La historia de Victoria Donda Pérez, la joven que recuperó su identidad

Por Victoria Ginzberg (*)

El 24 de marzo del año pasado, en el acto de apertura de la Escuela de Mecánica de la Armada, Victoria Donda Pérez decidió hacerse los análisis de ADN para confirmar cuál era su verdadera identidad. Hacía meses sabía que era hija de desaparecidos, pero el miedo seguía siendo más grande que las ganas de sacarse la duda. Cuando se abrieron las puertas de la ESMA entró con HIJOS para dejar en el sitio donde había nacido claveles rojos como homenaje a los torturados y asesinados en ese lugar. “Me di cuenta que sabía que había nacido ahí, pero que no estaba segura de quién era hija. Fue emocionante, pero a la vez fue triste. Pensaba: ‘Esta mina tuvo tantos ovarios para quedar embarazada, seguir peleando por la misma sociedad por la que peleo yo, bancarse la tortura para que yo pueda nacer y yo soy una cagona que ni siquiera puedo ir a sacarme un poco de sangre’. Sentí que no era digna de los padres que había tenido”. Una semana después se hizo el estudio genético. Victoria es hija de María Hilda Pérez y el diamantino José María Laureano Donda, militantes montoneros secuestrados en la dictadura.

Creció sin imaginarse que había nacido en una piecita oscura de un centro clandestino; que después de parir, su madre, que sabía que no iba a poder verla crecer, le agujereó las orejas y le pasó un hilito azul para identificarla. Victoria creció sin saber. Pero hoy es difícil verla sin un par de aros gigantes en aquel mismo lugar que su madre utilizó para dejar su marca. “Me di cuenta por qué siempre ando con cosas colgando, como un arbolito de Navidad. Siempre tengo súper aros. Desde chiquita me habituaron a usar aritos”, dice esta morocha de sonrisa amplia y ojos grandes que estudia derecho y trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social.

Desde que tiene memoria se preocupó por buscar un modo de modificar el hecho de que “un tipo se gaste cualquier plata en una cena y al mismo tiempo muchos nenes coman del tacho de la basura”. Pero en 1998 dejó de ir a asilos y orfanatos con las monjas y se volcó a una actividad menos acorde con la educación que había recibido. Sentía que la política era la forma de dejar de emparchar injusticias y no contentarse sólo con aplacar la culpa de tener lo que a otros les falta. La rebeldía adolescente aportó lo suyo y comenzó a militar en Venceremos, una agrupación juvenil guevarista, de la izquierda nacional, ahora cercana al kirchnerismo.

Es la primera vez que Victoria da un reportaje y lo hace en parte para honrar a sus padres, a su abuela y a sus tíos. Para que quede claro que ella es la nieta de Leontina y no aquella otra chica que hace unos años mencionó un programa de televisión como posible hija de María Hilda Pérez y José María Donda. Lo hace también empujada por su pasión militante, que no abandonó ni en los momentos más difíciles: “Mi caso o el de algunos otros chicos demuestran que todo lo que pasó tuvo una continuidad que tiene sus correlatos en la realidad. No es casual que uno de los chicos que fue restituido se encontraba con el hermano cada vez que lo iba a escuchar al recital sin saber que era su hermano (Claudio Goncalvez, hermano de uno de los músicos de Los Pericos). De la misma forma no me parece casual que cuando yo entré a la facultad y vi una bandera con Evita y el Che me haya sentido emocionada sin saber muy bien que eran Evita y el Che. Con esto no quiero decir ni que la revolución se lleva en la sangre ni que uno hace lo que hace, porque es hijo de desaparecidos o porque sus padres lo hicieron. No creo eso. Pero sí creo que estamos en un país que ha tenido una historia, que ha tenido una generación que dio su vida por ciertos ideales y que eso continuó a pesar de que lo quisieron cortar en un determinado momento, a pesar de eso, siguió creciendo y ahora se está armando de vuelta. Eso me parece importante”.

