La democracia en tiempos de Corona

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La democracia en tiempos de Corona. (Foto: El Litoral/Mauricio Garín)

Por Pablo Benito(*)

Existe una ampliación del precepto de “el pueblo no delibera sino a través de sus representantes” que llega hasta la vida cotidiana en que los ciudadanos entregamos al gobierno del Estado nuestras emociones y hasta la intimidad.

No importa, en esta nota, analizar la razón y su justeza. Lo que resulta notable y sorprendente es la inconsciencia individual de que eso está sucediendo y la represión de las voces disonantes y hasta la duda inocente- son atacadas al sólo atisbo de cuestionamiento hacia quien recauda libertades y decide en nuestro nombre.

No se reprime sólo la expresión, sino el mero pensamiento disonante es suprimido en cada individuo apenas aparece.

Eso dicen que hay que hacer

No me siento en la vereda. Sé que eso no implica un peligro de contagio para mí o para otro, pero igual me someto. Debo tener en cuenta que yo soy un idiota y hay una norma que establece que lo mío es un atentado y aporta a la propagación del virus.

También justificaré al Estado que ve como un delito y violación al aislamiento que dos niños se encuentren a jugar en una casa. Pueden los padres saber que ambos estuvieron guardados desde hace dos semanas, pero no podemos decidir porqué la desconfianza debe primar y, sobre todo, el Estado ante la duda decide.

¿Está Bien? ¿Está Mal? Cada quien lo sabe y el autor de esta nota no puede dar su opinión porque podría ser tomada como incitación al delito. Lo que sí se puede afirmar es que no estamos siendo consciente del enorme Poder que delegamos cuando entregamos nuestra libertad, hasta de pensamiento, en nombre de lo colectivo que es decidido por el Estado -Pater (Papá)- en una reafirmación del patriarcado que hasta el feminismo acepta desde el confort de no pensar por sí mismo.

Como turco en la neblina

El escritor, pensador y politólogo, Jorge Asís, osó criticar la decisión del presidente de apresurar la cuarentena. Lo hizo sin grises y con variadas argumentaciones, algunas más sólidas que otras, pero concluyó en una síntesis de alertar lo que significaba la acumulación “total” del Poder del Estado sobre los ciudadanos. Dijo “totalitarismo” y ahí emergió, como nunca, el enorme Poder de la Negación. Desde las redes, los individuos le endilgaron senilidad, pertenencias a oscuros grupos de poder, al fascismo, menemismo, desvarío, locura, irresponsabilidad, ser agente de la CIA, del Mossad, del M15 o alguna que otra logia masónica.

Asís nos hizo el favor de poder ser espectadores del estado de locura en el que estamos viviendo en el interior mismo de nuestro ser y que ha creado el nuevo orden de la cordura.

La delegación de derechos otorga, a quien los recibe, la totalidad de las decisiones de la sociedad. El ejercicio de ese poder es totalitario. Podrán decir que ese ejercicio es bueno, malo, regular, peor, para bien o para mal, pero de ninguna manera negar que es eso: Totalitario.

Jorge Asís, pensó y dijo. Le gritaron tanto que nadie pudo escuchar lo que alertaba. Ojo.

Cómo llegamos al “sí señor”

El adoctrinamiento silencioso del miedo al miedo, a la “inseguridad”, hizo su trabajo. En la prehistoria, hace dos semanas, en distintos puntos los vecinos se alzaron en cacerolas para pedir mayor seguridad. Cada inseguro salió a la calle y se encontró con otro inseguro, se dieron la mano y se pudieron haber dicho “así estamos... inseguros los dos”. El sentirse acompañado en el miedo, es una necesidad de encontrar, en el otro, la tranquilidad de que el propio pánico no es locura.

Existe una necesidad concreta de crear estados de pánico colectivo. La pandemia no podría ser mejor recibida como factor coecionante. Así, en un ambiente vicioso, perverso, la restricción de la libertad asignada por los gobernantes es aprobada e impulsada por el deseo de seguridad.

Seguridad ante un sentimiento de inseguridad que los mismos gobiernos ahora intervienen para satisfacerla. Incluso, desde la reclusión domiciliaria, se espera con ansias y se aplaude desde los balcones y hogares con beneplácito. Sí, a esos mismos “políticos” que hasta hace dos semanas eran los autores de todos los males sociales.

Se puede discutir si está bien o está mal, lo que no aparece como demasiado discutible es lo que ocurre en un lapso de tiempo ínfimo.

Dictadura digital

Quienes gobiernan el Estado poseen una herramienta de información para establecer el control social, que sería el desvelo de los dictadores de mediados del siglo pasado durante la guerra mundial.

Los Estados ultra centralizados ostentan de una batería de tecnología de vigilancia masiva y control ciudadano. Estas marcan el ritmo de las decisiones políticas, en el mundo, con respecto a la pandemia.

Recursos (como el Big Data) para abastecer dispositivos de abordaje de la pandemia. El Estado se ha consagrado en excepción, bajo el pretexto de la epidemia, por el cual se consagró el Estado Totalitario Digital Moderno Chino como prototipo. Se trata de la biopolítica como laboratorio de la psicopolítica -adjetivo de la acción política- en que la tecnología es utilizada para montar perfiles de usuarios e investigar reacciones de otros ciudadanos- mediante análisis de macrodatos.

El virus del pánico y la reclusión física lleva a las poblaciones a la trampa de la digitalización total de su relación con el mundo y es ahí en donde los márgenes de error llegan a 0.

Nunca en la historia del planeta tantas personas están realizando actividades parecidas en simultáneo. Una reclusión que limita la diversidad de movimiento y de pensamiento. La “fuerza mayor” habilita a la pulverización del concepto de “privacidad” e “intimidad”. No hace falta, ya, violencia física.

En primera persona

Quizás y ante el poco margen de movimiento individual de la palabra, un acto “revolucionario” sea expresarse y pensar en primera persona. Hacerse cargo.

El “yo creo”, “yo pienso” puede ser una trinchera de resistencia a la uniformidad totalitaria, garantizada por la ciudadanía en su rol de policía en nombre del pensamiento único.

Es un nuevo mundo envasado en lo más viejo y conservador del anterior. En ese con-texto puedo hablar en primera persona y contarte que mientras escribo, levanto la vista y miro mi huerta, mis gallinas ponedoras y es recién ahí que siento algo de seguridad. Una esperanza de pronta libertad.

No hay moraleja.

 

(*)Publicado en El Litoral.

 

 

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