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La contracara perfecta de Javier Milei

El alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, es musulmán, inmigrante y de izquierda. Sus ideas económicas son antagónicas, pero al igual que el presidente argentino es muy popular entre los jóvenes.

Ernesto Tenembaum

El jueves por la tarde, Javier Milei subió a un escenario soñado. En el estadio de los Miami Heat, se realizaba un evento inédito, con algunas figuras destacadísimas del mundo actual. Las más relevantes: el poderoso presidente norteamericano, Donald Trump, y el mejor jugador de la historia del fútbol, Lionel Messi. Pero además, en el mismo programa figuraban el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, el titular del JP Morgan, Jamie Dimon, y el gerente del Fondo de Inversión Saudita, Fahad Al Said. Ya superada la prueba electoral, Milei recibía una confirmación más de que su estrella supera las fronteras argentinas: como sus acompañantes en Miami, se trata de una celebridad de dimensiones planetarias. Así, tan exótico como eso suena, para alguien que hace tan poco tiempo era apenas un curioso y solitario consultor económico.

En ese foro, Milei explicó a sus interlocutores por qué es un momento extraordinario para invertir en la Argentina y realizó la enésima defensa de su extrema mirada sobre el funcionamiento del capitalismo, según la cual cualquier intervención estatal, especialmente si se realiza para distribuir riqueza o limitar el crecimiento de los monopolios, deriva en el comunismo.

El Gobierno jugó a todo o nada, y ganó ¿Y ahora?

-“Por demasiado tiempo, nos acostumbramos a escuchar de políticos e intelectuales que el capitalismo era una suerte de mal necesario con el que tenemos que convivir. Por supuesto, también existen quienes militan abiertamente el comunismo, pero son los menos. La posición a la que quiero referirme está más extendida: hablo de la crítica al libre mercado para justificar la intervención estatal”.

-“El libre mercado, según ellos, no es óptimo para garantizar el crecimiento y termina impidiendo el bienestar general para favorecer a unos pocos en detrimento de las grandes mayorías. El argumento establece que se necesita un crecimiento con justicia social y el Estado tiene que tener un rol activo en la vida económica para asegurarlo”.

-“Todos aquí sabemos adónde conducen estas ideas tan extendidas. Valiéndose de ellas, el Estado se expande más y más y más, hasta que no queda nada por fuera de él. Y esto sucede hasta que llegamos al mismo destino que buscan los que tienen al menos la honestidad intelectual de decir que odian al capitalismo: el control total del Estado sobre la economía y la vida de las personas. O sea: el comunismo”.

Desde que esgrimía esos argumentos como panelista televisivo, muchas cosas han cambiado. Milei es un hombre famoso mundialmente y, ahora, además, un presidente fortalecido por su reciente éxito electoral, cuando apenas semanas atrás había estado al borde del precipicio. Otra es que el contexto norteamericano acababa de cambiar: la figura de su poderoso amigo, Donald Trump, apareció desafiada por el surgimiento de otra estrella internacional, otra figura emergente, mucho más parecida a Milei de lo que ambos personajes desearían admitir.

La contracara de Javier Milei se llama Zohran Mamdani. Es un joven nacido en Uganda, de religión musulmana, que unos días antes había logrado derrotar a todo al establishment político –y la agresiva campaña en su contra del mismísimo Trump- y convertirse en el futuro alcalde Nueva York, la ciudad más rica del planeta. Al día siguiente de su triunfo, el presidente norteamericano dijo: “Eso es lo que quieren los demócratas, el comunismo. Yo les había prometido que los Estados Unidos nunca serían gobernados por el socialismo. Eso no pasó. Pero ahora saltamos al riesgo comunista”.

Al igual que Milei, Mamdani es muy fuerte en el voto juvenil, logró su inmenso triunfo en tiempo récord, barrió con todos los políticos conocidos de su región, y se transformó vertiginosamente en un foco de atención de la política mundial. Su frenética irrupción genera preguntas similares a las que provocaba Milei. La primera: ¿podrá gobernar alguien tan exótico?. La segunda: ¿no será domesticado por el sistema? Milei se proyectó, entre otras razones, porque pronunciaba ideas prohibidas en su país. “La justicia social es una inmundicia”, decía, en el país del peronismo. Mamdani también lo hace. “Los billonarios son un cáncer”, ha dicho, en el país de los billonarios.

Ambos parecen sapos trasplantados, como si pertenecieran a un lugar equivocado. Había muchos dirigentes como Milei en Estados Unidos pero casi ninguno en la Argentina. Y muchos Mamdani en la Argentina, pero ninguno en Estados Unidos.

Pero claro, más allá de estas sorprendentes similitudes, las ideas son antagónicas. Milei ha defendido hasta el cansancio la generación de monopolios: quizá sea el elemento esencial que lo distingue de los otros liberales. En su acto de cierre de campaña, en cambio, Mamdani dijo: “Los billonarios han invertido muchísimo dinero para que yo no gane esta elección porque consideran que soy una amenaza existencia para ellos. Quiero confesar algo: efectivamente, soy una amenaza existencial para los billonarios que quieren comprar nuestra democracia, soy una amenaza para quienes quieren silenciar las voces de los trabajadores detrás del peso de las grandes corporaciones, para quienes pretende que Nueva York, la ciudad más rica del mundo, sea un lugar donde un día duro de trabajo no garantice una noche tranquila de descanso”.

