Cinco argumentos en defensa del voto en blanco, y una yapa

Américo Schvartzman*

El 22 de noviembre hay tres formas válidas de votar: por Scioli, por Macri y en blanco. A una semana del balotaje y tras el debate, comparto cinco argumentos en defensa de esa última opción, evitando atacar a quienes decidieron su voto afirmativo. También hay un par de “bonus track” (o yapa, como se decía antes). Con todo eso intento aportar alguito de información, un poco de opinión fundamentada y, quizás, de serenidad ante el futuro inmediato. Quede claro que estas razones no pretenden convencer a nadie sino, apenas, defender mi decisión de votar en blanco.

Una. El voto en blanco es una expresión válida. Como lo explica la Cámara Nacional Electoral, “el voto en blanco es un voto válido”, con el cual el elector manifiesta “su voluntad de abstenerse de elegir entre las propuestas formuladas”. No significa otra cosa. Ni un rechazo al sistema ni otra elucubración que pueda hacerse. Sigo citando a la CNE: “Es una herramienta con la que cuentan los electores para manifestar su disconformidad con los candidatos y los partidos que se proponen”. Sencillito: si no te convenció ninguno, te queda la opción legal, válida, de no elegir. Tenés todo el derecho de votar en blanco.

Dos. El voto en blanco no ayuda a ninguno. Se suele afirmar que esa forma del voto ayuda a los que ganan. En parte es verdad: hay casos en que favorece a las fuerzas mayoritarias. Por ejemplo, cuando se eligen diputados o concejales, porque el sistema electoral tiene en cuenta el voto en blanco en el cálculo del piso necesario para el reparto de cargos. El voto en blanco eleva el piso, los partidos menos votados quedan afuera y los partidos grandes ocupan (por resto) más lugares que los que el voto afirmativo les asignó (si te interesa profundizar en el tema entrá acá: http://www.eldiaonline.com/en-gualeguaychu-uno-de-cada-cuatro-vecinos-no...). También en la primera vuelta, el voto en blanco ayuda al ganador, pero en este caso es por la razón inversa: no se tiene en cuenta para el porcentaje a alcanzar, y por eso contribuye (indirectamente) a que quien salió primero esté un poquitín más cerca de evitar la segunda vuelta (art. 97 de la Constitución Nacional). En el balotaje, en cambio, el voto en blanco no incide: quien saque un voto más que el otro será el ganador. No hay que obtener la mitad más uno de los votos emitidos, como en otros países. Por eso, en este contexto, mi voto en blanco no ayuda a ninguno de los dos. O en todo caso, a ambos. Si considerás eso menos malo a que alguno de los dos crea que tiene tu apoyo, tenés todo el derecho de votar en blanco.

Tres. No se plebiscita la “década ganada”. El domingo que viene no se plebiscita lo que ocurrió en el ciclo que termina: se elige nuevo Presidente, y son dos cosas muy distintas. Tanto, que uno de los candidatos mutó su discurso incorporando la valoración positiva (mayoritaria, en mi opinión) sobre algunas políticas públicas del kirchnerismo. Tanto que el otro decidió recorrer los programas del “enemigo” mediático, con un mensaje implícito claro: “Soy otra cosa”. Y el balotaje no es una encuesta en la que nos preguntan “La década que termina ¿le parece más positiva que negativa, o a la inversa?”. La pregunta, en todo caso, es más parecida a esto: “De estos dos candidatos ¿cuál le parece más confiable (o menos temible) para conducir la Argentina en los próximos cuatro años?”. Si tenés respuesta a esa pregunta, entonces resolviste el problema. Es más, estas líneas no son para vos. Si no es así, tenés todo el derecho de votar en blanco.

