Por Luis María Serroels
(especial para ANALISIS DIGITAL)

En mayo de 1958 y en un acto de recuperación de la democracia que se viera interrumpida en 1955, asumieron como presidente de la Nación, Arturo Frondizi, y como gobernador de nuestra provincia, Raúl Lucio Uranga. Ambos pertenecían a la Unión Cívica Radical Intransigente, una de las partes en que quedara dividida la Unión Cívica Radical tras el cisma que se produjo en la convención partidaria realizada en Tucumán en 1956 (allí unionistas, balbinistas y sabatinistas crearon la Unión Cívica Radical del Pueblo).

El caudillo entrerriano, fogueado en las lides militantes no solamente del tronco radical sino también de las luchas estudiantiles, imaginó un plan destinado a sacar la provincia adelante en todos los órdenes: más escuelas, más fábricas, más progreso para el campo, eran algunas de sus consignas a las que les agregaba invariablemente la frase "para un millón de entrerrianos", expectativa poblacional que recién se alcanzaría cuando el censo de 1991 y que se afirmaba en su sueño de retener a los comprovincianos forzados a emigrar.

"Sacar a Entre Ríos del barro" fue una frase emblemática que sazonaba sus planes de desarrollo vial. Colonización, pavimentación e industrialización fueron sustentos de su programa. Pero si algo existe que lo terminó de ubicar en un sitio especial de nuestra historia, es el haber iniciado -a partir de inteligentes estrategias políticas y jurídicas compartidas con otro gran gobernante, el santafesino Carlos Sylvestre Begnis- la construcción de la monumental obra del túnel Hernandarias (que hoy lleva sus nombres). Allí mucho tuvo que ver un lúcido hombre de leyes, el doctor Jorge Ferreira Bertozzi.

En materia educacional se le dio participación directa al maestro en la conducción del Consejo General de Educación, equiparando remuneraciones de docentes provinciales con los nacionales, a la vez que incentivando planes de capacitación y actualización como también avanzando en el terreno de la arquitectura escolar.

Apoyó la industria frigorífica; creó la Corporación Entrerriana del Azúcar y la Corporación Entrerriana del Citrus; generó explotaciones experimentales de cultivos no tradicionales; cristalizó en un convenio con Buenos Aires el definitivo dominio entrerriano sobre la isla Las Lechiguanas y abrió aún más las puertas a los inmigrantes al insertarlos en planes de explotación agraria.

Edificios públicos tales como el Instituto del Seguro, el Museo Histórico Martiniano Leguizamón, el Palacio de Justicia y la Caja de Asistencia Social (hoy IAFAS), comenzaron a ejecutarse con la gesión de Uranga, convocando al proyecto para levantar el actual Palacio de la Educación, y sumando en el interior oficinas públicas y comisarías, como asimismo ampliación y equipamiento de hospitales (un caso particular lo constituyó la erección en Paraná del Hospital Neuropsiquiátrico Antonio Roballos, en una experiencia terapéutica considerada piloto). A ello se añadieron los planes habitacionales.

Esto es, resumidamente, lo que realizó Raúl Uranga junto a quienes le acompañaron. Pero resulta insoslayable mencionar su defensa de las libertades públicas y especialmente su garantía para el ejercicio de la libertad de prensa. ¿Cómo no hacerlo si su paso por el periodismo le había inculcado que cuando se amordaza a la prensa entran en riesgo todas las libertades? ¿Cómo olvidar su intervención decisiva en la obtención de casa propia para los periodistas paranaenses?.

Resuelto a predicar con el ejemplo y obrar con austeridad republicana, optó por una conducta enmarcada en lo sencillo y sobrio, desterrando en su gestión el uso de bienes oficiales por parte de familiares o allegados, las fiestas mundanas y la designación de parientes "porque es feo -dijo- el espectáculo de políticos que, llegados al gobierno, trasladan al Presupuesto su tríbu familiar".

Eliminó el consumo de café y el alcohol en las antesalas y despachos oficiales, renunció a la propaganda y no quiso enlazar con la prensa ningún mecanismo que conduzca a la exaltación de los hombres del gobierno.

Su tránsito por la vida política conoció bancas municipales y en el Congreso Nacional. Agreguémosle su firme compromiso con el deporte en todas las disciplinas -practicándolo y dirigiéndolo-y de ello da fe la rica historia del Club Estudiantes.

Poco les importó a quienes, calzando lustrosas botas, hablando el triste idioma de la intemperancia, destilando desprecio por la Constitución y esgrimiendo un falso mesianismo, lo derrocaron en marzo de 1962 como ocurrió en todo el país.

Cuando emprendió el camino de regreso a casa, a pie como había llegado, a nadie se le hubiese ocurrido revisar sus bolsillos. Todo el mundo sabía que estaban tan vacíos como cuando asumió el cargo.

Este sábado 26 de junio, a 28 años de su muerte, el "Flaco" Uranga sigue gozando de un lugar privilegiado en el respeto y el reconocimiento de la ciudadanía. Y constituyendo un ejemplo imprescindible para terminar con tanto desquicio y corrupción política. En cambio quienes lo desalojaron de su sillón, legítimamente ocupado, hoy no servirían ni para abonar la tierra.