Milei ha respaldado sin fisuras la política antiinmigratoria de Trump, bajo el argumento de que Occidente está en peligro porque “hordas de inmigrantes” llegan a los Estados Unidos y Europa para cambiar su cultura. Mamdani es un inmigrante africano. “Nueva York fue fundada por inmigrantes, construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y ahora será gobernada por un inmigrante”, gritó el día de su triunfo. Milei es uno de los más firmes aliados de Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel. Mamdani ha sido desde muy joven un militante propalestino y califica a Netanyahu como un criminal de guerra. Milei se ha definido como un antagonista de los movimientos feministas y las organizaciones LGBT. Mamdani es una expresión orgullosa de todo eso.

Y, en lo económico, más que en cualquier otro ámbito, y es mucho decir, sus ideas son más divergentes que en ningún otro campo. Mamdani prometió guarderías gratuitas para los trabajadores, transporte gratuito, una salud pública mucho más accesible, subsidio para los alimentos y precios congelados para los alquileres. En su discurso en Miami, Milei lanzó varios dardos dirigidos a él, aunque no lo nombró. Uno de ellos fue este: “Aviso que los controles de renta son un ataque al derecho de propiedad, afecta al sistema de precios, afecta el funcionamiento del sistema y termina destruyendo todo a su paso”.

Mamdani y Milei pertenecen a mundos distintos. El presidente argentino creció con un discurso extremo en un país abatido por la inflación y la ineficiencia estatal. En ese contexto, su apelación fue muy exitosa. ¿Por qué tuvo tanto éxito Mamdani? Seguramente porque en su propia sociedad, los desequilibrios económicos entre billonarios y trabajadores despertaron una sensibilidad inesperada. Uno y otro expresan que sus sociedades están dispuestos a tomar riesgos, a elegir candidatos rupturistas, porque solo así algo habrá de cambiar.

Pero hay algo distinto entre ellos. Mientras Milei expresa una corriente muy fuerte en las últimas décadas –la que sostiene que solo las leyes de mercado pueden generar riqueza-, la emergencia de Mamdani permite preguntarse si no empieza a surgir una fuerte corriente de sentido opuesto. En Francia la estrella de Marine Le Pen, ahora amenaza con ser reemplazada por el izquierdista Jean-Luc Mélenchon. En Holanda, la amenazante ultraderecha fue derrotada por un candidato de centro izquierda, encima gay. A diferencia de los años de la globalización, en estos tiempos conviven y pujan en el espacio público ideas diversas.

Milei y Mamdani son las expresiones recientes de algo que no es para nada novedoso. Desde la revolución industrial, hay dos ideas extremas sobre el desarrollo capitalista. Una sostiene que sólo es realizable si el Estado regula a las grandes empresas lo menos posible. La otra, que esa mirada es un atajo para asegurar cada vez mayores ganancias y que debe ser reemplazada por una intervención que asegure condiciones dignas de vida para quienes no son dueños del capital. Esas miradas han convivido. Por momentos, unas han sido más fuertes que otras, y tienen éxitos y fracasos para mostrar. En América Latina, la estrella de Milei es muy fuerte. Pero también la del eterno Luiz Ignacio Lula Da Silva, y la de la presidenta de México, esa mujer judía llamada Claudia Sheinbaum. Frente a un discurso que sostiene que la historia ha terminado, estas figuras revelan, para decirlo simplemente, que nada que ver. Además: ¿no es bastante obvio que hay un problema serio con la distribución de los recursos? ¿Por qué alguna gente se irrita tanto cuando se plantea ese punto tan visible?

Mientras todo eso ocurre, y Milei disfruta de su impecable éxito, en el mismo Estados Unidos se han prendido dos señales de alarma. Trump fue derrotado en las elecciones del martes pasado, por una diferencia mayor a la que se esperaba. Las encuestas reflejan el peor desempeño de un presidente, a esta altura de su mandato, en muchos años. En apenas doce meses, deberá enfrentar elecciones parlamentarias. Si no le va muy bien, quedará claro que no podrá ser reelecto, porque la ley se lo impide, y reformarla requiere de un triunfo arrollador. ¿Qué pasaría en los mercados si perciben que el gran protector de Milei tiene los días contados?

Por otra parte, en la prensa mundial proliferan en estos días notas y ensayos que advierten sobre el riesgo de una crisis bursátil internacional de dimensiones estremecedoras. La más fuerte de esas piezas fue escrita en The Economist por la ex estrella del FMI, Guita Gospinath. ¿Qué pasaría con los flujos de capitales, que la Argentina necesita tanto, si esos pronósticos se cumplieran?

Son tiempos de gloria para el Presidente y los suyos. Pero, ¿no son esos los mejores momentos para protegerse comprando reservas?

“No tenemos en esta vida muchos derechos naturales más allá del derecho a ser dueños del sudor de nuestra frente”, pontificó el Presidente en Miami.

Cada cual tiene derecho a tener sus verdades, faltaba más.

Pero las cosas que se le ocurren.

(*) Infobae 

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