Tomás de Rocamora.
Por Roberto Romani (*)
Desde aquel lejano 11 de agosto de 1782, cuando Tomás de Rocamora dio el nombre de Entre Ríos a este sector del territorio americano, quienes heredamos la ilusión acariciadora del verde, asumimos el compromiso de mantener los asombros de la comarca.
Y darle espíritu libre y universal a los hermanos del fuego y la ternura.
Se levantaron las primeras capillas y cabildos sobre las huellas aborígenes de quienes habían inaugurado las acuarelas esenciales de la esperanza fluvial.
Los hijos guerreros que delinearon con lanzas la estrella federal de Ramírez, Urquiza y López Jordán, nutrieron de fe paisana la savia montielera.
También llegaron los gringos, los queridos abuelos inmigrantes que, con el recuerdo de las viejas aldeas, fundaron el nuevo tiempo del trigo y del amor.
Y allí, en la fusión maravillosa del trabajo tesonero y la alborada agraria del progreso, se gestaron los sueños; nacieron los poetas y florecieron las auroras de la provincia azul.
Hacía falta entonces la presencia de los peregrinos del canto, para que dibujaran un itinerario de risas en el idioma universal de los pueblos.
Se vistieron de río, caminaron la historia y salieron con el cielo en las manos a repartir la vida.
La gran bandera de las igualdades albergó en sus pliegues de pureza la cristalina lluvia del monte nativo. Y se detuvieron los hombres del surco y la voz ciudadana para escuchar la brisa feliz del alma entrerriana.
Así comienza la primavera del paisaje hecho canción.
Y descubrimos en cada página de sonidos ancestrales, la raíz argentina de los hermanos juglares, que anidan trinos en sus ojos buenos. Y me enseñan cada día el color distintivo de la patria chica.
(*) Poeta, cantante, periodista y gestor cultural. Exsecretario de Cultura de la provincia y actual asesor.