Escribe Dolores un libro para este tiempo

Dolores Etchevehere

Por Antonio Tardelli (*)

 

Luis Lorenzo Etchevehere fue en los años treinta del Siglo XX un ejemplar gobernador de Entre Ríos. Ejerció el poder y no se llenó de oro. Su nombre permanece asociado a iniciativas que aún hoy, casi un siglo más tarde, lucen progresistas: fundó un banco que gente que vino después, supuestamente más popular, privatizó y extranjerizó. Impulsó un notable texto constitucional. Murió austeramente.

No obstante, una de sus bisnietas, Dolores, afirma que el gobernador Etchevehere inauguró en Entre Ríos un ejercicio del poder que únicamente persigue el propio beneficio. El interés particular. La ventaja de quien manda. Opina que su bisabuelo sembró un camino de componendas que se ha prolongado hasta hoy. Que Luis Lorenzo fue el primero de una estirpe de déspotas y truhanes.

Es tan notoria la distancia que media entre la aceptada imagen del gobernador Etchevehere y la caracterización de su rebelde retoño que el contraste obliga a examinar con precaución cada una de las aseveraciones que Dolores Etchevehere efectúa en Sola, el libro que la editorial Planeta acaba de lanzar a la calle. El subtítulo es prometedor. Reza: “Una familia millonaria. Una mujer excluida. Una pelea desigual. Una alianza inesperada”. La presentación genera expectativa.

Pero el contenido es menos atrapante. Y el rigor (por lo menos en algunos detalles, que vuelven sospechosos los restantes) brilla por su ausencia: a ese mismo Luis Lorenzo Etchevehere, supuesta expresión inicial de un perverso ejercicio de mando, se le asigna el rol de fundador de El Diario. Se sabe que ello no es correcto. Que no es exactamente así. Siempre se supo y la verdadera historia está contada de forma documentada por el periodista Jorge Riani en El imperio del Quijote. Dolores, que reniega de quienes caracteriza como “los Etchevehere corruptos”, compra sin embargo parte de un relato familiar en verdad sujeto a controversia.

En todos los sentidos una familia tradicional, los Etchevehere (o una de sus ramas) son diseccionados en el texto de Dolores, que el año pasado alcanzó notoriedad al ocupar en Entre Ríos, junto a trabajadores desocupados que integran el movimiento del dirigente oficialista Juan Grabois, la estancia familiar Las Margaritas. Denuncia Dolores Etchevehere que ha sido víctima de una maniobra delictiva. Que le han falsificado la firma. Que la han privado de sus pertenencias. Que su madre y sus hermanos la han estafado descaradamente.

Sola no avanza más allá de lo conocido. Peleándose de a ratos con la sintaxis, Etchevehere afirma que la vida ha sido con ella particularmente despiadada. No obstante, su autoestima ha quedado a salvo. “Mi espíritu es virtuoso”, se autorretrata. Habla de su familia, de sus patrones de conducta y efectúa revelaciones del todo inconducentes salvo para pintar un entorno cultural que, asegura, es revelador del clima que hizo posible la maniobra montada en su contra. La descripción de Dolores es similar a muchas otras que transitan por los estereotipos de las familias pudientes de prosapia rural.

La mujer, decidida, reitera los cargos. Asegura que su madre, Leonor Barbero Marcial, y sus hermanos Luis Miguel (ex presidente de la Sociedad Rural Argentina y ex ministro de Agroindustria durante el gobierno del presidente Mauricio Macri), Sebastián y Juan Diego, adulteraron documentos para birlarle su patrimonio. Les enrostra operaciones financieras ilegales y maniobras de vaciamiento de empresas. Hace notar de manera oportuna (porque el sistema institucional de Entre Ríos parece haberse olvidado del asunto) que ochenta trabajadores fueron despedidos de El Diario, el tradicional matutino propiedad de Sociedad Anónima Entre Ríos, sin que se les pagaran los salarios adeudados ni las correspondientes indemnizaciones.

En un mundo que prolijamente divide entre réprobos y elegidos, Dolores se anota en el grupo de quienes aman a los pobres. Recuerda que de pequeña invitaba a jugar a su casa a los amigos indigentes y que su madre, inflexible, los echaba sin preámbulo (“sacá a esos negros de acá”, revela que le ordenaba su progenitora al sentir invadido su hogar). La autora evoca con nostalgia las andanzas infantiles que en las estancias de la familia compartía con los hijos de los capataces y parece idealizar un pasado de encanto. “Yo siempre fui muy inquieta y curiosa”, anoticia. Cuenta que su personalidad es bien “genuina”.

