Pablo en la tierra prometida

Pablo y Américo Schvartzman

Por Américo Schvartzman

Se fue mi viejo, Pablo. Ya no sufría, hacía varias horas estaba en un sueño plácido. Antes alcanzó a recibir la noticia de los resultados del PET de su amada nieta Luci, lo cual sin dudas lo ayudó a irse más confortablemente.

Se fue a su manera, como vivió. No le gustaba Silvio pero a mí sí, por eso estoy seguro de que podría haber cantado "Yo no sé lo que es el destino / caminando fui lo que fui / allá Dios que será divino / yo me muero como viví".

Su esposa Celia y sus nietas Lucía, Irene y Melina lo desbordaron de amor, en especial en este cercano tiempo. El cáncer de mi hija mayor, ese mismo que lo lastimó mucho (confirmando como siempre que la vida no es blanco y negro sino sobre todo matices cambiantes y dinámicos) les "permitió" a las tres (al reunirlas para afrontar todes juntes el tratamiento de Lu) disfrutar de su Tata este último año, su último año de vida, como quizás nunca lo habían hecho.

Y Pablo tuvo una larga y fructífera vida. Casi 94 años (él hubiera contado 94 porque siempre se agregaba un poquito: "Yo cuento los meses en la panza 'e mama", decía) en los que fue feliz, puteó como nadie, disfrutó y ejerció todas sus locuras y pasiones, se bebió toda su vida de a sorbos lentos, y fue todo lo que quiso ser, orgulloso, terco, lleno de defectos, y a la vez generoso, abierto y amoroso, lleno de virtudes tras su armadura de siempre, que solo se desarmaba ante su amada Celia.

A mí me dejó un regalo inesperado, hace ya varios meses. Nuestra relación siempre estuvo llena de de claroscuros, como todo vinculo entre padre-hijo. Quizás por ser demasiado parecido a él, precisaba ser su contracara para poder ser yo, y durante décadas nos peleamos tanto como nos amamos.

Pero uno va madurando, o al menos eso cree. Cuando logra entender que sus padres son seres humanos y deja de verlos ni como sus superhéroes de la niñez ni como los supervillanos de la adolescencia, es el momento de empezar a disfrutarlos. Pero eso puede llevar demasiado tiempo, y quizás llegar tarde. Por suerte no me pasó. A él le gustaba jugar con esa idea de que algún día yo iba a reconocer que era él quien tenía razón en todo. Eso no va a pasar, porque (tal vez) terminé siendo más terco que lo que él haya sido. Pero sí pude darme cuenta a tiempo de todo lo que valía y disfrutarlo enormemente.

El adiós a Pablo Schvartzman

El adiós a Pablo Schvartzman.

En su último cumpleaños, al llegar a los 93, le escribí unas décimas que le gustaron y (sorprendentemente, porque Pablo no era de elogio fácil) dijo que estaban muy bien. Pero una de ellas en particular parece que le gustó más. Mis décimas siempre son medio en joda, y ésta no era la excepción, pero se ponía seria en el final. Era ésta:

No coincidimos en todo

o en casi nada, quizás.

Pero a veces al pasar

me reconozco en sus modos

y puteo, me acomodo

pero nunca me desvío

en algo suyo y muy mío:

fue quien me enseñó en la vida

que la tierra prometida

está aquí, y es Entre Ríos.

Tanto le gustó que cinco meses después –ya en plena pandemia, con muchas noticias bravas para la familia, lo de Luci, mi vieja internada y con un stent en el cuore, y todo eso– cuando se le diagnosticó su miastenia gravis, una mañana de fines de mayo, Pablo escribió esta otra décima, inspirada en aquella (y en su particular interpretación "criolla", donde forzaba un poco la lengua y "escrebía" con errores):

TIERRA PROMETIDA

Estoy sintiendo este frío

que no es el de los imbierno

y, anque no me siento enfermo,

me suelo poner sombrío

porque tengo pocos brío';

pero estoy agradecido

de que mi hijo haya aprendido

esta enseñansa 'e mi bida:

que la Tierra Prometida

está aquí y es Entrerrío.

(Pablo Schvartzman, 31 de mayo de 2020)

Esa décima fue como un regalo inesperado, que le daba sentido a muchas de nuestras discusiones e intercambios. Sí, Pablo hacía mucho que había entendido eso que, sin embargo, nunca había dicho hasta ese momento: que él ya vivía en la Tierra Prometida. Que la cosa es acá, que "Atlántida y El Dorado quedan aquí, / aquí cerca de la rota ilusión quemada...", como canta Cabrera.

Porque entendió eso fue feliz. Por eso produjo todo lo que produjo. Porque amó profundamente a esta tierra, a esta gente, a su pueblo, al que a veces no entendía, al que a veces puteaba (menos que a sus clases dominantes, claro); y con el que sin duda estaba conectado en un nivel mucho más cercano a la emoción que a la razón y a las palabras. Pero que en mayo de 2020 encontrara esa razón y esas palabras para decir lo que estaba como lecho duro, rocoso, indiscutible en su prédica, en en sus versos, en sus ensayos, en su pasión desenfrenada por anotar y conservar todo lo que tuviera algo que ver con su amada provincia, con su lugar en el mundo, con la tierra que su papá y su mamá habían elegido para vivir y morir, esa tierra que fue refugio de perseguidos, vergel de desheredados de todo el planeta, sí, acá ¡qué duda cabe! acá está la Tierra Prometida... ése fue su regalo inesperado.

Creo que Pablo, que desde hace varias horas descansa plácidamente, lo sabía pero no lo decía con todas las letras, quizás dolorosamente por muchas otras razones que no voy a desplegar aquí, porque tienen que ver con cuestiones de creencias, de cuestiones atávicas (que en verdad esconden imposiciones dogmáticas), de trabazones mentales que llevan a que les humanes no podamos convivir en paz, en libertad, en igualdad. Pero sentía, como Alejo Peyret: "¿Acaso puede verse nada más bello que las orillas del Paraná y el Uruguay, y no son estas provincias destinadas por la Providencia para ser la mansión dichosa de millones de seres humanos, todos libres, todos iguales, realizando un ideal de sociedad desconocido todavía en la tierra?”

Él estaba en la Tierra Prometida desde hacía mucho. Que lo haya podido decir, que haya podido manifestar su orgullo porque su hijo lo entendió, lo siento como un regalo inmenso, como parte principal del enorme legado que me deja, a mí y a mis hijas. Y a mi pueblo, por supuesto.

Así que en medio de esta catarata de cosas que va generando el adiós, el necesario duelo, vuelvo a José Martí –como siempre que perdemos a alguien que tuvo una vida tan fructífera–, a esa frase hermosa que tantas veces les compartí a mis hermanos y hermanas que coseché en el camino al tener una pérdida: "La muerte no es verdad cuando se ha cumplido la obra de la vida".

Hasta siempre, Pablo, querido Viejo, y ojalá la vida nos permita seguir honrando tu Tierra Prometida, que es la nuestra. Sé que te estaremos honrando a vos de esa manera.

PD1. Quiero agradecer a trabajadores y trabajadoras de la Cooperativa Médica por el cuidado, el amor y el cariño con el que se brindaron a mi viejo en estas semanas, desde su internación en noviembre hasta las intervenciones e internación en estos últimos días. En especial, a los médicos/as Marina Marabini y equipo de cirugía, a enfermeros/as y médicos de terapia intensiva, Fabricio Papes, Matías Lombardi, al personal de Alerta, al neurólogo Oscar Grilli, a Martina Oviedo y al médico de PAMI, Hugo Chichi. En nombre de toda mi familia, gracias.

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