¿Subirse al piano o correr a los botes?

Por Carlos Merenson (*)

En un reciente intercambio de ideas se plantearon algunos interrogantes referidos al rumbo en el que se encuentra la humanidad y las estrategias a las que debería apelar el ecologismo para transitar desde el actual estado de cosas hacia un sistema-mundo convivencial y sostenible. Es así como surgieron algunos interrogantes: ¿Los seres humanos están dañando los sistemas básicos para la vida? ¿Cuáles son los indicadores? ¿Cuáles son los escenarios futuros posibles? ¿La humanidad se encuentra en una trayectoria de colapso? ¿El colapso es evitable o solamente nos queda buscar la manera de colapsar mejor?

Con el objeto de intentar dar respuesta a estos interrogantes he creído necesario y conveniente formular las siguientes reflexiones esperando sirvan para animar una profundización del análisis sobre estos temas que entiendo de fundamental importancia.

Para quienes adoptamos a la ecología política como ideología, el hundimiento del Titanic resulta una metáfora recurrente y ello porque existen notables semejanzas entre la trágica historia del majestuoso transatlántico y la que se puede esperar del sistema-mundo productivista en el que nos hemos embarcado.

Lejos de un ejercicio de catastrofismo o colapsismo ilustrado, tal analogía es el resultado lógico al que se puede arribar con solo observar las tendencias en los indicadores de las principales variables que hacen a la sostenibilidad ecosocial. Resultan por demás ilustrativos los datos que aportan –entre otros- Johan Rockström (Nature - 2009); Anthony D. Barnosky (Nature - 2011) o los datos publicados por Ferran Puig Vilar en “Usted no se lo cree” bajo el título: Peor de lo esperado, quien –por otra parte- propuso en 2011 una impecable analogía “sistémica” entre la dinámica del clima terrestre y el famoso buque Titanic; y años más tarde, en: ¿Hasta qué punto es inminente el colapso de la civilización actual?, insistió con la analogía afirmando que:

El Titanic ya estaba técnicamente hundido algo antes de que nadie viera el iceberg e intentara, infructuosamente, bordearlo. Dada su posición y velocidad, su masa, su capacidad máxima de frenado, su radio máximo de giro, la resistencia mecánica de los laterales, la configuración interna del buque, etc., hubo un momento en que ya era imposible evitar el hundimiento, mientras pasaje y tripulación seguían de fiesta. Ése es el “tipping point” auténtico, el punto a partir del cual la vida propia del sistema convierte en inútil la mejor estrategia de los gestores más lúcidos. El sistema había dejado de ser controlable antes de avistar el iceberg, por lo menos en aras de la finalidad mínima deseada, como era mantenerlo a flote.

La referencia a la fiesta en la que pasaje y tripulación se encontraban en medio del naufragio se relaciona con uno de los mitos sobre el hundimiento del Titanic según el cual la orquesta del buque siguió tocando hasta el final y ello es lo que abre las puertas a la propuesta del título: sobre el piano o correr a los botes, en tanto la fiesta sin fin se asocia con el afán de permanecer indiferentes, mirando para otro lado, ignorando el hundimiento, esperando un milagro que evite lo inevitable. En definitiva, subirse sobre el piano es aferrarse a un sistema moribundo; subir a los botes es abandonarlo en busca de un nuevo horizonte.

Para todes nosotres, embarcades en este viaje del sistema-mundo productivista también se plantea hoy la misma disyuntiva, pero a diferencia de lo ocurrido con les embarcades en el Titanic, que finalmente lucharon denodadamente por alcanzar los escasos botes salvavidas; la inmensa mayoría de la humanidad parece estar sobre el piano o luchando denodadamente por treparse a él; negando la existencia de límites biofísicos para un indefinido crecimiento o, siendo conscientes de su existencia, minimizándolos, convencidos del inagotable ingenio humano para superarlos, unos tras otros, hasta el infinito. Están persuadidos de que no hay iceberg capaz de detener la marcha imparable del sistema-mundo productivista. Es una inmensa mayoría que, subida sobre el piano, lejos de querer desmantelar la concepción productivista, se aferran a ella como la solución a todos los males incluso cuando apoyan las directivas que emergen desde el puente de mando para mantener, a toda costa y a cualquier precio, una ruta colmada de peligros y amenazas, acelerando en lugar de intentar cambiar de rumbo pese a que, al igual que el Titanic, el sistema solo carga con botes salvavidas para un tercio de su capacidad.

