Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)
Los muchachos corrieron asustados y se escondieron entre los paraísos. Poco les costó a las autoridades dar con ellos. Se supo entonces que los bolivianos trabajaban por monedas desde el amanecer hasta la noche, alguien cobraba por ellos, vivían bajo tiendas de nylon, no tenían siquiera sus documentos en mano: eran explotados a cinco cuadras del Seminario de Paraná. La tez morena, los rasgos aborígenes, todo dice en ellos que son americanos de raíces milenarias. Son cinco horticultores, una mujer, una niña y una beba, todos bolivianos, que fueron hallados medio escondidos, viviendo en condiciones infrahumanas, a cinco cuadras del Seminario de Paraná.
Las casillas estaban disimuladas, dijo a ANALISIS el director provincial de Trabajo, Oscar Balla, que realizó con su personal una tarea encomiable, y permitió sacar a los bolivianos del estado de servidumbre. “Cuando llegamos, el propietario del terreno quiso demorarnos para que otros avisaran a los obreros, pero nosotros tenemos poder de policía. Salieron dos mujeres de la casa como a tratar de avisar, y les pedí a los inspectores que ingresaran. Los muchachos salieron disparando. Entonces giramos, estábamos el jefe Departamental de Policía, un chofer y yo, y vimos que se quedaron escondidos; ellos mismos no saben bien por qué disparaban”, comentó Balla.
Paulino Romero Ramos, de 25 años; Adrián Ramos Villarruel, de 22; Carlos Arce Tolaba, de 22; Santo Ramos Naraz, de 24, todos del departamento Tarija, en el sur de Bolivia, trabajaban en las quintas de un predio del vecino Hugo Brandolín, y respondían a las órdenes de otro boliviano, Francisco Soruco. Con ellos vivían una mujer de unos 20 años, una niña de cinco y una beba.
Precariedad al extremo
Las autoridades creen que se trata de una organización que recluta obreros en Bolivia, los pasa a Jujuy, de allí a Córdoba y Santa Fe, y luego a Entre Ríos, todo digitado por algunos pocos.
“Habitaban en casillas precarias, una arriba de un acoplado, con techo de nylon, en avenida Don Bosco al final. Esa zona se conoce como El Brete, cerca del Seminario”, indicó Oscar Balla. “Ellos dicen que están bien, pero reconocen que cobran 250 pesos mensuales y trabajan de sol a sol, entonces nuestra obligación es que se regularice la situación legal, aquí los sueldos menores son de 850 pesos”.
“Tienen que legalizar la relación laboral, nosotros exigimos que sean inscriptos como cualquier trabajador argentino, y el área de Migraciones, de Concepción del Uruguay, se encarga de la documentación porque estaban en forma ilegal”, insistió.
Luego se explayó: “El propietario del campo es Hugo Brandolín, las casillas están detrás de su casa; él dice que le arrienda a Soruco, pero además Brandolín le compra la producción y sale a vender. Nosotros hacemos responsable al propietario, y él tiene que dar explicaciones, pero nuestro propósito no es expulsar a esos obreros, nada de eso”.
Según Soruco los obreros trabajaban de 8 a 12 y de 14 a 18, pero los horticultores coincidieron en que lo hacían de sol a sol, aunque uno de ellos dijo que los viernes trabajaban menos: ocho horas.
Un testigo de la relación laboral expresó a ANALISIS su asombro por la cantidad de horas que trabajaban los obreros, y el empeño que ponían. Dijo que “los hacían trabajar 13 horas corridas, sin descanso, y cuando un patrón terminaba sus tareas a las siete u ocho horas, venía otro y los ocupaba cuatro horas más… Ellos hablaban poco y nada, y no cobraban en mano, el que cobraba era el boliviano que los explotaba. Los tenía asustados, les decía que los argentinos somos todos medio monstruos, que tenían que trabajar sin quejas porque si no los íbamos a echar… En una oportunidad los vio tomando mate, y le dijo al encargado que ese no era el trato, porque de esa manera los bolivianos se iban a malenseñar… Les daban de comer poco y salado para que tomaran mucha agua… Había menores de 14 años… Son muy trabajadores, muy dedicados, y no se entretienen en nada”.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
