Luis María Serroels
Estudios realizados indican que en nuestro país las tensiones que recibe cada ciudadano por causas múltiples, superan en características, cantidad y tiempo la media mundial. Desde lo serio y traumático, hasta lo burdo y lo insustancial, el devenir de los hechos parece colocarnos ante una realidad al mejor estilo Luis Sandrini: en un minuto nos traslada de la tristeza a la alegría y de la sonrisa al llanto.
Frivolidades, ligerezas y estupideces -verbigracia: la saturación de chaturas y bajezas que desde la televisión demuestran bajos instintos, pobres criterios de selección e incapacidad para establecer un orden de prioridades-, conviven con lo serio, lo dolorosamente necesario y lo socialmente insoslayable.
Todo cabe en la bolsa del descontrol y como desembocadura de esta ensalada, la sociedad va tendiendo a aceptar como normal lo que no hace mucho se rechazaba por su colisión con valores básicos y con pautas de convivencia.
Parafraseando a Mafalda, el célebre personaje de Quino, casi dan ganas de implorar que alguien detenga el mundo para que nos podamos bajar. Cosas ocurren y cosas leemos y escuchamos capaces de alterar nuestros procesos digestivos.
Días pasados, excesivas dosis de hidratos de carbono arribaron al estómago ciudadano cuando un ministro de la última gestión radical realizó una muy edulcorante reivindicación del ex gobernador Sergio Montiel centrada en su defensa del sistema republicano representativo que taxativamente enuncia nuestra Constitución entrerriana en su artículo primero.
Lo extraño es que se enfoquen los ditirambos precisamente en los aspectos que más duras críticas y cuestionamientos recibieran durante esa administración.
Cuando se menciona “la pobre condición actual de nuestro partido y la situación del orden republicano en la patria toda”, se olvida que se trata del mismo partido que entre 1999 y 2003 consintió, avaló y legitimó por acciones u omisiones, medidas que agredieron la paz social, vulneraron normas jurídicas, conculcaron los más elementales derechos (principalmente el derecho a la vida, donde el asesinato de tres jóvenes a manos de efectivos policiales llegó a ser destacado con felicitaciones, como el resultado exitoso de una de las más feroces represiones de que se tenga memoria) y se incursionó en terreno privativo de los jueces y los legisladores con total impunidad, poniéndose en constante riesgo la seguridad jurídica. El electorado se encargaría luego de expresar su repudio en las urnas.
El manejo de la magistratura y la intervención en la composición del más alto tribunal, mediante decisiones destinadas a producir el abandono anticipado de los cargos para liberar sitios apetecidos por el poder político, y las maniobras implementadas en la Cámara de Diputados para gambetear un juicio político, que incluyeron no sólo la cancelación de la afiliación partidaria de legisladores propios no alineados con el desatino sino también la intención de despojarlos de sus bancas, no hablan de un fuerte apego por el republicanismo. Y si se remite a la posición asumida en la reciente asamblea de la Convención Nacional partidaria, no puede menos que recordar que cuando el radicalismo convocó a Domingo Felipe Cavallo (el mismo personaje que fuera tan demonizado en la campaña porque era un buen negocio proselitista), quien presidía esa Convención era el propio doctor Montiel.
Otro asunto destinado a gravitar negativamente en nuestro sistema digestivo es que en una ciudad del sur entrerriano, un operativo policial permitió desbaratar una banda de piratas del asfalto -que tanto asolan la ruta nacional 14- y ubicar dos sitios destinados al desguace de autopartes de vehículos que habían sido robados con sus respectivas cargas. La noticia dio cuenta de la detención de cuatro integrantes de la pandilla, lo cual no deja de resultar gratificante.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
