Repudio, estigmatización y barbarie

rugby

Por Luis María Serroels
Especial para ANÁLISIS

Estas reflexiones son simplemente eso, sin el menor alarde de sapiencia, en un plano en que incluso hasta los especialistas tienen opiniones dispares. Cuando suceden hechos altamente conmocionantes para la sociedad, inevitablemente surgen voces cuyos decibeles parecen danzar en torno a la condena a sus autores, pero además se trasladan hacia el nivel social de los imputados, sus actividades cotidianas y –como aconteció en el caso del joven Fernando Báez Sosa, asesinado a golpes por una patota en Villa Gesell, la noche del 18 de enero último- hasta el tipo de práctica deportiva que comparten.

Y en esto último es donde se debe posar una mirada muy fina, porque a ningún deporte –incluso con reglas que en ciertos casos admiten un empleo controlable de la fuerza- se le puede imputar niveles de tolerancia ante desbordes de violencia casi criminal. Tomar al rugby como chivo expiatorio frente a hechos sucedidos fuera del ámbito natural de su práctica, resulta sencillamente ridículo, cuando sabido es que los formadores de Pumas en potencia inculcan cánones muy distantes de los que exhibieron dos vulgares asesinos acompañados por otros ocho que no lo impidieron. No fueron rugbiers homicidas sino homicidas que practican el rugby. En tal contexto, es erróneo e injusto estigmatizar una práctica deportiva, sus cultores y sus orientadores técnico-tácticos, que precisamente ponen énfasis en resguardar el respeto por el oponente y que, en el ya inmemorial “tercer tiempo”, convierte a adversarios en amigos (una tradición que conserva su vigencia adherida al casi bicentenario deporte de la ovalada creado en 1823 en Inglaterra).

El boxeo consiste en darse golpes hasta dormir al adversario, pero uno solo fuera del reglamento puede determinar la descalificación del autor. Seamos sensatos: ningún entrenador le mete en la cabeza a un dirigido maniobras desleales y peligrosas. Los que fracturan a un adversario en el fútbol con patadas arteras, se van a duchar antes de tiempo y purgan las condignas sanciones.

Este introito persigue dejar en claro que ningún jugador de rugby  ha sido instruido para acciones como la que hoy todo el país desprecia. Pocas veces se ha dado una situación como ésta que logró galvanizar el sentimiento colectivo, encauzándolo sin fisuras hacia una anticipada condena (para autores y observadores del grupo, pasivos e indiferentes).

Veamos ciertos factores que desde hace décadas han venido carcomiendo escalas de valores, esos que comienzan a tomar forma de sanos preceptos dentro del hogar y además en las aulas. ¿Qué padres pueden luchar en igualdad de condiciones, cuando los medios de comunicación bombardean mensajes deplorables, insertando códigos y cánones individualistas que conducen a creerse ya maduros a niños y niñas para dominar noches y madrugadas? ¿Y reemplazar sin medida la gaseosa por el alcohol y otras sustancias perniciosas?

Es verdad que a ciertos padres les cuesta decirle no a sus hijos porque ello implica la obligación de explicarlo y dar motivos no siempre gratos. En cambio ningún hijo apela a explicaciones cuando se le dice sí. El control desprovisto de autoritarismo sino producto de la insoslayable preocupación donde anida el amor familiar, se fue diluyendo en tanto esa franja etaria –otrora ceñida a la autoridad de padre y madre- se auto independizó. Y los tramos de la existencia que se pretende saltear, se pierden. Haber convertido en día a la noche y en noche al día, ha sido uno de los principales fenómenos de las últimas décadas. Hoy los padres de los que atacaron a Fernando Báez Sosa, deben estar sumidos en profundas reflexiones y un interminable dolor.

Desde luego que las respuestas sobre estas conductas sociales, sólo pueden darla los profesionales idóneos y aquellas instituciones dedicadas a tan complicado abordaje.

Hace muchos años se lanzó al ámbito comunicacional una fuerte campaña publicitaria cuya frase central rezaba: Hacé la tuya. Nadie pareció percibir este mensaje de aristas peligrosas, en especial los progenitores, dirigidos no tan sutilmente a los jóvenes. Es bueno recordar al gran poeta nicaragüense Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro. ¡Ya te vas para no volver! Cuando llorar no lloro… y a veces lloro sin querer”.

