Tengamos en cuenta el concepto de democracia de baja intensidad. Genera un contexto que, aprovechado hábilmente por quien administra el poder formal, permite desarticular opositores y aplicar un libreto de cumplimiento obligatorio. La argucia es ir quitándonos de la vista aquello que podría llegar a perjudicarnos, disfrazándolo para que, por descuido, desconocimiento o confusión, se termine imponiendo. Podemos estar equivocados, sí, pero eso no quita la necesidad de plantearlo. Algunos, en su comodidad, prefieren silencios. No reaccionan los que tienen obligación de hacerlo, lo que nos empuja, otra vez, a intentar un aporte para comprender. Se conjugaron el uso de las tensiones y la apatía, que se convirtieron en herramientas para lograr la concentración del poder.
Por Néstor Banega
El vértice sobre el cual descansa la esperanza y fortaleza libertaria es el índice de inflación. Podrá decirse que no es suficiente si lo contrastamos con problemas que persisten y se agudizan, como son, por ejemplo, falta de empleo, la caída del salario real o la pobreza.
Es posible que el presidente Javier Milei siga ocupando el centro de la escena con ese sustento mínimo porque, durante décadas, guarismos de horror socavaron cualquier posibilidad de progreso a los que viven con lo justo o con un poco menos.
Puede ser un espejismo, pero quienes prometían manantiales no hicieron más que arrastrarnos a desiertos insoportables en nombre de una prosperidad que nunca llegó.
La apatía
Los últimos procesos eleccionarios en varias provincias y sobre todo la última de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de impacto nacional, consolidan una tendencia: la falta de participación ciudadana. Porcentajes de asistencia pobrísimos. En muchos casos los más bajos desde el regreso y consolidación de la democracia en 1983.
Tal vez persiste el cansancio que lleva a la desconexión de cuestiones que, desde nuestra mirada, son importantes. La lejanía del ciudadano, la quietud, hace que minorías se conviertan en mayorías y que algunos especuladores montados en recuerdos sobrevivan apenas, aprovechando los resquicios que el sistema conserva para las minorías.
Una incógnita más que se inserta en los procesos básicos de construcción de ciudadanía que sustentan una democracia y, posiblemente, la debilitan.
A todo eso ayuda el insistente ejercicio de la especulación y el temor a plantarse con ideas propias que puedan contradecir al poder, que, aunque camine siempre al borde del precipicio, se consolida peligrosamente abusando de su legitimidad de origen.
El desgano evidente en los porcentajes de participación paupérrimos es de origen multicausal. Al no ocuparse quienes tienen responsabilidad opositora de conocer las razones, para contrarrestar la tendencia, el poder gobernante se pueda sentir a sus anchas.
Con casi nada puede lograr mucho y lograr, como lo está haciendo, concentración del poder.
Hace algunos días el presidente Javier Milei sostuvo, retomando el uso del insulto, en una de sus maratónicas entrevistas de ámbito controlado, que “si el poder no lo tenemos nosotros, lo tienen los orcos. Del otro lado no hay tipos razonables, hay termos impenetrables que ven los bolsos de José López (el ex secretario de Obras Públicas del kirchnerismo que quiso esconder más de 9 millones de dólares en un convento) y lo niegan”.
Humildemente podría advertirse al mandatario que la impenetrabilidad de los termos puede convertirse en una instancia de contagio para aquellos que se alimentan solo de soberbia. Pero nada ni nadie reacciona.
El primer mandatario profundiza y habla de desasnar imbéciles y explica que le cuesta creer que sean tan estúpidos sus circunstanciales adversarios o sus incongruentes acompañantes part-time, absolutamente funcionales estos últimos a sus intereses a cambio de escarnio y nada.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1160, del día 29 de mayo de 2025)
