
Luis María Serroels falleció el jueves 15 de mayo. Fue columnista histórico de ANALISIS, desde la primera edición. Dejó un legado enormede profesionalismo y ética periodística.
Por Daniel Enz
Luis María Serroels era un tipo muy especial. Amplio, generoso, tosco también, afectivo con los suyos y trabajador incansable. Lo conocí en 1981, cuando llegué a Paraná y me tuve que reunir con Rubén Sarmiento en la agencia Clarín, de calle San Martín.
“Pelito” Sarmiento fue el primer tipo que me dio una mano en periodismo en Paraná, con esa generosidad que siempre lo caracterizó. El “Pelado” estaba corrigiendo una nota en el teletipo, pidió unos minutos y después saludó. “Daniel nos va acompañar los fines de semana en la agencia. Es de mi confianza”, le dijo Sarmiento y Serroels de inmediato me abrió las puertas. Me dieron una copia de la llave y un escritorio que estaba en la parte de arriba, con vista a la calle. Más no podía pedir.
Serroels era el periodista que había ganado la lotería y con eso le sirvió para comprar un departamento en calle Garay, donde siempre vivió con su mujer,Techa y sus hijos Mercedes, Pablo y Candelaria. Fue de los primeros datos que me aportó Sarmiento, que vivía en el mismo edificio, dos pisos más arriba.
Cada día que salía de la Facultad de Ciencias de la Educación, pese a que a media cuadra -en calle Buenos Aires 427-, estaba la pensión de Sofía Pedrón, donde vivíamos con otros 16 estudiantes de diferentes puntos de la provincia, lo primero que hacía era ir a la agencia de Clarín y preguntar si se precisaba algo. En realidad, el único objetivo era estar con Serroels y Sarmiento para aprender el oficio desde la visión de dos hombres que ya venían marcándole el ritmo al periodismo lugareño y, además, a veces se sumaba José Carlos Elinson. El resto del día era un orgullo contar en El Diario con la sabiduría de Jorge Campos, Guillermo Alfieri (que había ingresado ese mismo febrero del ’81, en que debuté en el viejo matutino, bajo la conducción de Hugo Gregorutti en Deportes), Carlos Lerena o el Ramón “Moncho” Ibáquez.
Las crónicas de Luis María siempre sobresalían. Es verdad que le recortaban mucho de lo escrito (porque siempre se pasaba de la cantidad de líneas solicitadas desde Buenos Aires), pero con lo que quedaba alcanzaba y sobraba. “El Pelado” se sentaba en el teletipo y no se levantaba hasta que terminaba la nota, que la hacía de un tirón, casi sin errores, como era su costumbre y eficiencia. No precisaba más de una hora para escribir una nota de una página completa del matutino porteño, con unas pocas anotaciones, porque el resto siempre lo tenía en su cabeza.
Fueron imperdibles las notas sobre los soldados héroes de Malvinas de Entre Ríos o la forma en que lo acompañó a los familiares del teniente Miguel Ángel Giménez, desaparecido en la guerra. Don Isaías Giménez, padre del expiloto de Pucará se pasaba horas en la agencia de Clarín, a la espera de novedades de su hijo y Serroels siempre contenía su angustia y dolor. Como también lo hizo más de una vez con las madres de detenidos-desaparecidos, como el caso de Carmen Germano.
Luis María dio cátedra de periodismo con las notas sobre la recuperación democrática; las inundaciones en el ’83; el secuestro y crimen de la empresaria Susana Puentescrecio de Marcos o los levantamientos carapintadas en 1987 y 1990, por mencionar algunas crónicas salientes, de varios días, a doble página y con títulos en tapa de Clarín. Luis María lo celebraba como un triunfo y con cierta euforia contenida. Y se daba su tiempo para escuchar los elogios de los lectores que llegaban a la agencia del diario a leer la edición gráfica y aprovechaban para comentarles diferentes situaciones o darles algunas puntas para alguna nota posterior. De hecho, era de los corresponsales más destacados del diario de los Noble, aunque nunca se lo reconocían. O sea, una constante histórica de todos los corresponsales de medios porteños. Pero ese aspecto le fue generando un malestar que iba creciendo en Luis María. Se hacía demasiada mala sangre esa falta de consideración centralista y durante mucho tiempo fue gestando su salida anticipada del diario -después de décadas de trabajo-, que fue un mal negocio. Nunca pudimos convencerlo (porque también se sumaron otros amigos y colegas a esa tarea de insistirle) que tenía que dejar pasar tales situaciones y jubilarse siendo periodista de Clarín, que era un ingreso interesante. Se fue antes, a principios de 1994, desafiando al poder empresarial y sin el dinero que le correspondía. Mientras tanto, ya se iba organizando, más de diez años antes, con programas de radio y TV que había encarado en el canal de cable y algunas FM, para ir logrando otros ingresos. Pero nada comparable con la seguridad que le daba el diario de Magnetto. Siempre eran unos pocos pesos solamente, para una caja chica mensual.
La etapa de ANÁLISIS
Cuando comenzamos con la revista ANÁLISIS, a principios de 1990, fue el primero de la “vieja generación” que se sumó a nosotros, cuyo promedio de edad era de 20-22 años. No puso condiciones, ni preguntó cuánto iban a ser sus ingresos porque, de hecho, todos los proyectos editoriales habían fracasado en Paraná y nadie de nosotros sabía cuánto iba a existir una revista que empezaba a caminar pocas semanas después de la asunción de Erman González como ministro de Economía de Carlos Menem, en su primer gobierno. Y era muy consciente de que se le podían pagar unos escasos billetes.
“Ustedes cuentan conmigo y díganme de qué precisan que escriba. Una cosa: no negocio mi libertad de expresión”, nos dijo a Antonio Tardelli y a mí en esos días de marzo del ’90. Con Antonio estábamos más felices que perro con dos colas. Nadie le iba a tocar una sola línea al “Pelado”. La libertad de expresión a rajatablas en la revista fue una premisa desde el primer día. Y tenerlo a Luis María junto a nosotros nos daba seriedad y profesionalismo al proyecto. Era el corresponsal de Clarín, tenía una trayectoria intachable y en la Redacción todos lo amábamos por ser un excelente periodista, pero en especial porque era una gran persona.
Luis María era el primero que presentaba su nota semanal para que tipeara Nicolás Bachetti. Todos, como siempre, le dejaban el martescataratas de artículos, a horas del cierre, sin importar que era una sola persona que tenía que escribirlas para que luego César García o Nito González -que aprendió el oficio en la revista- las pegara en las páginas que se diagramaban con suma paciencia y en la mayor orfandad tecnológica, porque era lo que había. Luis María disfrutaba yendo a la casita de Pasaje Baucis, donde nos iniciamos, para estar incluso con César en el armado, en la pequeña habitación de la terraza, donde el frío se colaba por cada agujerito. César disfrutaba de la sabiduría del “Pelado”, pero también de cada chiste que contaba en ese tiempo que iba, hasta decidía continuar a su departamento de calle Garay. Teníamos una máquina eléctrica para tipear, pero no había nada para titular y había que acudir a los títulos de Página/12, recortarlos, armarlos y pegarlos. Y nos divertíamos con los títulos generales que poníamos, los que a veces tenían incluso poco que ver con los textos. Pero no había otra forma.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1160, del día 29 de mayo de 2025)