Se fue sin apagar la luz

Por José Carlos Elinson*, especial para ANALISIS DIGITAL

Acaso debamos pensarlo contemplando Maternidad, aquel cuadro que dio inicio a un amor demencial -como suelen ser algunos amores- que terminó con la vida de María Iribarne por haber sido la única persona que entendió el mensaje de Juan Pablo Castel. “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne...”, decía el plástico atormentado en el comienzo de El Túnel, la obra con la que nos sedujo a primera lectura y logró, seguramente sin proponérselo, encolumnarnos detrás de sus ensayos previos y de sus novelas posteriores.

La soledad, aquella que de distintas maneras se manifestó en Martín y en Fernando Vidal Olmos, en Alejandra y en María, en Allende y en el mismo Sábato, fue minando su tiempo y sus espacios, tanto, que después de la muerte de Matilde, su compañera de vida y de militancia, lo abarcó por todos los costados hasta recluirlo en la casa entrañable de Santos Lugares.

Más de una vez, entre el NUNCA MÁS de los '80 y la decepción que le generaba el paso de los días lo habrán devuelto a la mesa del bodegón escuchándolo a Humberto J. Tito D'Arcángelo, asegurando mientras se golpeaba el pecho con la edición de Crítica “este pai ya no tiene arreglo”. Y acaso a través de la decepción y el escepticismo del personaje, era el propio maestro el que se manifestaba desde el lugar más doloroso de la indefensión y la impotencia de una marginalidad social y cultural más que económica de mediados del siglo XX en la geografía de apenas extramuros de una ciudad que le daba la espalda porque la mirada puesta en la Europa británica y francesa entusiasmaba más que el Riachuelo y su destartalado cocoliche.

Admirado, criticado, exaltado y hasta condenado, Ernesto Sábato sobrevivió a embates que según desde donde llegaran lo definían inmerso en una izquierda combativa o en una derecha reaccionaria. Esto tiene que ver no sólo con la historia del maestro sino con la historia del pensamiento apresurado y de dudoso sustento del que muchas veces hacemos ostentación los argentinos.

Sábato no fue el hombre perfecto ni el escritor implacable desde lo conceptual y filosófico. Decíamos más arriba que de definía como un hombre que se debatía permanentemente entre dudas y contradicciones, pero fue coherente con su propia existencia y un protagonista activo de su tiempo.

“En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario, el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida”, hizo decir sin dudas en su nombre a Juan Pablo Castel.

Ese fue el maestro: lo que escribió, lo que dijo y lo que hizo.

Se le pueden facturar algunas actitudes, ¿a quién no?, ni los sabios ni los locos están a salvo. Pero queda su obra, quedan su historia y su leyenda, y para no caer en juicios innecesariamente apresurados, tomémonos del libro y recordemos: “Por sus frutos los conoceréis”. A los unos y a los otros, claro.

*Periodista, conductor de Estado Público (Radio Viva) y Protagonistas (Canal 11)

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