Por Antonio Tardelli (*)
Poco sabemos de Bélgica. Poco y nada. Dígase que vivimos en la era de google y de Wikipedia: es posible zafar ante un imprevisto. De todos modos, es preferible confiar en la Enciclopedia Británica. Sabremos de esa manera, si es menester, a quién adjudicarle los eventuales errores.
Bélgica es un reino. Y es la sede de las instituciones de la Unión Europea. Hablan allí el neerlandés, pero el francés y el alemán son también idiomas oficiales. Es un pueblo de flamencos. Su industria es importante pero muy dependiente de los insumos que necesita importar.
El jefe de Estado es un monarca; el jefe de Gobierno, un primer ministro. Fue en su momento una potencia colonialista. Los belgas son aceptables jugadores de fútbol. En 1982 nos amargaron el debut del Mundial de España, pero nos tomamos desquite cuatro años después cuando alcanzamos la final de México dejándolos en el camino.
Las novelas policiales, mientras tanto, nos enseñaron que Bélgica es tierra de buenos detectives: allí nació Hércules Poirot, célebre criatura de Agata Christie.
Sabemos poco de Bélgica, pero desde hace décadas emigran hacia allá recursos que se generan en nuestro Río Paraná. Bélgica es la patria de Jan de Nul, una compañía fundada en 1938 y que asociada a la argentina Emepa lidera el consorcio que percibe un peaje que les cobra a los buques comerciales a cambio del dragado y el mantenimiento de la navegabilidad del río. Se trata de un costo clave en la estructura del comercio exterior de la Argentina: por la hidrovía circula buena parte de las exportaciones nacionales.
La concesión, que data de 1995, ha vencido ya pero el gobierno la prorrogó por tres meses. La imagen de Emepa, la firma asociada a la trasnacional belga, se deterioró considerablemente cuando apareció involucrada en la causa de los cuadernos. Habría pagado una coima de 600 mil dólares a cambio de un decreto firmado durante la administración de la ex mandataria y ahora vicepresidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner. El voluminoso expediente involucra a varios ex funcionarios y a la flor y nata del empresariado argentino (o radicado en la Argentina).
Hay quienes creen que el gobierno nacional, intentando amigarse con el norte, entregará el negocio a los Estados Unidos. Afirman otros que es chino el caballo del comisario. En la lista de candidatos aparecen empresas neerlandesas. Jan de Nul sigue interesada. Pero el trámite incluye también a otros belgas atentos a la futura concesión.
Sus directivos ya lo anuncian públicamente. Es la firma de dragado Deme. Es belga el Deme Group. Suele competir con sus connacionales de Jan de Nul.
Los directivos de Deme ya han adelantado su voluntad de competir. Exigen que la licitación sea transparente. Aseguran que están en condiciones de reducir el costo actual del peaje. Recuerdan que décadas atrás, antes de la concesión que agoniza, efectuaron trabajos en el Paraná.
Destacan que para ellos no supone un problema, ni mucho menos, la cantidad de tierra o sedimentos que es necesario extraer anualmente en el Paraná para garantizar su navegabilidad. Es una cifra inferior, aseveran, a lo que remueven en algunos de sus contratos planetarios. Por ejemplo, los que tienen en Grecia o en Rusia.
Opinan que el canal principal de navegación necesita un calado mayor. Y que por la insuficiente profundidad los navíos no pueden navegar con sus bodegas completas pese a que abonan un peaje proporcional al de una carga máxima. En síntesis: para defender sus intereses aseguran que los exportadores (sobre todo las cerealeras) podrían transportar más y abonar menos. El peaje podría ser reducido, enfatizan, a la mitad de su valor presente.
Para concretar su proyecto deberían doblegar a su competidora Jan de Nul, con quien a veces rivalizan y con quien a veces se asocian.
Los belgas siguen paseando por el mundo, aunque el colonialismo, se sabe, va adoptando formas diferentes a lo largo del tiempo.
El gobierno del Presidente Alberto Fernández no estatizará la hidrovía. Se niega a asumir por cuenta propia las operaciones necesarias para mantener la navegabilidad y tomar a su cargo a la vez el cobro del peaje. La hipótesis, que sedujo a sectores internos del Frente de Todos, carece ya de chances para prosperar.
Pese a los discursos pretendidamente diferenciadores, no se tocan algunas de las reformas estructurales paridas en los años noventa.
Los entrerrianos, y en general los habitantes del Litoral, debimos acostumbrarnos a nuestros vecinos belgas y tal vez sigan siendo belgas (estos belgas u otros belgas) nuestros vecinos futuros. Futuros vecinos concesionados.
Por cuestiones de buena vecindad deberemos aprender más de esa tierra que supo ser metrópoli colonial, tierra de buen fútbol y poderosos reyes, buenos comerciantes y mejores industriales. Y extraordinarios detectives, como Hércules Poirot, que desde su sagacidad podría esclarecer un misterio hasta acá irresuelto: el de un país llamado Argentina que se niega a explotar sus propios recursos y graciosamente se los cede a los extranjeros.
(*) Especial para ANÁLISIS.