Se dice que la juventud es el motor de la sociedad, es la que debería ser educada y orientada; pero al mismo tiempo también escuchada, porque el futuro es de ella. Por eso debe ser reconocida la importancia y el papel vital que la juventud tiene en nuestra sociedad, pero centrado en cánones insoslayables. Claro que los que mataron a Fernando muy lejos están de estas apreciaciones.

¿Es injusto fijar límites a los jóvenes? Desde luego que no porque es necesario. Hoy esa franja tan maravillosa de la vida ha dado un salto con la garrocha de un apresuramiento riesgoso. Se le suele dar la espalda a virtudes, principios y atributos que hacen al respeto en comunidad. Pretender madurar antes de tiempo no es un  salto de calidad existencial sino que puede convertirse en un salto hacia el vacío.

Hacé la Tuya (aunque ello arroje a la banquina preceptos que se imponen para una vida virtuosa, en plenitud y con generosidad) es un convite al individualismo. Los padres no deben obrar como severos gendarmes ni tampoco como dóciles permisivos. Se debe actuar con racionalidad, comprensión y confianza mutua, mediante la gran herramienta del diálogo.

Pero en este comentario merece enfatizarse un fenómeno generador de conflictos y causa de graves problemas: el alcohol y por ende su descontrolado consumo, no imputable a las fábricas de bebidas donde más reina la cerveza. Se vulneran leyes sobre los alcances de su consumo pero también se permite el acceso de menores a sitios vedados, vulnerando precisas legislaciones. Este es el punto más crítico en el análisis global de las situaciones que se producen los fines de semana en cercanías de cualquier boliche del país. ¿Hasta dónde se extenderá cualitativa y  cuantitativamente este fenómeno tan preocupante? ¿Cuántos padres y madres “dormirán” los fines de semana con un ojo abierto y el celular al alcance de la mano? ¿Es esto justo? En la medida de su permisividad se transforma en reproche.

Los preceptos básicos de prácticas deportivas nada tienen que ver a la hora de explicarse que una decena de jóvenes ultimen a golpes a un promisorio muchacho, cargado de nobleza, sueños y entusiasmo. Y que la pesadumbre familiar jamás permitirá elaborar su duelo. Por supuesto que estas problemáticas deberán ser analizadas en profundidad, pero las explicaciones sobre causas probables jamás alcanzarán para morigerar las terribles consecuencias recaídas en los seres queridos.

La estigmatización –que apresuradamente se le cargó a Villa Gesell-, debe ser analizada. Si bien día a día se producen estos hechos en diferentes lugares del país, no son específicamente los centros turísticos en sí los que propician actitudes violentas, sino turistas incivilizados que dan la mala nota. Claro que la ausencia de una vigilancia adecuada es inexplicable. Se dice que la policía más eficiente es aquella que no tiene necesidad de intervenir, pero precisamente es su presencia intimidatoria la clave del orden.

La inusual viralización de este caso hizo aflorar una inusitada cantidad de pseudoentendidos pero también especialistas que con autoridad abordaron todos los aspectos de este tipo de episodio y que seguramente serán convocados durante el proceso que inexorablemente terminará en un ejemplar castigo.

No pocos estudiosos coinciden en que en ciertos padres nacen y crecen muchas malas prácticas, especialmente cuando buscan retrotraerse en el tiempo para recuperar la lejana lozanía juvenil y abrazarse a reblandecimientos ridículos que incluyen introducir en sus cuerpos todo tipo de sustancias. De la estupidez no se retorna.

Muchos jóvenes preparan extraños brebajes soñando con alcanzar un falso coraje que culmina en muerte propia o en un irracional homicidio.

La percepción de un machismo “trucho” y maquillado que en el fondo desemboca en esa sociedad nefasta denominada “patota”, busca darle un sello de valentía a lo que lisa y llanamente se rotula como la más asquerosa y reprochable cobardía.

El apoderado del Club Náutico Arsenal, habría dicho que “era una práctica golpear a uno entre varios”. La eventual condena deberá tener un fuerte sentido aleccionador pero además, servir para terminar con falsos “líderes” o  “ídolos” de celofán que frente a los fiscales y los jueces no podrán evitar ensuciarse sus prendas interiores.

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