Por Yohanna Fucks (*)

A días del comienzo del ciclo escolar 2023, y en medio de un enero difícil para miles de familias argentinas en materia económica, vuelve la necesidad de debatir sobre lo que considero el único camino real de transformación social: la educación.

Nadie se atrevería hoy a negar la vital relevancia que tiene la educación para generar herramientas y oportunidades en niños y jóvenes, y permitirnos soñar con un país que salga del estancamiento absurdo en el que estamos hace décadas, siendo una Nación paradójicamente tan rica en recursos. Sin embargo, hace muchos años que la educación no es prioridad real para los gobiernos, y esto ha alimentado un pensamiento en los ciudadanos que espanta, y es considerar que a los gobernantes no les interesa representar sino dirigir, y por ello prefieren una población ignorante, dócil y manipulable, que sea menos exigente y más dependiente de políticas asistencialistas, que profundizan la desigualdad y la pobreza.

Desterrar esa idea es responsabilidad de todos los que contamos con el privilegio de llevar una función pública, y se logrará en la medida que seamos capaces de debatir y trazar una línea de trabajo que apunte a objetivos colectivos, que no serán inmediatos.

Más acción y menos discurso, eso necesita la educación argentina. Pero, ¿qué acciones? Existen tantas falencias en el sistema que podrían evitarse, si contáramos con un Estado presente y eficiente, que diseñe, trabaje y ejecute políticas día a día, tomando los saberes de quienes conformamos la escuela pública en su diario convivir. Es la comunidad educativa, -estudiantes, familias y sobre todo los profesionales docentes-, los que deberían ser consultados constantemente para la implementación de propuestas pedagógicas, curriculares, metodológicas. Porque la escuela no existe en sí misma como si fuera un edificio, a la escuela la construimos todos los días los que ponemos tiempo, dedicación y empeño, en la maravilloso de enseñar y aprender, de formar y formarnos todos como una mejor sociedad.

No hay recetas mágicas ni se debe pensar en un plan magistral lleno de utopías. Si se quiere mejorar la educación, para mí la revolución pasa por analizar las principales problemáticas que hoy nos afectan y trabajar para combatirlas. Nadie duda que los cambios son necesarios, la sociedad de hoy y el futuro nos demandan otras propuestas en enseñanza; y esto implica desde la educación financiera para que cualquier ciudadano sepa manejar mejor sus ingresos económicos hasta la educación emocional y la importancia de la salud mental. Pero si queremos alumnos preparados para una vida repleta de adversidades, tenemos que enseñarles a lidiar con la frustración de los errores y no maquillar hasta los reprobados con siglas que no saben ni descifrar. Lo ideal sería que todos los organismos que deberían intervenir ante las problemáticas sociales que los alumnos hoy enfrentan, estén en cada barrio, en cada institución, trabajando en territorio.

Eso evitaría el desgaste enorme que sufrimos los miles de maestros que nos encargamos desde pedir turnos con psicólogos, psicopedagogos, asistentes sociales hasta denunciar situaciones tremendas que vulneran los derechos de nuestros gurises, y nos podríamos enfocar solo en lo que nos corresponde que es la tarea de formarlos en herramientas y conocimientos para que puedan hacer frente a los desafíos de la vida. Mucho se habla de deserción escolar pero no veo más que a los maestros haciendo los seguimientos de cada niño cuando pasan dos días seguidos sin que asista a clases. Hemos entrado con colegas dentro de asentamientos peligrosos, en busca de esos gurises que faltan en nuestras aulas.

Nos encanta cuando llegan computadoras nuevas y se habla de utilizar la tecnología, pero es indispensable contar para ello con una buena instalación eléctrica y con Internet que no deban sostener los bolsillos de los directivos. Cuando se planifica una extensión horaria o la implementación de un taller, se debe antes garantizar la infraestructura necesaria para que un área se pueda desarrollar. Las partidas en comedores deben estar acordes a la inflación galopante, porque a un niño con hambre no se le puede pedir que comprenda una consigna. La higiene del establecimiento es diaria, se necesitan los insumos todos los días, ¿cómo piensan que eso se logra si el dinero llega con meses de atraso?

Si una canilla está rota, un revoque se está cayendo, un vidrio falta, una cerradura no funciona, que esto no implique enormes trámites burocráticos para contar con la reparación necesaria. ¿Saben que se pierden muchísimos más días de clases por falta de agua o de energía eléctrica que por huelgas? Y sí, también creo que se debe hacer los esfuerzos para revalorizar la tarea de los docentes, que trabajamos todos los días con el mayor y más atesorado recurso para cualquier país: el humano. Y revalorizar a los maestros, es también ofrecerles una mayor y más digna remuneración, que le permita tener sólo un trabajo y no estar en dos o tres escuelas diferentes para lograr vivir y no sobrevivir al mes. Esto también optimiza la educación y la vuelve más eficaz.

La escuela es hoy en muchos puntos del país, la única presencia del Estado para hacer frente (casi sin opción) a un sinfín de roles que no son nuestra responsabilidad pero aún así, los asumimos, lidiando permanentemente con los cuestionamientos hacia nuestra entrega y vocación. Los que elegimos esta profesión, abrazamos la misión fundamental de educar y entendemos su tremendo valor.

El 9 de febrero volvemos a las aulas en Entre Ríos, pongamos como objetivo, que la escuela sea un lugar donde alumnos y docentes tengan deseos de permanecer y desarrollarse, donde las familias depositen a sus hijos con confianza y acompañen con compromiso entendiendo los roles de cada institución, donde se vea que es la educación un pilar fundamental de un país que sueña con progresar. Esa es la única revolución educativa que necesitamos.

*Concejal de Viale. Docente – Publicado en Paraná Hoy