Silvia Baron Supervielle.
Por Mario Daniel Villagra (*)
Wiltold Gombrowick, polaco que escribió en español y en francés, en su conferencia Contra la poesía, expresó: “me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamentos y filigranas verbales, para comprobar qué queda de ellos”. No lo contradigo, pero, pienso que con Silvia Baron Supervielle sucede algo particular.
Pues, no solo que queda su interior intacto, sino que por fuera crea a Silvia Baron Supervielle. Entonces, como ella vaticinara en su ensayo “El cambio de lengua para un escritor”, a “los escritores creadores solo merecen ser designados por su nombre”. Así, su nombre será sinónimo de umbral hacia una poesía de la pura invención. Escritura influenciada por la pintura de Geneviève Asse; ambas, parafraseando a Malena Baqueiro, enfocadas en eso de preocuparse y procurar encantamientos, la captura de la levedad, palpando a tientas un umbral jabonoso de lo físico representable y lo imaginario deseable.
entre el intervalo
del relámpago
y la explosión
del trueno
me identifica
el instante
Por convencionalismos, quienes conocen la obra de Silvia Baron Supervielle sabrán que se define como una escritora del Río de la Plata, por un lado y por el otro, quienes no, pensarán, por lo tanto, que escribe en español: no, Silvia Baron Supervielle escribe en… o con La langue de là-bas, como titula uno de sus últimos libros. Pero ¿de allá dónde? En síntesis, escribe en otra lengua, parafraseando a Arnaldo Calveyra, en una incógnita lengua de poesía.
De hecho, Arnaldo (Calveyra) prologando a Silvia (Baron Supervielle) se preguntaba, abriendo otra línea interpretativa, ¿con qué silencios escribe Silvia sus poemas? Digamos, entonces, que en suma, espacio y silencio son sus materiales gráficos y fónicos.
En general, sobre este fenómeno la sociología podrá decir que ciertas veces los poetas pueden escoger otra lengua que no es la umbilical para expresarse de manera creativa. De hecho, Silvia Baron Supervielle conoció a Héctor Bianciotti, que escogió el francés, y tradujo a Rodolfo Wilcock, que adoptó el italiano. Ahora bien, pensarlo en términos historias y filosóficos es más complejo, pues no exagero si digo que los nacidos en los estuarios del Río de la Plata -que es producto de la conjunción de las aguas de los ríos Paraná y Uruguay, emergentes en la zona del Amazonas de Brasil-, de casualidad vivimos en el español y no en portugués, o inglés o en francés, sin olvidar las incontables lenguas de los pueblos americanos. Entonces, por qué negarle la posibilidad a Silvia Baron Supervielle de decir inventarse en lengua poética:
Desde antes, en Argentina, estaba acostumbrada a leer muchos libros traducidos. Lo hacía también cuando llegué a Francia. Después de cierto tiempo […] poco a poco, como una compañía, como yo comenzaba a cambiar de lenguaje, cambiaba yo misma. Y era otra manera de cambiar de lenguaje, también diferente. Sucedía que, en ambas cosas, en mi trabajo personal y en la traducción, hacía casi lo mismo: inventaba un lenguaje.
Pero ahora que la respuesta sobre Silvia Baron Supervielle ya está parcialmente respondida, me quedo pensando en lo que dice Gilles Deleuze: al escritor le importa otra cosa. Ahora bien, no dice qué cosa. Y quizás allí está la clave de nuestra incertidumbre… ¿Por qué esa necesidad de cambiar de la lengua umbilical a otra adoptiva? Si bien Deleuze afirma que “hay una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un devenir-otro de la lengua”, su definición no termina de resolver el problema. ¿Qué hace, entonces, un escritor frente a esa lengua que adopta para crear? Aquí propongo una respuesta: se instala en un oficio y no en una lengua, como un relojero o un carpintero, buscando dominar una técnica que comprometa tanto al lector como a sí mismo, buscando la expresión de su alma y no la expresión refinada de una lengua. Las lenguas, para el escritor, es una materia, como el metal o la madera, y vive frente a todas.
Esa instalación no implica resolver del todo el enigma de los materiales, pero sí permite habitar un proceso que vuelve inseparables al lector y al escritor en la creación del texto; porque no nos olvidemos que estas dos figuras son alumbradas por el mismo parto del texto.
Llegado hasta aquí, pienso que Deleuze mezcla dos dimensiones distintas: la textual y la sociológica, que ya vimos; y Calveyra nos agrega la filosófica, a la cual Silvia Baron Supervielle adhiere y profundiza:
Meditando acerca de las conversiones, que ocurren de diversas maneras en el caso de un escritor, deduje: el que no sienta la necesidad de salir de su lengua, utilizando esta u otra, para inventar una nueva que responda a su extraño mundo, no es sino la imitación de un escritor. Esa lengua es su universo: no pertenece sino a él. Nacida de él, vive por él, muere con él. Un escritor se sirve de las lenguas para expresarse, pero su lengua verdadera emana de su mirada, su manera, su paso. Tiene por misión convertir esa lengua no formulada en un lenguaje imaginado y urdido solo por él.
No obstante, esta exquisita reflexión, me inclino hacia lo que dice Carlos Fuentes: “Una obra literaria no se trata de reflejar la realidad sino de crearla”. Sin embargo, hasta ese optimismo que emana Fuentes se me escapa. Al final, escribir es sentarse frente al tablero de todas las lenguas: nacemos a una lengua más que maternal mejor umbilical, como diría Barthes, y que nos acompañará como la luna, o como el sol, porque cada lengua tiene su propia luz, su temperatura, pero también sus sombras, tratando de encontrar el equilibrio, la armonía en nuestra Psiquis Lirica. Silvia Baron Supervielle, al inventar una lengua, como ella dice, hace que tanto escritor como lector anden de la mano, descubriendo su poesía como si fuese una ciudad hecha por su lengua inventada. Allí, nombrar es tocar, y escribir es aprender a habitar de otra manera. Es una manera de estar juntos.
(*) Mario Daniel Villagra es oriundo de Villaguay. Actualmente reside en París, Francia, donde realiza su tesis doctoral “La Escuela entrerriana de escritores: origen y alcance de un gajo de la literatura argentina del SXX”. Además, es Master en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos de la Universidad Paris III-Sorbonne Nouvelle y licenciado en Comunicación Social, de la Facultad de Ciencias de la Educación (UNER). Tiene varios libros publicados y ha producido varios films: “Marta Zamarripa, una poeta en pie”; “Miguel Ángel Federik, el poeta descalzo”, “Arnaldo Calveyra, tras sus huellas” y “Silvia Barón Supervielle”.