Sobran indicadores que demuestran que la civilización productivista construida a lo largo de los últimos quinientos años, cabalgando sobre las dos irreconciliables contradicciones entre capital-trabajo y capital-naturaleza ha naufragado. Esta es la visión que propone el ecologismo. Pensar que, con leyes, gobernanza, mercado y nuestro incomparable ingenio vamos a poder evitar el hundimiento del sistema es tan deseable como utópico; es un pensamiento tan neoliberal como progresista; tan economicista como ambientalista; pero en ningún caso es parte del pensamiento ecologista. La ecología política, la ideología del ecologismo, es la única ideología moderna que apela permanentemente a advertencias y pronósticos sobre el rumbo de colapso en el que se encuentra la civilización industrialista/productivista y si no lo hiciera, no sería ecología política.

Frente a todo lo anterior, resulta frecuente encontrarnos con críticas a los ecologistas por su pesimismo en lo tocante a las perspectivas del planeta y del género humano, al punto de caracterizarlos como catastrofistas/colapsistas. Cuando se apela a esas caracterizaciones se ignora que el ecologismo construye su núcleo duro ideológico a partir del reconocimiento de la existencia de límites biofísicos para el crecimiento a partir de lo cual, sus advertencias sobre el choque contra tales límites del planeta; los puntos críticos; las crisis y colapsos; no son una cuestión de optimismo o pesimismo, sino de absoluta coherencia con su ideología.

El ecologismo quiere y lucha por una transición desde la insostenibilidad del sistema-mundo productivista hacia un sistema-mundo convivencial y sostenible. Considera a esa transición ecosocial como deseable, necesaria, urgente y posible, pero la percibe como muy improbable, de allí que se incline a pensar en el colapso del sistema-mundo productivista que, para la inmensa mayoría, parece imposible; como el hecho más probable al que nos deberemos enfrentar en pocas décadas más.

La evolución que se registra en tres dinámicas interconectadas y mutuamente reforzadas como el cenit petrolero; el cambio climático y la pérdida de los componentes de la diversidad biológica, motorizadas por un sistema económico de siempre más, cual motores que han adquirido una inercia propia, son las que nos impulsan hacia el colapso, a partir de lo cual -para el ecologismo- se hace ineludible trabajar, como lo afirma Riechmann, para reducir, en lo posible, la inconcebible masa de sufrimiento, tanto humano como el de las demás criaturas y es así que propone desarrollar lo que denomina estrategias duales que consisten en  intentar maniobrar con alguna habilidad el Titanic que inexorablemente va a hundirse –pero no con la expectativa de evitar el naufragio, sino sólo de crear mejores condiciones para el salvamento de los pasajeros; mientras se comienza ya a construir más botes salvavidas, y a organizar las formas de cooperación solidaria que pueden reducir los costes del naufragio. La manera de encarar estas estrategias duales las sintetiza Riechman en sus siete puntos de apoyo en la cubierta del Titanic.

1. Amar –en las varias dimensiones del amor, entre eros y cáritas.

2. Comunicar y compartir –somos simios supersociales.

3. Comprender –incluso frente a procesos que nos destruyen, no nos sentimos impotentes cuando los comprendemos.

4. Crear –puede ser la escritura, la música, las artes plásticas…

5. Contemplar –caminos de espiritualidad sin superstición.

6. Disfrutar –el problema del hedonismo no es el hedonismo, es el egoísmo.

7. Y no dejar de luchar –pues hay hybris en pensar que podemos prever el futuro.

Por último, cabe preguntarse si para el ecologismo, frente a tamaño desafío, tiene algún sentido transitar o razonar desde la visión que proporciona una estrategia parlamentaria o si en realidad, el camino adecuado, es el que proveen las estrategias de estilos de vida y demostrativas tales como las que propone Ted Trainer con su manera más sencilla de hacer lo urgente.

 (*) Ingeniero forestal. Ex secretario de Ambiente de la Nación Argentina

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