La ventriloquía como estrategia K

Por Luis María Serroels (*)

Ricardo Gamero (Mister Chasman  en su nombre artístico) fue un excepcional ventrílocuo que brilló en la segunda mitad del siglo 20 en la TV  nacional, asociado a su muñeco Chirolita. En la historia política han existido numerosos Mr. Chasman y Chirolitas a quienes se los solía encasillar como “gobiernos títeres”. Ello sucedía en todo el mundo y también en nuestro  país.

Allá por marzo de 1962 se produjo el golpe militar que destituyó al presidente constitucional Arturo Frondizi (Unión Cívica Radical Intransigente), cuyo gobierno carecía de vice tras la renuncia sólo a 6 meses de su compañero de fórmula Alejandro Gómez por serias divergencias (principalmente en materia de política petrolera).

Los militares apelaron –con el propósito de ponerle un barniz de seudo legalidad a su manotazo inconstitucional- al presidente provisional del Senado, José María Guido, quien con una muy sui generis “fidelidad” al mandatario destituido, aceptó ser el presidente títere que sólo se abocó a cumplir con minuciosidad las órdenes de los revoltosos con uniforme. Un vulgar Chirolita manejado desde las tres armas. Fue una nueva exhibición del típico cuartelazo que permitió atropellar las instituciones de la República y que hizo su entrada en escena en 1930 volteando al radical Hipólito Yrigoyen.

La figura del Teniente General José Félix Uriburu, alias Von Pepe por su identificación con el espíritu militar germano, sería imitada con el tiempo en sucesivas revoluciones que, al decir del dirigente político Oscar Alende, “no sólo no solucionan los problemas sino que generan muchos más”. El diálogo del presidente Arturo Illia en la madrugada del 28 de junio de 1966 ante los uniformados salteadores del poder, debería figurar en los programas específicos de las escuelas.

Por estos días y con fuerte aroma a “madurismo” venezolano, han surgido de boca del presidente Alberto Fernández expresiones impropias e inoportunas que se atribuyen a algún virtual Chasman (nada oculto en tanto es vox populi que los libretos fueron escritos mucho antes de acceder a la cima del poder).

A veces con una tonalidad oral extraña en un buen orador como el presidente, se lanzan advertencias incompatibles con la necesidad de armonizar criterios con todos los sectores, que también de eso está nutrido el arte de gobernar.

Un periodista K, frente a un conflicto innecesario en tanto se apliquen reglas preestablecidas y que se derraman desde la Ley Suprema, expresó que “atacan al presidente siendo que aún no ha empezado a gobernar” (?). Tal blooper buscó advertirle al país que la visita inesperada y mortal del Covid-19 le ha postergado sus planes de gobierno. Flaco favor le hace en tanto se entiende que previsibles o inesperados, estos azotes pandémicos se enfrentan mediante políticas de protección sanitaria cuyos protocolos ya están en marcha. ¿Acaso eso no es gobernar?

La política de subsidios, bonos y aportes para los más necesitados forma parte del ejercicio diario, como también la agotadora búsqueda de estrategias que permitan arreglar los problemas de la deuda con bonistas. Si aún no se ha puesto en marcha el desarrollo pleno de las etapas previstas, ¿qué significa entonces la introducción de un asunto tan complicado como riesgoso al arremeter contra la empresa Vicentín? Pero no sólo el desarrollo de este plan –que peligrosamente podría darse en otras fuerzas productivas- es lo que preocupa. Son los resabios de autoritarismo que ya se conocieron en aquel marzo de 2008 cuando la aún fresca primera gestión de Cristina Fernández reemplazó un precepto constitucional mediante una simple resolución ministerial (la 125) generando ello un largo conflicto contra el campo nacional que culminó en la madrugada del 17 de junio, cuando el titular del Senado, Julio Cobos, obligado a votar a raíz del empate registrado, exclamó “mi voto es no positivo”. Como torre de naipes, el plan K se desplomó. ¿Cómo no recordar el rostro desfigurado del senador oficialista Miguel Ángel Pichetto ante semejante derrota? El mismo dirigente que se cruzó de vereda en 2019 para ser parte de la fórmula principal del macrismo y hoy integra la Auditoría General de la Nación.

