Sobre la educación argentina.
Por Beatriz Arbasetti (*)
Especial para ANÁLISIS
Una vez más, distraídos entre la alarma de la pandemia y la fragilidad de la economía, los ciudadanos argentinos no prestan atención a la disputa suscitada en torno a la cuestión educativa. Se habilitan el fútbol, los casinos y los shoppings, mientras las escuelas permanecen cerradas tras 250 días. El abogado Trotta repite como autómata las directivas gremiales sin fundamento alguno, de que “no están dadas las condiciones” para que retornen a las aulas alumnos y maestros. Descarta de plano la actividad más esencial…
Durante nueve meses de pasividad, ¿se solucionaron los problemas edilicios en las escuelas, se las preparó para el trabajo con protocolos de seguridad contra el covid, se capacitó a los docentes de manera virtual, se activó un acceso igualitario de niños y jóvenes al sistema informático para el desarrollo de su educación, se supervisó la ejecución de programas a distancia de cada establecimiento, se ha reflexionado sobre la naturaleza de la evaluación que se adoptará?
Los maestros y profesores que han trabajado de modo virtual poniendo herramientas propias al servicio de la enseñanza, manifiestan una voluntad admirable respecto del rol que les cabe como educadores, profesión esta de las más significativas para el crecimiento de una nación seria y competente, como exigen los tiempos.
La CABA ha hecho hincapié en la formación docente que, como pilar de todo sistema educativo, debe ser universitaria y requiere de capacitación en servicio. Probablemente la última vez que la Dirección Nacional de Educación Superior encaró un programa de Fomación de Formadores de largo aliento fue durante la gestión del ministro Salonia, hace treinta años.
Cuando las provincias se hicieron cargo de los INES, pocas mantuvieron esta experiencia tan saludable y valorada por los docentes. La provincia de Entre Ríos la abandonó.
Nos enteramos de que Japón inaugura un sistema educativo novedoso para formar “ciudadanos del mundo”. El cosmopolitismo exige saber Aritmética de Negocios, Lectura, Civismo (ética, respeto de las leyes, convivencia, ecología y medio ambiente), Computación en todos sus usos y al menos cuatro o cinco idiomas. Es un programa ambicioso y deseable pero no imposible para la tenacidad de una cultura milenaria y exquisita.
Nosotros, gracias al normalismo y la educación pública, laica y gratuita que consagraba la Ley 1420, asistimos al ascenso social de miles de niños y jóvenes que transitaron por el sistema. Cada modalidad secundaria tenía su propia salida laboral: maestro, perito mercantil, técnico con diversas orientaciones.
Para admiración de Vargas Llosa, Carlos Fuentes y tantos viajeros que nos visitaron, supimos ser la “Atenas del Plata”, faro de luz en la educación de América del Sur y centro cultural de excelencia. Muchos fueron los extranjeros que estudiaron en las Universidades argentinas.
¿Sabrá esta historia el abogado Trotta, que se inició políticamente con Domingo Cavallo, estudió en una universidad privada, no tiene título docente y carece de competencia específica para su función?
Los hijos de la escuela y la universidad públicas observamos consternados la agonía de la educación argentina, tras reformas negligentes e inútiles, reducciones presupuestarias injustas y falta de proyectos innovadores para afrontar las demandas del nuevo siglo.
Si no funciona la usina de ideas, no estaría mal conocer o emular otras experiencias, como la que señalamos en Japón. Alemania, por ejemplo, sostiene el Gimnasium que tan buenos resultados ha dado, incluyendo el Latín y el Griego.
Contra toda fútil opinión, rescatamos el mérito surgido del esfuerzo y el trabajo personales, que son condición indispensable para toda formación (Bildung) perdurable y de calidad.
Las naciones devienen grandes cuando privilegian la educación de cara al futuro.
(*) Profesora.