensable en los tiempos del diario en papel.

¿COMO NOS VE EL PUBLICO?

El capital más grande de un periodista es la credibilidad. Es intangible, no genera renta, está exenta de impuestos, pero tiene un valor incalculable para ejercer la profesión.

Sin embargo, hoy se ha tornado muy difícil mantener esa credibilidad casi sagrada que otrora tuvieron los periodistas.

Por estos días, el alto grado de incredulidad de la sociedad hacia todo lo que la rodea, ha hecho que tampoco sean creíbles los médicos, los comerciantes, los docentes, los policías, los jueces y los periodistas.

La más mínima afirmación que un periodista realiza sobre cualquier tema, le acarrea unas cuantas felicitaciones y una lluvia de agresiones verbales tan extravagantes como desagradables.

“La grieta” no sólo está presente en la política. Forma parte de la conducta social argentina. Si estás con mi pensamiento te admiro y sos mi favorito. Si estás en otra posición, sos el peor de todos.

Las redes sociales dan hoy la posibilidad para que cualquier vecino sea un periodista amateur, cuestión que se transformó en un arma de doble filo. ¿Cuántos estamos en condiciones de usar responsablemente esa libertad de expresión? ¿Cuántos podemos despojarnos de nuestras pasiones y aceptar el pensamiento del otro sin agredir?

El avance de la tecnología digital le dio al periodista una herramienta valiosa para ejercer su tarea. Al mismo tiempo, generó una suerte de anarquía de la opinión que llevó a que profesionales de gran valía fueran defenestrados por ciertos sectores, generalmente ligados al poder de turno.

¿Nos hemos preguntado con sinceridad qué pasaría en Argentina si no hubieran sido los periodistas los que sacan a la luz los hechos de corrupción, los negociados de legisladores y sindicalistas, los curas pedófilos, los negocios del narcotráfico y las estafas de los seudo empresarios?

Aún con semejante mérito, los periodistas difícilmente gozan de la total simpatía de los destinatarios principales de su trabajo.

En nuestra provincia, escuchamos que los periodistas que denuncian a los corruptos del gobierno son tildados de “hombres pagos por la oposición”. Los que denuncian a los corruptos de la oposición, son caratulados como “alcahuetes” pagos por el gobierno de turno. Los que destapan a un corruptor de menores, suelen ser calificados como “homofóbicos”. Los que sacan a la luz los casos de sacerdotes pedófilos, pasan a ser “malvados diabólicos que buscan perjudicar a la iglesia católica°. Siempre hay un manto de sospecha sobre quienes cumplen con la tarea que la profesión les impone: investigar, denunciar, sacar a la luz la verdad.

La crisis de credibilidad que la población tiene hacia sus dirigentes, la traslada también a los periodistas. Todos piensan en términos de corrupción. Hay escasas posibilidades de auténtico y honesto. Siempre se lo está viendo desde el lugar de la desconfianza.

Está claro, también, que los periodistas debemos reconocer con verdadero sentido autocrítico que no faltan aquellos que han defenestrado la profesión colocándola a la altura de los peores hábitos de la corrupción, contribuyendo así a la razonable desconfianza que se genera en los destinatarios de nuestro trabajo.

CENSURA: ENFERMEDAD CRONICA.

Habiendo recorrido treinta y seis años de democracia, es triste reconocer la existencia de distintas maneras de censura en Entre Rios.

Existe una larga lista de hechos que confirman la censura a través del amedrentamiento y la violencia, ya sea proveniente del poder político, empresarial, del propio medio donde desempeñan su tarea o de las bandas del narcotráfico.

Hoy muchos periodistas callan. Sienten que no tienen la espalda suficiente para poder salir a denunciar, aún con las pruebas en la mano. En algunos casos, el temor a perder su trabajo. En otros, el miedo a las represalias al propio periodista o a su familia.

Por otra parte, es muy significativa la cifra de despedidos en el último año en Entre Ríos. Volver a insertarse laboralmente es casi una utopía. Por lo tanto, son voces que se acallan por un largo tiempo.

Más preocupante aún es la autocensura, que se observa cuando algunos periodistas quedan al borde de un ataque de nervios si algún colega pregunta algo inapropiado en medio de alguna conferencia de prensa.

Están aquellos que ya han decidido hacer periodismo sentados en los bancos de los edificios gubernamentales. Lo que ocurre fuera de allí, no existe. Son los que han decidido resignar su dignidad a cambio de algunas dádivas que refuerzan sus ingresos y les permite llegar a fin de mes.

Sin ánimo de justificar esta práctica, es comprensible que cuando detrás de un periodista, generalmente mal pago, hay una familia con varias bocas para alimentar.

Muchos se preguntan por qué en Gualeguaychú ningún periodista local denunció a Gustavo Rivas y tuvo que hacerlo un colega parananese.

Ese fue un claro ejemplo de autocensura. A algunos periodistas no les importó y otros no se animaron. De estos, ninguno tuvo el respaldo suficiente para enfrentar el poder que este pervertidor de menores tenía sobre la sociedad toda. Amigo de las personalidades más importantes. Siempre se mantuvo cercano al poder, la política, la justicia, las fuerzas de seguridad, la educación. “No se meta con este hombre, es demasiado importante” decía algún juez. Si eso lo afirmaba un administrador de justicia, poco es lo que podía hacer un periodista que debía seguir viviendo en esta comunidad que le regalaba sonrisas complacientes a Rivas.

Además de la honestidad y el compromiso, el periodista también debe tener con qué sostener una cruzada que lo puede colocar en el rol de enemigo del pueblo. Por lo general, los periodistas que pueden llevar adelante una tarea semejante, suelen llevar una vida en la que sobran las precariedades.

En definitiva, la censura es un producto del miedo y bien sabido es que el miedo paraliza. Los periodistas entrerrianos debemos priorizar la unión y los valores éticos, único antídoto a las estrategias de un poder que pretende acallar las voces que desbaratan sus intereses mal habidos.

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Cultura

La muestra se puede visitar en el Museo Conrado Hasenauer.

La participación será de grupos de hasta 30 personas por velada

Será a partir de las 21 en el “Auditorio Scelzi”.