Pablo Rochi
Hace 27 años se produjo uno de los hechos deportivos más importantes del deporte de la ciudad y de la provincia. Patronato, dirigido por don Ángel Omarini, se clasificó para jugar el Nacional del ‘78, la máxima categoría del fútbol argentino de aquel entonces. Fue un acontecimiento único e irrepetible. Fue el verdadero equipo de la ciudad, integrado por un “seleccionado” de jugadores de distintos clubes de Paraná que llegaron con un solo objetivo: competir a lo grande. Enrique Ibarra, el arquero de aquella formidable alineación, recordó con ANALISIS detalles de una historia deportiva que hoy lejos está de saber de epopeyas. “Me acuerdo el día que llegamos a Paraná tras la clasificación. Nos estaban esperando miles de personas. Fue impresionante. Algunos lo comparan con el recibimiento que tuvo Monzón en Santa Fe cuando salió campeón del mundo”, señaló Ibarra. El periodista Fernando Pais agregó: “Fue el equipo mejor armado, mejor estructurado y futbolísticamente mejor conceptuado de la historia”.
-¿Cómo se explica el haber sido parte de un proceso y de un equipo que realmente quedó en la historia de nuestro deporte?
-Es una emoción muy grande. Sinceramente lo recuerdo con mucho entusiasmo pero a su vez con bastante tristeza al ver que nuestra ciudad no tiene un equipo como en aquellas épocas. El tiempo ha pasado, se cumplieron 27 años y en ese lapso nunca volvimos a tener un plantel entre los grandes equipos del país. Por eso me pone bien pero a la vez me preocupa.
-Dentro de la infinidad de virtudes que tenía aquel plantel, ¿qué es lo más destaca?
-Lo que siempre me llamó la atención fue el gran entusiasmo que teníamos todos los jugadores. Habíamos llegados de diferentes clubes para integrar el equipo y había una gran motivación. Éramos todos de acá, de la ciudad. Me acuerdo que Fernando Gan (presidente de Patronato en aquella oportunidad) y Ángel Omarini (entrenador de Patronato del ‘78) salieron a buscar los mejores de cada club para formar un gran plantel y salir a competir. Ellos estaban convencidos de que en Paraná se podía armar un buen equipo con jugadores locales. Y lo lograron. Actualmente traen gente de afuera y le dan casa e importantes sueldos. Si a ese dinero o parte de ese dinero se lo dieran a los jugadores de Paraná, la satisfacción sería mucho más grande.
-¿Qué es lo primero que se le viene a la mente cuando le hablan de aquel momento sublime, del ascenso al Nacional de ‘78?
-Son muchos los recuerdos. Por ahí rápidamente me viene a la memoria el día que llegamos a Paraná y nos estaban esperando para recibirnos. Eran miles y miles de personas, fue impresionante. Estaba el colectivo y eran cuatro o cinco cuadras adelante y detrás lleno de autos y gente cantando. Según comentarios que he escuchado, nunca se vio una manifestación semejante en la ciudad como en aquella oportunidad. El otro día Martín Bustamante comparó aquel recibimiento con el que tuvo Carlos Monzón en Santa Fe cuando salió campeón del mundo. Así que imaginate, fue increíble. Para nosotros, algo imborrable.
-Es cierto que Patronato fue el que llegó más lejos, pero muchos hablan también del equipo de Atlético Paraná de aquel entonces, al que definieron como un gran plantel y comparable con el de ustedes.
-Sí, es cierto. Por aquel entonces esos dos equipos marcaban la pauta en el fútbol local. Algunos decían que Paraná tenía jugadores más dotados técnicamente. Lo que sí, Patronato tenía una disciplina muy grande. Recuerdo que hicimos una pretemporada muy fuerte tanto en el ‘77 como en el ‘78. A la semana, cinco días corríamos 10 kilómetros diarios, luego trabajábamos dos horas en arena, hacíamos un poco de fútbol y también pileta. Empezábamos a las tres de la tarde y volvíamos a casa a las nueve de la noche. Había mucha voluntad, siempre estábamos todos y todos trabajábamos sin excusas. Por ejemplo, el 24 y 31 de diciembre también entrenábamos.
-¿Cuánto tuvo que ver don Ángel Omarini con este proceso?
-Mucho, muchísimo. La virtud fue tener un técnico como El Tano Omarini, que supo amalgamar a todos y estrechar un vínculo muy grande entre todos. Gracias a eso con algunos de mis compañeros actualmente nos abrazamos como si toda la vida hubiésemos jugado juntos y en realidad estuvimos juntos unos tres años. Fue un grupo humano excelente. Omarini era un entrenador que dentro del vestuario escuchaba a todos, desde el más experimentado al menos experimentado, para él todos éramos iguales. Y eso por encima de los conocimientos futbolísticos que tenía. Cuando hacía un cambio era la modificación justa, la necesaria para ese momento. Tenía mucha claridad para hacer las cosas.
-Cuándo se cruza con sus ex compañeros, ¿qué es lo que recuerdan?
-Nos encontramos y lo primero que nos preguntamos es cómo andamos, cómo va el trabajo, la familia. Hay mucha amistad con todos. No éramos solamente compañeros de equipo sino que pasamos a ser amigos, grandes amigos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)