Cuatro. Mentirosos profesionales. Constatación: ambos candidatos mienten. Hacen promesas que no pueden ser sustentables porque son contradictorias: prometen recaudar menos y a la vez gastar más (reducir retenciones, eximir del impuesto a las ganancias a los salarios o a quienes ganan menos de 30.000; y al mismo tiempo pagar el 82 por ciento móvil para la mínima o reducir la pobreza a cero). ¿De dónde saldrán los fondos? ¿Cómo, si no proponen tocar la renta financiera, minera o del juego? Quien ha prestado atención a sus respectivos asesores en economía, sabe bien que –usen o no la desagradable palabrita– el ajuste es el programa y solo difieren en modos y plazos. El debate, que fue más entretenido y picante de lo esperado, consolidó en algunas personas esa sensación de que el único momento en que no te mienten es cuando explican todo lo malo que tiene el otro. Si eso te pasa, si sentís que cuando se cruzan ambos tienen razón… tenés todo el derecho de votar en blanco.

Cinco. No dramaticemos. Hay buenas razones para no dramatizar tanto. Sea quien sea el que gane, no podrá hacer lo que quiera: el Congreso ya está conformado (la mitad se eligió hace dos años, la otra mitad el domingo 25 de octubre). Y nadie tiene la vaca atada. La mayoría en el Senado es del FPV, igual que la primera minoría en Diputados. Si gana Macri, no podrá eliminar los avances de estos años, porque tiene solo 43 diputados propios de los 257. Deberá dialogar. Si gana Scioli, gobernará con los cinco principales distritos en manos de fuerzas opositoras. Cada uno con legisladores que no podrán hacer oposición feroz, porque necesitan la coparticipación. Si pierde Scioli, la provincia más importante que gobernará el FPV es Tucumán. Y el único espacio de poder real que le quedará al kirchnerismo duro es Santa Cruz. No tienen ningún otro gobernador incondicional. Pero Macri, si gana, solo tendrá dos distritos gobernados por su fuerza. Como puede verse, el que gane deberá buscar consensos. Es un interesantísimo escenario. El país de las dos veredas opuestas se termina. Le queda una semana. Después se abre una época nueva, desconocida. Quizás obligue a todos y todas a madurar. Si ese escenario no solo no te asusta, sino que te parece un avance, tenés todo el derecho de votar en blanco.

Bonus track. La analogía del coche. El presidente de Costa Rica Luis Guillermo Solís dice que un nuevo Gobierno es como un coche recién comprado: desde que sale de la agencia comienza a perder parte de su valor. Algunas de mis amistades, preocupadas por lo que viene, me dicen que hay que prepararse para “volver a las calles”. Otras expresan una gran esperanza en que el que gane meta presos a sus predecesores. Creo que ambas exageran. En estos años hubo tropelías y aciertos, y hubo muchos que no eligieron vereda: debieron quedarse en la calle porque sus luchas no recibieron respuestas. Pero si la analogía del coche es correcta, quien gane tendrá como prioridad no perder más votos de lo esperable. No echará nafta a ningún incendio. Al contrario. Deberá lograr que lo toleren dos tercios del electorado que no lo votaron en agosto ni en octubre. Ni siquiera puede aspirar a seducirlos. Solo que lo banquen un tiempo. No podrá cometer torpezas.

Yapa. Las manos limpias. Algunas de mis amistades creen que votar en blanco es lavarse las manos. No lo creo. Más bien al contrario: algunos hemos hecho algunos esfuerzos para que hubiera una alternativa. No resultó. La sociedad argentina decidió otra cosa, en agosto y en octubre. Deberemos revisar nuestros propios errores, flaquezas, soberbias, defectos. Pero yo lo veo distinto: lavarse las manos es tirarnos el fardo a quienes hicimos un intento que no prosperó. Pretender que nosotros asumamos la decisión de resolver quién de estos dos va a ajustar. Decidir cuál es peor. Como si pudiera saberse con certeza de antemano. Pase lo que pase, el que votó al otro podrá decir “¿Viste? Con (………) esto no hubiera pasado”. No se trata de las manos limpias, sino de la conciencia. Insisto: para algunas personas, peor que votar en blanco, es permitir que el ganador (cualquiera sea) crea que tiene tu apoyo para ajustar, seguir abriendo la puerta a Chevron o llevar el ejército a las villas. Si sentís eso, tenés todo el derecho de votar en blanco.
Por eso reivindico mi derecho a hacerlo.

*Director de La Vanguardia. Licenciado en Filosofía. Autor de Deliberación o dependencia. Ambiente, licencia social y democracia deliberativa (Prometeo 2013). Periodista de El Miércoles Digital.

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