Protesta contra los periodistas que, desde su punto de vista, deformaron el conflicto poniéndose del lado de “los Etchevehere corruptos”. Alecciona acerca de las buenas artes que un profesional del periodismo debe poner en juego en su trabajo pero sin embargo escribe con grafía defectuosa los apellidos de algunos protagonistas de la enmarañada historia. No desconfía del capitalismo. No. Eso no. Pero en línea con su mentor Grabois, y con el mentor de su mentor, el Papa Francisco, reivindica la función social de la propiedad. Se queja de que el denunciado vaciamiento de El Diario no haya sido debidamente investigado. Asegura que hace ocho años entregó la documentación correspondiente a Jorge García, procurador general de Entre Ríos, y puntualiza que la causa se reactivó sólo después de la transitoria y revoltosa ocupación de la Estancia Las Margaritas. La puntualización es dolorosamente exacta.

Las demoras, añade, deben ser también cargadas a la cuenta del Poder Ejecutivo. Los expedientes no avanzan pese a que, según revela, el fiscal de Estado, Julio Rodríguez Signes, le ofreció sus servicios para acelerar el expediente mediante sus aceitadas relaciones con el procurador García. En un shopping de Buenos Aires, cuenta Dolores Etchevehere, se entrevistó a su debido momento con Rodríguez Signes y con el entonces ministro de Cultura y Comunicación, Pedro Báez. Hablaron de las maniobras de “los Etchevehere corruptos” y del empresario Walter Grenón, de quien se soslaya su condición de importante financista de la campaña del presidente Alberto Fernández.

Todo lo que debe padecer, denuncia Etchevehere, es producto del pacto de poder que agobia a Entre Ríos con sus ramificaciones políticas, judiciales y económicas. Los Etchevehere, informa, controlan todos los resortes institucionales de la provincia. No se mueve una hoja en las cuchillas montieleras sin que los Etchevehere lo decidan. Informa por tanto: no será la Justicia de Entre Ríos, sino la Justicia Federal, la que resguarde sus derechos (curioso: algo similar alegan los defensores de los imputados en la causa Contratos Truchos, la estafa más impresionante a la que haya asistido esta provincia en los últimos cuarenta años). Dolores se planta contra la corrupción. Dolores es una cruzada. Su espada es Grabois, diligente acompañante de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando la ahora vicepresidenta debe concurrir a los tribunales de Comodoro Py a explicar el asombroso incremento de sus cuentas bancarias.

Exhorta Dolores: hay que acabar con el pacto de poder. Por eso, según corroboran las noticias, confluye con el precandidato a diputado nacional por la coalición oficialista, el Frente de Todos, Enrique Cresto. El Frente de Todos es el espacio que ejerce el poder. En el país y, desde hace casi dos décadas (con otros nombres de fantasía), en Entre Ríos. Entiende (no lo dice pero se puede colegir) que Cresto carece de toda ligazón con el ex gobernador Sergio Urribarri y con el actual primer mandatario Gustavo Bordet. El razonamiento político de la autora se vuelve allí pedregoso: asegura que Bordet, quien duda entre ser fiel a Fernández o a Macri, pretende militar en el Pro. Bordet, asegura, quiere ser de Macri. Siempre quiso tal cosa, interpreta Etchevehere. En determinados pasajes el libro se hace algo ininteligible.

El de Dolores Etchevehere, Sola, es un texto escrito para este momento. Le calza justo a este tiempo. Encastra con la época. Nada le sobra ni nada le falta para estar a tono con esta era binaria. En él, los buenos son muy buenos. Buenísimos. Y los malos son muy malos. Son malísimos.

Es un libro simple escrito para lectores sin pretensiones. No está dirigido a quien pretenda quitarse las dudas. No es para quien intente rastrear las claves de una pelea atractiva. No para quien busque respuestas –incluso– sociológicas o psicológicas a un conflicto que hace muy poco hizo las delicias del sistema mediático y conmovió al poder político de la Argentina en general y de Entre Ríos en particular.

Se mete en algunos de los complejos dramas actuales (el poder inescrupuloso, la corrupción galopante, la desigualdad avara, los prejuicios clasistas, la producción excluyente) desde una perspectiva algo naif que termina haciendo ruido. Que desconcierta. El mundo perverso que describe reclama algo más que el entusiasmo integrado de La Novicia Rebelde.

Literariamente pobre, políticamente confuso, el texto convive con una incógnita que no despeja: queda la sensación de que a la historia le están escamoteando alguna pieza central, un dato ignorado, una razón omitida, cuya revelación permitiría ordenar el conflicto de un modo más entendible. Hay algo no dicho. Falta una clave que permita entender el pentagrama. El misterio permanece sin ser aclarado. ¿Por qué me roban?, se pregunta Dolores Etchevehere. Porque soy mujer, se responde. Es cierto que el patriarcado no ha muerto pero la Argentina no es Afganistán.

Las miserias que denuncia Sola merecerían una perspectiva a la que, por decisión o imposibilidad, el texto no se arroja en momento alguno. Termina siendo un documento ramplón que sobrevuela temas importantes para un consumidor no muy ávido de explicaciones.

Es posible que a ese público, el que persigue respuestas bien masticadas, el libro no lo defraude. Si tiene ganas de entretenerse con una historia de redención, bien puede el lector acompañar a Dolores Etchevehere en su intento editorial. Y en su muy encomiable camino de conversión.

 

(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS.

 

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