La bolsa o la vida

Por Gustavo Sánchez Romero (*)

 

La pandemia del coronavirus parece haber sorprendido al mundo como solía hacerlo un sigiloso ladrón a un grupo de gentilhombres en un tranquilo camino medieval. De pronto alguien salta del interior de un bosque -he aquí el origen del término emboscar- y arrebata a punta de espada la riqueza de los viajantes. “La bolsa o la vida”, amenazaba el malviviente, arrojando como advertencia una antinomia que no dejaba demasiadas opciones: resistir el atraco significaba perder la vida; entregar la bolsa con las monedas lo convertía en un miserable pordiosero.

Salvando la distancia de algunos siglos, el Covid 19 parece haber traído al umbral del siglo XXI una dicotomía similar a la que ocurría en los bosques de Sherwood, sin un Robin Hood con capacidad para intervenir y distribuir.

 

Mensajes, mensajes

 

La pandemia aparece en un momento en que la civilización se encuentra libremente limitada por una polisemia nunca vista, el ciclo de producción, distribución y consumo de mensajes es hoy casi infinito, inversamente proporcional a la rapidez con que este mismo ciclo recomienza.

El efecto placebo de las redes sociales coloca a las personas en una dañina sobreinformación, con poderosa capacidad de emitir o reproducir, poco importa la veracidad, seriedad o profundidad de los contenidos. Eso es lo que menos importa. Las redes interpelan de una forma en que casi nadie resiste la tentación a la visibilidad ya que para estar se requiere, precisamente, exhibirse, aunque se despersonalice al emisor.

Los medios tradicionales de comunicación tampoco ayudan al momento.

Y más allá del buen criterio que parece haber tomado el Presidente Alberto Fernández en cómo ha ejercido el liderazgo en esta etapa, la sociedad civil percibe que la política está jugando para el equipo del Rey Juan.

Quizá por definición profesional o antecedentes personales, el pesimismo abraza a muchos como un oso. Podríamos decir que, en medio de la miasma, es casi imposible evitar la pulsión hacia lo apocalíptico.

Y la pregunta del millón es: ¿La bolsa o la vida?

¿Es ético preguntarse desde las ciencias políticas, la economía o humildemente, desde el periodismo, sobre las consecuencias económicas de la crisis sanitaria cuando el riesgo principal y candente es cuántas vidas puede costar esta coyuntura?

Resulta palmario que a medida que crece el número de infectados en el mundo, tanto en los países centrales como en los de la periferia subdesarrollada, y mientras algunos profesionales y especialistas echan su ancla analítica en la capacidad del Covid 19 de expandirse y buscan paliativos en las conductas sociales y esperanzas científicas; desde otro lugar, otra pléyade de hombres lúcidos se plantea la conveniencia de profundizar los aislamientos y cerrar cada día más la vida pública en virtud de las todavía inasibles consecuencias que tendrá esto para las economías generales y la vida de las personas.

 

Un debate aún incipiente

 

Tan complejo es el debate que el más sencillo de los mortales no podría posicionarse definitivamente de un lado u otro del mostrador.

Es natural que el impulso lo empujará a privilegiar la vida ante cualquier otra opción. Pero a medida que se advierte -a pocos días de andar en el país con este drama y mirando el espejo retrovisor de otros países- la pérdida de empleos será oceánica, desaparecerán unidades productivas de todo tamaño y escala y el futuro escenario social es muy incierto. La pregunta sobre una opción u otra crece entre el temor de las sociedades mundiales, cualesquiera, sea su historia o cultura.

En tanto, comienzan a aparecer las opiniones acerca de la necesidad de tener una mirada que, al estilo de la amplia avenida del medio, se encuentren puntos de intersección entre intentar proteger la vida de las personas -especialmente de la población vulnerable- y se cuide la economía, con el razonable argumento que moriría más gente por los problemas de una crisis generalizada del empleo, los ingresos y el consumo, y la inanición del aparato productivo nacional que por una pandemia sanitaria.

Los ejemplos de la desidia de Boris Jhonson en Inglaterra, Donald Trump en Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador en México y Jair Bolsonaro en Brasil no vienen en auxilio de esta hipótesis.

