
En el kilómetro 190 y medio de la Ruta 12, el choque entre una camioneta y un tren de carga dejó tres muertos y un herido grave.
La mañana gris en el Sur de la provincia, más precisamente en el kilómetro 190 y medio de la Ruta Nacional N° 12, donde la ruta se cruza con las vías del ferrocarril, la vida y la muerte se encontraron en un instante. Una camioneta Toyota, modelo Hilux, de color gris, que circulaba en sentido Médanos-Gualeguay, dominio colocado AE827YG, y con 4 ocupantes a bordo, embistió contra la mole de hierro de un tren de carga. Tres de sus ocupantes murieron -dos en el acto y una tercera persona mientras era trasladada para su asistencia médica-; el cuarto fue trasladado hasta el Hospital San Antonio de Gualeguay donde en principio se indicó que sus heridas son graves, pero no revisten riesgo de vida.
De acuerdo a las primeras constataciones realizadas por personal policial que presta servicios en el Puesto de Control Vial de Gualeguay, indica que tomaron conocimiento del hecho alrededor de las 6:30. Las primeras informaciones refleja el desgarro humano que hay detrás de las cifras: tres vidas apagadas, familias quebradas, una comunidad que recibe la noticia como un golpe seco en el pecho. Según se supo, las víctimas tenían domicilio en la localidad bonaerense de Tres Arroyos, lo que multiplica el dolor y lo expande más allá de las fronteras entrerrianas. Un cuarto ocupante de la camioneta fue derivado al Hospital San Antonio de Gualeguay con heridas graves, aunque sin riesgo de vida como se indicó.
Los Bomberos Voluntarios de Ceibas confirmaron que la ruta debió ser cortada en su totalidad, mientras se ordenaba el tránsito hacia la Ruta Provincial N° 16. El operativo, eficaz y necesario, contrastaba con el silencio implacable que suele seguir a la tragedia.
Pero, este hecho no puede ser leído solo como una fatalidad. Cada siniestro vial debería interpelar a la sociedad y al Estado: ¿qué se hizo y qué falta por hacer para evitar que los cruces ferroviarios sigan siendo escenarios de muertes evitables? El derecho vial recuerda que la seguridad en el tránsito no se improvisa; es el resultado de políticas sostenidas, infraestructura adecuada, controles rigurosos y, sobre todo, de una cultura de prevención que debe atravesar a toda la ciudadanía, sin excepción.
Las estadísticas hablan por sí solas: las muertes por siniestralidades viales en la Argentina es demasiada elevada. En esos hechos, se cruzan no solo vehículos y formaciones, sino también responsabilidades compartidas. La señalización, la visibilidad, el mantenimiento de barreras y la capacitación de los conductores forman un tejido del que depende la preservación de vidas. Cuando una de esas hebras falla, el resultado suele ser irreversible.
El dolor que deja este siniestro es también un llamado de atención. No se trata de buscar culpables en medio de la conmoción, sino de comprender que la siniestralidad vial no es un destino trágico escrito de antemano: es un fenómeno social que se puede mitigar. Así lo entienden los especialistas en criminología vial y seguridad pública, que insisten en la necesidad de educar a temprana edad, de incorporar nuevas tecnologías de control y de consolidar una conciencia ciudadana basada en el respeto.
Un tren y una camioneta que se encuentran en el mismo punto geográfico son, en realidad, metáforas de dos tiempos históricos que aún no logran armonizarse. El transporte ferroviario, con su cadencia lenta pero inmutable, reclama prioridad de paso y seguridad garantizada. El tránsito vehicular, regido por la prisa y la inercia de las rutas, exige previsión y responsabilidad. Cuando esos tiempos se desajustan, la tragedia se impone.
Hoy, mientras las familias lloran a sus seres queridos y la justicia deberá establecer circunstancias para determinar responsabilidades, la comunidad tiene el deber de reflexionar. Cada muerte en la ruta es una página escrita con dolor en el libro de la sociedad. Y, como todo libro, debería enseñarnos algo: que las señales y normas no son meros adornos, que la prevención no es un eslogan vacío y que la vida, en el cruce de caminos, siempre debe tener la última palabra.
El kilómetro 190 y medio de la Ruta 12 hoy inscribió su presencia como una herida en el mapa vial. Una herida que solo podrá cicatrizarse con memoria, respeto y compromiso. Porque en materia de seguridad vial, recordar no es suficiente: es imprescindible transformar el recuerdo en acción concreta. De lo contrario, el eco de las sirenas volverá a repetirse, anunciando que la sociedad no ha aprendido lo suficiente.