Antonio Tardelli
En la discusión felizmente abierta en el país en torno del comportamiento de los medios de comunicación, y de las políticas del gobierno en la materia, muchos se revelan partidarios de la primera alternativa. Son quienes, inmersos de lleno en el conflicto político, toman partido sin más. Se vuelven acríticos sea cual fuere el bando en el que militen. Se dirá que, en relación a un enfrentamiento tan ruidoso como el que separa al kirchnerismo del Grupo Clarín, la toma de partido es un sinónimo de compromiso. Puede ser. Ocurre que la dinámica política va dejando en el camino la posibilidad de cortar más fino, de discriminar mejor, de extraer conclusiones más razonables y de diseñar otros caminos. Es uno de los problemas del debate actual. Hay demasiada postura preconcebida, mucho posicionamiento a priori, poca disposición a mirar los matices. Proliferan los sujetos que, intelectualmente perezosos, descansan en lo que otros ya razonaron.
No piensan con su propia cabeza.
Hay quienes, por comodidad o conveniencia, decidieron ya que el gobierno nacional ha emprendido una campaña democratizadora en línea con los presupuestos del Informe Mc Bride. Neófitos fascinados por la polémica se embanderan ante la evidencia de que la fuerza gobernante se mide con un enemigo objetivamente poderoso. El Grupo Clarín lo es y el adversario, por su envergadura, lleva a presumir la justicia de la cruzada oficial. En todo caso, al margen del mayor o menor acercamiento con la problemática, con múltiples o escasos elementos, la militancia desenrolla un libreto redactado en una instancia superior. ¿O es que la plataforma del Frente Para la Victoria que llevó al poder al binomio Cristina Fernández-Julio Cobos se proponía una avanzada de semejantes proporciones? ¿O es que el antecedente de la primera gestión kirchnerista permitía prever un embate contra un conglomerado empresarial al que antes abiertamente se favoreció? Nada de eso. Ninguna instancia de deliberación del espacio oficialista se planteó este comportamiento, que –sin menospreciar algunos sólidos fundamentos que lo justifican– no genera la sensación de perseguir objetivos elevados.
El problema es que del otro lado –si por “otro lado” se entiende a los empresarios de medios puestos en la categoría de enemigos del proyecto Nac & Pop– se actúa con un nivel de preconcepto similar. Muchos títulos de “Clarín”, de los canales que del grupo dependen o de Radio Mitre son insostenibles desde cualquier criterio que procure resguardar no ya la “objetividad” sino determinados parámetros de honestidad intelectual. Las referencias al “matrimonio presidencial”, o a la “Ley de Medios K”, denotan una carga legítima sólo en el terreno de la opinión pero inaceptable en el plano de la información. Se trata de un recorte que va demasiado lejos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
