Según pasan los años... y las conveniencias

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Cuando los partidos populares le quitaron a la política su capacidad transformadora

Claudio Gastaldi
(desde Concordia)

El tercer lugar que ocupará Eduardo Lauritto en la lista de precandidatos a diputados nacionales por el justicialismo representando al sector de Jorge Busti refleja una vez más una la muerte de las ideologías en la práctica política. El sálvese quien pueda y el beneficio personal por sobre el interés común quedan una vez más demostrados en la dirigencia política actual, que no conoce de banderas. Radicales y justicialistas por igual se disputan el poder para hacer del Estado, un botín de guerra.

En décadas anteriores a la del 90, los partidos populares (incluidos el PJ y la UCR) contaban con militantes e ideas capaces de convocar a millones de ciudadanos que se entusiasmaban con la posibilidad de disputar el poder (de modo de cambiar las relaciones de producción) o el gobierno, como para poner en funcionamiento proyectos que mejoraran la situación de la sociedad. Así, la política estaba vista como la única actividad humana que (por completa e integral) les permitía a las personas mejorar o empeorar (como clase o grupo social) su situación. Es que, en esas décadas, la política estaba emparentada a ideologías y a un plexo suficiente de ideas que, al ponerse a la consideración pública, adquirían una dinámica y un compromiso ciudadano del que hoy estamos lejos. Hoy, y salvo los intentos discursivos del Presidente Néstor Kirchner y/o algún que otro accionar por volver a emparentar la política con las ideas, la dirigencia en general y la de los partidos populares en especial sólo aspiran a conservar el status quo. Los que en los 70 disputaban el gobierno (no el poder) hicieron y siguen haciendo mucho para que la política hoy, esté emparentada al negocio, la salvación personal, los buenos sueldos con poco esfuerzo, los ñoquis y el pago de favores, entre otras patéticas relaciones. En tanto, aquellos que en esos años se proponían el cambio de estructuras, dicen, como José Pepe Mujica (el mítico dirigente de la organización revolucionaria Tupamaros), “en los 70 queríamos cambiar el mundo, ahora queremos pavimentar algunas calles”. Ante este estado de cosas y siendo la política la única herramienta popular para mejorar nuestra vida, estamos listos si como sociedad no hacemos algo.

Todo esto viene a cuento de lo que está ocurriendo por estos días, de los ejemplos que la política nos ofrece en nuestra provincia. El ex intendente de Concepción del Uruguay, Eduardo José Lauritto, uno de los que habían integrado en su momento las huestes del Nuevo Espacio, acaba de aceptar el tercer lugar en la lista de candidatos a diputados del bustismo. No sólo esto, como para ser candidato debe abandonar su puesto en la Justicia y temiendo quedarse “sin el pan y sin la torta” en caso de no salir electo, negocia un puesto en el Estado de modo de asegurarse un trabajo. La síntesis sería: Lauritto está resignado, no se anima a lo “nuevo”, prefiere asegurarse, él, aunque eso implique participar de una estrategia política cuyo objetivo claro es abortar mínimas propuestas de cambio. En rigor, no se trata de una imputación grave, Lauritto no hace más que responder con los elementos que le ofrece la cultura en boga: ¿jugarse a lo nuevo para qué, qué es lo nuevo, para que merezca tanto esfuerzo personal? Lauritto no hace más que responder con una pregunta: ¿qué hay para mí? Ésa ha sido la constante en estos años. Esa simple pregunta resume la política hoy. Porque sino, ¿con qué nivel de convicción ideológica integró en su momento el Nuevo Espacio o, más acá, con qué nivel de convicción acepta la posibilidad de ser diputado del justicialismo?

Claro que Lauritto no es el único; tuvo como antecedente el pase furtivo de José Nogueira, el mismo que, a los pocos meses de haber sido el candidato a vicegobernador de NE, se pasó sin más a las filas del bustismo, luego que el gobernador le ofreciera la titularidad del PAMI Paraná. Ahí también la política se resumió en ¿qué hay para mí?

Pero ni siquiera estos son los únicos antecedentes; tienen, por caso, referentes más importantes que le señalan el camino. El mismo gobernador Jorge Busti, que de empedernido renovador se pasó a las filas del menemismo, reivindicando cada una de sus políticas privatizadoras, las mismas que hoy enfervorizadamente repudia desde el kirchnerismo. O más arriba el ex presidente Carlos Menem, que en vez de revolución productiva y salariazo convirtió al país en un semillero de pobres y analfabetos.

Es iluso entonces pensar que con estos antecedentes la política puede generar alguna emoción entre los ciudadanos de a pie. Iluso pensar que alguien pueda relacionar la política con la transformación, las ideas, los sentimientos puros, la militancia abnegada.

El radicalismo no le va en zaga, su paso por el gobierno y salvo los dos primeros años de Raúl Alfonsín en el que su administración logró mantener viva la llama de la esperanza y seguía convocando militancia y esfuerzo, el resto fue bastante peor que un fiasco.

La última experiencia de la Alianza en la que se pretendió emparentar el cambio y la transformación nada menos que con la figura de un conservador pusilánime como Fernando de la Rúa, prefiguraba un fraude aún antes de comenzar. Que el siestero consuetudinario haya terminado su gobierno escapando por los techos de la Casa Rosada fue uno de los pocos signos de vitalidad social, espasmo o simple supervivencia que, por lo menos, alcanzó para zamarrear la apatía y el laisser faire, laissez passer, de una sociedad anestesiada.

Ni hablar de Sergio Montiel, claro (otro de los máximos y preclaros dirigentes políticos de nuestra provincia), que se quedó en el 83 sin advertir que la composición social no era la misma, que la sociedad había cambiado, que sus actores mutaron y, sobre todo, que antes que nada la sociedad exigía una transparencia que ni él ni sus funcionarios estaban en condiciones de mostrar.

(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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