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La advertencia de Lea Ypi

La politóloga y escritora Lea Ypi. (Stuart Simpson)

Josep Ramoneda

1. La evaporación de la socialdemocracia. Mal vamos cuando las cosas no se dicen por su nombre. Y ciertamente la socialdemocracia, que había jugado un papel capital en los equilibrios de las democracias europeas, se ha ido desdibujando, arrastrada por la radicalización conservadora de las democracias liberales. Lea Ipy (Tirana, 1979), profesora en la London School of Economics, lleva tiempo advirtiendo de esta mutación de los partidos socialistas europeos y de la izquierda en general. A su juicio, es a finales de los años setenta cuando "los partidos socialdemócratas clásicos se alejaron de representar a los ciudadanos desde la perspectiva de clase y de las vulnerabilidades económicas". Y, todo hay que decirlo, por esta vía llegaron al poder los socialistas españoles (1982), combinando la mutación ideológica con la legitimidad democrática que las derechas españolas, en parte surgidas del franquismo, apenas estaban buscando.

Ahora, Lea Ypi (Fronteras de clase, Anagrama, 2025) lleva esta reflexión a escala europea, en un momento en el que la evolución del sistema económico y comunicacional agrava la vulnerabilidad de amplios sectores de las clases populares, haciendo derivar el debate hacia cuestiones como la inmigración por parte de una derecha radicalizada que busca la forma de señalar a falsos culpables para movilizar el voto a su favor. Y aquí los inmigrantes, en su indefensión, son presa fácil. Es lo que hace el PP arrastrado por Vox, pero también la mayoría de derechas europeas, como vemos clamorosamente en Francia, donde el sueño de la macronía se ha desvanecido y nadie quiere saber cómo ha sido. 

2. El control del mercado. Las "Once tesis sobre la ciudadanía en el estado capitalista" de Ypi tienen la virtud de señalar lo que no se quiere ver para poder mirar los problemas de cara. Repasémoslas. La ciudadanía como mercancía: "Transformar a la ciudadanía en un bien estático" reduciéndola a "un título individual", susceptible incluso de "ser comprado por quienes poseen medios y habilidad para contribuir a la comunidad anfitriona", o imponer condiciones restrictivas a los más vulnerables, confirma que un estado capitalista es exclusivo y excluido. Dicho de otro modo, las políticas de ciudadanía "refuerzan el carácter de clase del estado" y "discriminan al que le llega sin recursos ni padrinos".Cuando la ciudadanía no es concebida como "un vehículo de emancipación política" sino como un instrumento de exclusión, se restringe la convivencia, se deja a mucha gente en fuera de juego y se señala a culpables a los que cargar las desgracias de los demás. Y así se acelera la deriva oligárquica, el control por parte de una rica minoría que incide sobre el poder político. Así, en palabras de Lea Ypi, el resultado es que el mercado controla al estado y no al revés. Y la ciudadanía se convierte en una mercancía. Una realidad que nos remite a tiempos antiguos en los que "los requisitos de propiedad determinaban quién tenía derecho al sufragio universal".

3. El inmigrante. La figura del inmigrante, al que por un lado se le reclama (porque todos sabemos que se lo necesita) y por el otro recibe las consecuencias del resentimiento y el malestar de determinados sectores. En un ambiente marcado por unos ideales patrióticos particularistas y excluyentes que le otorgan el papel social de cabeza de turco, el inmigrante queda sometido al señalamiento permanente por parte de las derechas y extremas derechas, que contribuyen deliberadamente a dificultar su integración. Es decir: alimentando las divisiones por razón de clase, género y etnia se consagra el señalamiento de culpables contra los que se desatan las campañas de radicalización patriótica de las que viven las extremas derechas. Y a las izquierdas, según Lea Ypi alejadas del espíritu socialdemócrata, les cuesta mucho contrarrestar esta creciente hegemonía del rechazo al otro y de la xenofobia que está poniendo en riesgo las democracias europeas, en manifiesta decadencia. Quien avisa no es traidor.

(Esta columna fue publicada originalmente en Es.ara.cat)

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