Gustavo Lambruschini y el último café

Gustavo Lambruschini

Gustavo Lambruschini.

Por José Carlos Elinson (*)

“Mi penúltimo whisky quedará sin beber…” dice el poeta Horacio Ferrer en su genial Balada para mi muerte. Profesor, a nosotros se nos enfrió el último café, usted me invitó a tomarlo en su estudio, y a mí, le confieso, me entusiasmaba el plan de sentarme a hablar muy poco y escuchar mucho, un lujo del que pocos disfrutaron en privado con interrupciones de parte del anecdotario de su propia cosecha.

Siempre dije, y le dije, que usted más que a filósofo de este tiempo, me seguía sonando a joven rebelde de la Europa convulsionada por el mayo francés.

Pero no me puedo sacar de la cabeza alguna de las anécdotas que nos relató alguna vez; puntualmente aquella de su discípula que cuando usted refería fenómenos culturales, hizo mención a la costumbre atávica de algunos pueblos –el judío, básicamente-, que le practicaban la circuncisión a los recién nacidos. Fue en ese momento que una de sus alumnas lo interrumpió para preguntarle qué es la circuncisión. Cuando lo contaba no podía evadirse de trasladarse a través de la memoria al momento de la inesperada pregunta y, como en aquel momento, cierto rubor le coloreó el rostro.

“Bueno mademoiselle –contaba usted que dijo-, en verdad me pone en un aprieto”, mientras el resto del alumnado estallaba en carcajadas que contribuyeron a ponerle un toque de hilaridad al momento.

Lo hemos hablado muchas veces, Profesor; la gente habla mucho y dice poco, ayer una exalumna de la UADER me dijo que su sapiencia, su nivel de conocimiento y su manera de enseñar filosofía lo definían como un filántropo. Quedará a salvo la intención del homenaje.

Profesor, usted ya no será el protagonista amable de los encuentros callejeros. Lo extrañarán las esquinas de esta Paraná que supo parte de su historia, se les harán un poco más largas las mañanas a los vendedores de diarios, y las librerías, como yo me niego a hacerlo pero no queda más remedio, tendrá que sacar su nombre de la lista de habituales.

¿Se da cuenta de todo lo que nos pasó por haber dejado enfriar un café?

En el anecdotario de las estupideces se deberá inscribir su nombre a la hora de la muerte.

Miren si Gustavo Lambruschini se va a resignar a morir.

(*) Especial para ANÁLISIS

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