Antonio Tardelli

Recién en el instante en que los intereses del secretario general de la CGT, Hugo Moyano, se diferencian un tanto del gobierno nacional, y por factores que difícilmente puedan inscribirse en el beneficio directo de los obreros, los exégetas del kirchnerismo descubren las miserias del sindicalista camionero, cuyos recursos de toda laya fueron puestos a su servicio en circunstancias más idílicas.

Exponente del sindicalismo tradicional, dirigente al que en su momento fue preciso retocarle el currículum para que sus tardíos berrinches de la década del 90 pudieran ser presentados como una medalla antimenemista, Moyano es idéntico a sí mismo. Es el mismo dirigente. Persisten las dudas sobre su ideología, las sospechas sobre sus ahorros y las certezas sobre sus prácticas.

El secretario general de la CGT, el mismo que fue empleado como fuerza de choque paraestatal para despejar la ruta de molestos chacareros, es ahora víctima de un sistema del que forma parte, que representa acabadamente, en el que la militancia es una mera acumulación de poder que permite acceder a prebendas y como efecto secundario –únicamente como consecuencia colateral– servir a los intereses de la clase trabajadora.

La actitud del gobierno para con Moyano, a quien usó antes y desecha ahora, permitirá efectuar una caracterización de orden ético sobre el comportamiento oficial, pero es insuficiente para que la desgracia del camionero inspire lástima. Si el encumbrado Moyano es derribado de su sitial y privado de sus privilegios será víctima del mismo esquema que lo entronizó. Las reglas del juego son sencillamente así.

La suerte puede volverse en contra del mismo modo en que antes sonrió. No hay de qué quejarse. En semejante esquema, los éxitos o los fracasos no guardan relación con las lealtades, los procedimientos o la probidad.

(Más información en la edición 970 de la revista ANALISIS)