Por J.C.E. (*)
El tipo es muy rico, dicen los que consumen noticias de lo que no es, precisamente, lo mejor de la realidad política con la que nos toca convivir. El juicio es, sin dudas, apresurado, o está mal expresado.
El hombre no es rico, ser rico es otra cosa, como mucha aproximación podríamos hablar de un “enriquecido” que, de hecho, no es lo mismo.
Los ricos van por la vida de frente y no suelen tener de qué avergonzarse ni manejos espurios para disfrazar; sus fortunas tienen respaldo a la vista y no hacen alardes de sus posesiones.
Los enriquecidos tienen la necesidad de mostrar que lograron abandonar la pobreza y se les hace menester ostentar, y si la ostentación orienta al que mira hacia manejos non santos sienten que su cometido tiene un valor agregado.
Cuando los enriquecidos admiten –porque manejan poder- reinsertarse en la vida y para eso negocian desprenderse de bienes mal habidos cuya suma en moneda corriente impresiona pero no se acerca a los valores de cuanto se han apropiado sin demasiado disimulo, suele caerse en errores que si bien están habilitados por los cánones judiciales, no aplican en lo que nuestro ciudadano de a pie considera honorable.
Si te hiciste indebidamente de unos cuantos millones y solamente se te confiscan bienes por el 30 por ciento del valor, hay algo que a simple vista no cierra: favoritismo o connivencia.
Los caminos del poder son escabrosos y quienes los transitan, por lo general, también.
En definitiva, si se tiene el cuero duro, la cara de piedra y ninguna vergüenza, no se hará posible ser rico pero sí fácilmente enriquecerse sumándose a las huestes de los deshonestos de siempre.
En medio de todo esto hay un cómplice distante y silencioso que con su actitud convalida desde el silencio la inmoralidad instalada que atenta contra su sustentabilidad económica como pueblo.
Cuál es la razón, se pregunta el ciudadano de a pie, por la que los enriquecidos ya juzgados, ya condenados en libertad, ya lo más parecidos a ciudadanos de bien, conserven una parte sustancial del patrimonio que no les pertenece ni nunca les ha pertenecido y los ponen en términos de confort a distancias siderales de la gente que trabaja toda la vida para acceder a una jubilación irrespetuosa en una realidad de apremios y necesidades cotidianas.
Dicen por ahí que justicia lenta no es justicia.
Justicia injusta tampoco.
(*) Especial para ANALISIS.