La tendencia a que pongamos en marcha la economía y que los melones se acomoden solos, y mientras tantos cuidemos a la población vulnerable está desinflándose al calor del crecimiento de número de casos en las grandes potencias de un capitalismo global desconcertado.

Los países que miraron mejor el derrotero del virus en Europa tienen hoy mejores indicadores, pero no es una garantía.

Entre ellos se impone el cierre de fronteras, en ocasiones con toque de queda, el aislamiento generalizado y la manu militari para que la población se quede en casa.

Lo que sí es una certeza en los analistas, intelectuales y bien informados es que el Estado no podrá dar cuenta de un pico descontrolado de la pandemia en la Argentina y los especialistas miran las semanas próximas imaginando escenarios muy pesimistas, pero aún evitan el dramatismo.

El resto de la población se maneja con el arte de la presunción. Prefiere rebozar la realidad en una clerical esperanza. Muchos eligen el optimismo como un salvoconducto al temor que invade a gran parte del mundo. En reclusión, sin interacción social, el espíritu humano es un conejito de indias dentro de laboratorio de ensayos.

 

Cuasimonedas

 

Se ha filtrado la información -y en los principales escritorios del gobierno entrerriano no lo niegan- que los gobernadores evaluaron en la última cumbre presidencial la posibilidad de emitir cuasimonedas.

Apenas han pasado dos décadas de 2001, y la situación fiscal y social amerita emisión monetaria, cosa que al titular del BCRA no le temblará la mano en ejecutar, y tomar deuda, como la que ofreció el FMI al gobierno argentino y que Alberto Fernández no tendría problemas en aceptar

No parece una locura. Si la opción es que el Banco Central active la maquinita sin control sometiendo al peso a un estrés insoportable, que se depreciaría como la promesa de un borracho, quizá convenga que sean las propias provincias las que busquen morigerar los impactos sociales con papel pintado que se desplomaría indefectiblemente, pero con efectos controlados.

Desde Sir Thomas Gresham, en el siglo XVI, el homo sapiens elige la moneda fuerte despreciando a la débil.

Pasada la emergencia, sería más fácil rescatar estos bonos perecederos -aunque en un contexto más difícil que en 2003- que lidiar con un peso que se parecería cada vez más a sus colegas bolívarianos.

Sin inversión privada ni pública, sin empleo, sin crédito y con una masa monetaria (M1) creciendo ante la indiscutible necesidad de poner dinero en los bolsillos de la población, la inflación será tan inevitable como pueril.

Hoy todos piden un New Deal a lo gaucho. Será con un Estado famélico sometido a necesidades en su peor momento, empresas sin poder pagar salarios y estrepitosa caída de los ingresos públicos y la actividad económica en asfixia inminente. Todo está por hacerse, sin bitácora. Ese es el mayor desafío.

 

Incertidumbre

 

La realidad argentina se define minuto a minuto. La sociedad apela a su impulso atávico de cuidar la vida. Pero ya empiezan a aparecer señales peligrosas de un mundo sin actividad privada que pueda dar cuenta de los bienes y servicios básicos de la sociedad. En este debate, por ahora, aparecen dos posiciones conflictivas que entran en colisión.

La bolsa o la vida sigue siendo hoy todavía una antinomia.

Pero la pandemia ha movido todos los registros y debemos pensar en medio de una disrupción. Esta discontinuidad tiene algo en que todos coincidimos: el mundo que viene no será igual al que conocimos.

Así las cosas, y en la emergencia general, de nada sirven aquellas voces que se ubican en los límites. Po un lado están aquellos que siguen pontificando por una falaz épica de un Estado omnipresente, sin fundamento alguno; y por el otro aquellos que pontifican desde el extremo ideológico que afirma que el Estado aprovecha la coyuntura para avasallar la propiedad privada con la excusa de la salud pública.

Esperemos que la contradicción no necesite resolverse y en breve lapso una y otra pierdan miedos y angustias.

Pero si no es así, el debate espera agazapado las autoridades deberán darlo. Tomará decisiones en asamblea o lo hará en la mesa chica. Todos debemos recordar lo que decía el poeta: Hay que cuidarse de la derecha cuando es diestra, y de la izquierda cuando es siniestra.

 

(*) Esta columna de Opinión se publicó originalmente en el portal Dos Florines.

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