Y precisamente el recuerdo de aquel fracasado embate contra los productores  –a los que la presidenta CFK atacó furiosamente junto a Alberto Fernández- es lo que vuelve al ruedo. El actual mandatario era entonces Jefe de Gabinete, cargo del cual se alejaría no sin obsequiarle duros términos a su jefa, que más adelante repotenciaría por televisión.

La muy buena nota publicada en Clarín días pasados por la periodista y ex senadora nacional Norma Morandini, en la que desnuda la misoginia política de Alberto Fernández, lleva a pensar que a este defecto no lo aplica frente a Cristina Fernández a la hora de las decisiones.

El conflicto con la aceitera santafesina –cuya autora intelectual según el mandatario fue CFK y él su ejecutor público-, lleva a la traducción política de las habilidades del citado Mr. Chasman. Contribuye a esta interpretación, el vocabulario agresivo y hasta autoritario empleado ante el problema de la industria en peligro de ser expropiada. El “no hay marcha atrás”, “el plan de expropiación sigue vigente”, “la protesta busca desdibujar la imagen del presidente”, “es la gente la que está confundida” son pruebas de un estilo que no cabe en un estadista.  ¿No es el Poder Ejecutivo el confundido al darle jerarquía de ley a un DNU para expropiar una empresa en dificultades? Al afirmar que “quieren reeditar la (resolución) 125”, se traduce un nuevo acto de rencor con el agravante de que se inaugura un propósito preocupante de apoderamiento no incluido en el programa preelectoral (ni en la sana política).

Las opiniones de respetables juristas respecto del abuso que suponen las burdas maniobras del poder que alejan las promesas de integración con todos los sectores, no le interesan al kirchnerismo. La ex presidenta no necesita exponerse en tanto tenga a disposición a quien le hace decir lo que ella piensa.

Es verdad que un perdón no se le niega a nadie, lo peligroso es conseguirlo a un precio muy alto. Con botas o con votos, todo poder pierde sustentabilidad y gana reproches que podría evitar.

Lo que parece preocupar más es la mentira como herramienta. Thomas Fuller dijo que “A la mentira le gusta tener muchos vestidos. La verdad prefiere andar desnuda”. El sesgo tomado por el enfrentamiento –con reminiscencias desgraciadas- y que lleva al presidente a definir a los directivos de Vicentín como “ladrones que se quedaron con la plata pública”, lo nuestra como desinformado sobre el comportamiento de los Kirchner por vía Lázaro Báez, cuyos delitos recalaron en la justicia y que también se relacionan con robos de la plata pública.

Los antecedentes K tanto en YPF como en Aerolíneas Argentinas, son un claro testimonio de su incapacidad manifiesta para administrar empresas estatales (las decisiones adoptadas con la petrolera sin medir las consecuencias, habilitarían hoy a grupos extranjeros a reclamarle a nuestro país 12.000 millones de dólares).

Cuando Alberto Fernández señala que los banderazos son producto del “antiperonismo argentino que no nos quiere” olvida que Cristina, cuando se le pidió un aporte personal para la erección del mausoleo de Juan Perón, se negó con una frase irrespetuosa.

Cuando el binomio Fernández-Fernández se aferra al Vamos por Todo, ¿qué alcances le otorgan? ¿Qué significa ese “todo”? ¿Qué certezas sobre sujeción a la Ley Suprema trasmiten a la sociedad? Sería un gesto valiente que Alberto Fernández, cercado por errores, admita públicamente el sentido, los objetivos  y los verdaderos alcances del  acuerdo de mayo del año pasado.

Como colofón nos aferramos a esta historia: “Cuenta la leyenda que un día la verdad y la mentira se cruzaron. –Buen día (dijo la mentira). –Buenos días (contestó la verdad). –Hermoso día -dijo la mentira. Entonces la verdad se asomó para ver si era cierto. Lo era. –Hermoso día (dijo entonces la verdad). –Aún más hermoso está el lago (dijo la mentira). Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió. Corrió la mentira hacia el lago y dijo –El agua está aún más hermosa- Nademos. La verdad tocó el agua con sus dedos y realmente estaba hermosa y confió en la mentira. Ambas se sacaron las ropas y nadaron tranquilas. Un rato después salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue. La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira, comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla. Es así como aún hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad al desnudo”.

 (*) Especial para ANALISIS

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