Por Juan Cruz Butvilofsky (*)

Ya pasaron 8 meses de aquel sábado 7 de marzo, último fin de semana en donde se pudo practicar deporte en competencia. Desde entonces, deportistas amateurs atravesamos un proceso diario de convivir con esa anomalía. El que practica o practicó un deporte con cierto grado de seriedad sabe de lo que hablo, es la ausencia de lo que es constante.

De a poco se pudo volver a entrenar y luego en nuestros clubes. Se demostró que si los deportistas estaban en su club, no iban a estar en los espacios públicos donde la gente sin club acude. Entendiendo los procesos dinámicos que impone la pandemia, volviendo para atrás cuando así pidió el Ministerio de Salud y retomando la actividad a penas se pudo. Si bien debe haber malos ejemplos, en general los clubes sirvieron como instancia intermedia de control de las variables de la pandemia y llegó con mayor precisión que el gobierno con toda lógica. En este contexto, las organizaciones intermedias deben ser el apoyo complementario a las autoridades ya que es una situación extraordinaria difícil de comandar.

Sin embargo, la situación actual requiere de que el deportista amateur tenga la posibilidad de competir. Bajo los estrictos protocolos que cada asociación presentó o deberá presentar. En espacios al aire libre, sin presencia del público y con un cronograma de horarios que colabore con evitar que se crucen más personas que la de un partido. Por ejemplo, en un partido de hockey sobre patines o futsal no habrá más de 40 personas al aire libre y se trata de un escenario que podemos observar en el parque, en un bar, en una feria, etc.

Nos dirán, como viene sucediendo, que en el deporte hay una posibilidad de que haya mayor contagio producto de la actividad física. Y ese argumento nos abre la puerta al segundo fundamento de la necesidad de que permitan la competencia: el reconocimiento de la realidad.

Basta pasar por una cancha de fútbol 5, por un campito, por algún complejo de canchas de alrededores de Paraná, por alguno de los gimnasios, para observar que en realidad ya está ocurriendo lo que pretenden evitar con la norma. Ocurre sin control, no porque las autoridades quieran o no quieran controlar, porque es realmente imposible controlar el total de las situaciones.

¿No es mejor, acaso, que sean las asociaciones, clubes y pymes que conforman las ligas amateurs las que oficien de intermediadores de las actividades haciéndose cargo del control? ¿No es mejor que haya una competencia armada en base a los protocolos necesarios a esta situación en la que se hace lo que se quiere? ¿No es injusto que el sistema permita hacer a los que incumplen y castigue a los que hacen las cosas bien?

Existe la posibilidad de que lo clandestino y protocolizado convivan en simultáneo, pero habría que permitirse pensar en que proporciones y cuánto de lo que ocurre está bien controlado y cuánto no. La política pública debe ser de posible aplicación y la prohibición está demostrando ser ineficaz en este momento.

Pero a todo este análisis hay que sumarle un elemento clave de circunstancia: el contagio del virus en Paraná está disminuyendo sin que se apliquen medidas restrictivas. Así lo muestra la evolución del promedio semanal de contagios. Esto, según he podido preguntarle a la ministra de Salud Sonia Velázquez y a Carlos Berbara en entrevistas radiales, se da por una multiplicidad de factores que van desde el comportamiento habitual del virus en todo el mundo, pasando por la conducta típica de los tiempos de calor con ventanas abiertas y actividades al aire libre e incluso un mayor porcentaje de inmunizados por contagio, sin que esto habilite a pensar -por magnitud- en la teoría del rebaño.

Para ANÁLISIS vengo llevando dicho promedio con el objetivo de analizar las medidas en ese contexto. Así se pudo observar con claridad que cuando el gobierno determinó el retorno a fase 3, esto implicó una disminución de más de 20 contagios diarios en promedio. Ese mismo dato, permite analizar que desde la semana en donde hubo promedio récord de 158,7 contagios diarios (la que fue desde el domingo 18 al sábado 24 de octubre) los niveles de contagio empezaron a disminuir sin que haya mediado ninguna medida de mayor restricción: la última semana de octubre registró un promedio diario de 125,85 contagios diarios (menos 30 que la semana anterior), mientras que en la primera de noviembre bajó a 102,1 contagios diarios. Por último, esta semana que finaliza este sábado 14 de noviembre, el promedio diario fue de 79,1.

No sólo no hubo medidas que restrinjan la circulación sino que debe haber sido el período en el que mayor circulación hubo desde el inicio de la pandemia. Sólo basta con leer los portales cada lunes y ver cuantos encuentros sociales se realizaron cada fin de semana.

Esto impone un cambio de orientación en las políticas públicas. Probablemente en el Ministerio de Salud esto ya forma parte del plan de acción, hubo signos en este sentido y ojalá se aborde así la temporada veraniega.

Está claro que las posibilidades de contagio en la competencia deportiva al aire libre de los deportes colectivos son, al menos, similares a las de muchas actividades habilitadas y a muchas actividades clandestinas que ocurren sistemáticamente. Es necesario comprender que el deportista tiene a la competencia como motor de su vida, como cable a tierra, como catalizador de lo que padece día a día. La gran mayoría son trabajadores, trabajadoras y estudiantes, que durante la semana acumulan un cansancio físico/mental que sólo se descomprime el fin de semana cuando te pones tu camiseta y te aislas por una hora del mundo. Me parece que se trata de algo que merece ser tenido en cuenta.