El Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) publicará el informe oficial sobre el primer semestre de este año. Pero a eso se suma el impacto posterior de los nuevos picos inflacionarios y también el factor político. Se estima que las cifras escalarán de manera significativa en la comparación interanual.
El Indec difundirá en las próximas horas el informe sobre pobreza e indigencia en el primer semestre de este año. Las estimaciones previas indican que la cifra de pobreza estará por encima del 40%: eso significaría un crecimiento significativo en la comparación interanual y la afirmación del ciclo a la suba retomado a mediados del 2022. El impacto será fuerte, no sólo por eso, sino porque otros indicadores actuales proyectan un agravamiento del cuadro. La estadística oficial mostrará entonces una foto dramática y a la vez “vieja” por efecto de la velocidad de la crisis.
Se trata sin dudas de la peor derrota política, un fenómeno de arrastre de gestiones que desnuda discursos y campañas. Los datos son más potentes cuando se traduce a escala humana la realidad bajo la línea de pobreza e indigencia: más de 18 millones de personas, con impacto más grave en chicos y adolescentes.
En tiempos medianamente normales, las estadísticas -que demandan tiempos extendidos de elaboración por razones prácticas y no necesariamente políticas- no pierden actualidad rápidamente. No es lo que ocurre ahora. En este caso, se trata de números que reflejan lo que venía ocurriendo hasta mediados de año. El vértigo de aumentos de precios -la velocidad a la que “corre” la inflación- viene generando una agudización del marco económico y social, que ya se reflejaría en el relevamiento hacia el final del primer semestre 2023.
Las comparaciones con anteriores períodos exponen la tendencia y, más grave aún, la contradicción entre la rapidez con que impactan las crisis y la lentitud e incluso el nulo efecto positivo de los períodos de recuperación. En ese marco, la escalada de precios y, en particular, la línea de las canastas básica total y alimentaria oscurecen la perspectiva.
El índice de pobreza había llegado a un pico en el peor momento de la pandemia y de la interminable cuarentena, en el 2020, con una marca del 42%. Desde allí, había iniciado un descenso que dejó un 36,5% en el primer semestre del 2022. Seguía bastante por encima de un tercio de la población, en un momento en que el Gobierno destacada cierta recuperación económica, al menos en algunos rubros.
Sin embargo, en línea con algunas alarmas que se encendían más allá del discurso, el segundo semestre del año pasado marcó otra vez un salto (39,2%). No es muy ortodoxo comparar dos mitades de un mismo año, aunque resultaba claro que volvía a complicarse el cuadro. Y es lo que ocurrió después.
Lo confirma el informe que publicará este miércoles el INDEC. La marca por encima de los 40 puntos porcentuales en el primer semestre 2023 significa un incremento de unos 4 puntos sobre igual período del año pasado.
El registro no es estático. Y lo que viene ocurriendo, en cifras y en estimaciones, alimenta proyecciones negativas. El segundo semestre de este año comenzó otra vez con declaraciones sobre cierta contención del proceso inflacionario, en torno a los 6 puntos. En rigor, el IPC de julio anotó 6,3%, con los rubros más sensibles de la canasta incluso por debajo. Pero agosto, por diversos factores -no sólo la devaluación- expuso una disparada de precios: 12,4% en general y 15,6% en alimentos y bebidas.
Un similar camino empinado fue recorrido por las canastas básica total y básica alimentaria -definen la línea de pobreza e indigencia-, que saltaron del 7,1% en julio al 14,3% y al 17%, en cada caso. Septiembre, según consultoras privadas, no sería muy diferente a agosto.
Las cifras ilustran en parte la gravedad del proceso. El registro de pobreza, establecido básicamente por ingresos, puede crecer o descender levemente por cuestiones coyunturales que impactan en la estadística. La magnitud el problema asoma al observar tendencias, sobre todo el nivel del núcleo de la franja más empobrecida.
El esquema, linealmente, es el que sigue: los números crecen de manera rápida y hasta acelerada en momentos de crisis profunda, y se reducen más lentamente en etapas de recuperación y crecimiento de la economía. Con un agregado: los pisos van quedando en niveles cada vez más altos. En otras palabras, y simplificando, la pobreza estructural viene creciendo de manera más o menos sostenida. Hace rato que se estima alrededor de los 30 puntos.
En estos días, además, son añadidas las especulaciones políticas y económicas.
En cuanto a la inflación y su efecto de deterioro sobre los ingresos, los pronósticos para lo que resta hasta diciembre, entre elecciones y transición, y el primer año del próximo gobierno, más allá del ganador, alimentan la preocupación. Y la política agrega incertidumbre. La fragmentación que expuso el resultado de las PASO, apenas disimulada por el oleaje del triunfo “libertario”, es visible en todos los terrenos.
El poder territorial -es decir, el mapa de la distribución de los distritos or color partidario- muestra después de 19 elecciones provinciales que no existe dominio exclusivo de un espacio político en el futuro conglomerado o liga de gobernadores. Es el resultado del retroceso peronista y del avance de JxC, además de la afirmación de algunas fuerzas locales. Restan definiciones, en octubre, en provincia de Buenos Aires, CABA, Entre Ríos y Catamarca. También el Congreso seguirá lejos de mayorías automáticas.
Los niveles de pobreza seguirán siendo la peor señal de fracaso nacional. No hay salida mágica, ni rápida. Una primera señal será el grado de atención política en el tema por parte de los candidatos, pasado el sacudón del dato oficial difundido hoy mismo, y en camino acelerado a las elecciones.
(Infobae)