Por José Carlos Elinson (*)
Unos tomaron conciencia del drama cotidiano, extremaron cuidados y abrazaron la iniciativa de colaborar con los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Otros siguen pensando que les cayeron de arriba unas vacaciones inesperadas y creen que desoyendo las recomendaciones que los gobiernos nacional, provincial y municipal difunden para protegernos a todos van a disfrutar de espacios de diversión y esparcimiento que, sin intención de ponernos inútilmente trágicos, pueden ser letales.
Indudablemente son producto de una cultura transgresora, otros eligen la conducta solidaria y ponen en juego su propia integridad para tender la mano y hacer un poco más llevadera la vida de quienes se ven complicados por los efectos del coronavirus.
Unos piensan en presente y en futuro, toman recaudos y protegen a los que no la están pasando bien. Otros escriben a diario su propia historia de ausencias.
Unos se solidarizan desde las limitaciones que les impone su propia vida. Algunos son ciudadanos de a pie que se sienten comprometidos en la emergencia y aportan lo poco o mucho que tienen para paliar la situación. Otros inventan maneras de eludir los controles para seguir disfrutando de la vida en libertad.
Unos son médicos, enfermeros, mucamas, camilleros, choferes, ninguno está solo en el mundo, todos, o casi, tienen familia, maridos y mujeres que junto a sus hijos, que cumplen a rajatabla con la cuarentena, esperan ansiosos la hora de reencontrarse con sus afectos. A veces pasan días sin verlos y lo viven como una actitud de entrega que la vocación de servir les demanda.
Otros son diletantes de una vida embustera donde todo peligro queda lejos y esgrimen el latiguillo “a mí no me va a pasar”.
Unos y otros conforman el tejido de esta sociedad que intenta contenernos y la contención se hace cada vez más difícil pese al esfuerzo de unos y la displicencia de otros.
Unos se toman –no ahora, siempre – la vida en serio sin ponerse trágicos ni dramáticos, otros descreen de la seriedad y los peligros que implica la pandemia y sienten que viven –no ahora- siempre, en un parque de diversiones.
Unos acatan las disposiciones que a diario se toman en resguardo de la vida de todos y otros toman en broma los temores de la mayoría.
Converso con un camillero que acaba de llegar de la calle y me dice que hay movimiento de peatones y automóviles y que en algunos bancos las filas de gente para acceder a los cajeros llega a una cuadra.
Somos nosotros, los unos y los otros, lo que nos ordenamos y los que viven desordenados, es decir esa conformación que llamamos sociedad.
Tal vez algunos –y no es un deseo, por supuesto-, deberán sufrir en carne propia las consecuencias de insistir en mirar para otro lado, pero será tarde, dolorosa y transgresoramente tarde.
(*) Especial para ANALISIS.