La racionalidad de Victoria se pone a prueba al tratar la situación del matrimonio que la crió. No quiere hablar de aquellos a los que todavía llama “mamá” y “papá” ni del estado de los juicios que enfrentan por haberla secuestrado y ocultado. Se reserva lo que siente ante la mentira en la que vivió durante 27 años, en los que formó un vínculo que resiste a los hechos más terribles. Su aprendizaje en la militancia, su sentido de justicia, todo se pone a prueba. Ella no improvisa discursos ni trata de justificar lo injustificable, sólo es sincera con lo que siente. Y mientras el mundo y su vida se ponen patas para arriba parece preocuparse por no fallarle a nadie, aun allí donde no hay espacio más que para la contradicción: “Por un lado creo que quien comete determinados actos tiene que hacerse cargo, pero cuando a uno le toca en alguien que quiere mucho ya no quiere que tenga que hacerse tanto cargo. Es así. Yo me siento doblemente mal, me siento mal por todo eso (por los juicios) y, además, me siento mal por sentirme mal. En realidad, tendría que sentirme bien porque las cosas que se hicieron mal se vayan resolviendo”.

Ser feliz

Juntar coraje para hacerse el análisis de ADN es una de las decisiones más difíciles e íntimas que los jóvenes que saben que pueden ser hijos de desaparecidos tienen que afrontar. Para Victoria, los ocho meses de espera fueron tiempo de soledad y miedo a sentirse más sola todavía. Como otros jóvenes en su situación, no quiere sentirse responsable de la condena que pueda caberle al hombre que la crió. Sin embargo, no hay nada más claro que el hecho de que ella es, por sobre todo, la víctima de un crimen que involucra a gran parte de la estructura naval en 1977, hasta llegar a su apropiador. Hoy sabe que tomó la decisión correcta, de la que no fue sólo ella beneficiaria. Porque “la mentira pesa y si alguien te quiere, te quiere ver feliz y para ser feliz uno tiene que saber quién es”.

–Tampoco es la solución dejar la decisión en manos de los chicos, ahí le dejás todo el peso a la persona que está sufriendo. Si vos decidís no hacerte el análisis genético, estás condenándote a toda una vida de no saber quién sos. Por el otro lado, si decidís hacértelo... No es bueno que vos lo tengas que decidir, porque es dejarte la responsabilidad de algo que no tenés la culpa. Vos eras muy chiquito cuando pasó.

–¿Debería ser obligatorio?
–Diría que sea obligatorio, pero que no sea tomado como prueba en el juicio, si hay otros medios para probarlo.

–Pero ninguna otra prueba es tan evidente.
–Se podría tomar la negativa a hacerse el ADN como presunción. En los juicios de familia, cuando está en tela de juicio la paternidad, si el padre se niega a hacerse el ADN se considera como una presunción. No lo tengo muy pensado. Es bueno que opinemos los que pasamos por esa situación, pero lo tienen que pensar los que lo tienen que pensar.

–¿Cómo fue enterarte que podías ser hija de desaparecidos?
–Los chicos de HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) estaban haciendo una investigación en base a algunas denuncias anónimas. Era chistoso porque nos conocíamos de las marchas. A mediados de 2003 me dijeron que había posibilidades de que fuera hija de desaparecidos. Fueron dos chicas de HIJOS y dos de Abuelas de Plaza de Mayo. El 30 de julio, en un bar cerca del Parque Centenario. Me citaron porque la causa por apropiación de menores ya había empezado. Y las odié con toda mi alma. Después me tomé un tiempo e investigué por mi parte quién podía ser mi familia biológica porque estaba muy curiosa. Y el 24 de marzo en la ESMA decidí hacerme el ADN.

–¿Por qué el tiempo que te tomaste para pensar?
–Tenía miedo. Cuando a uno le dicen una cosa así, que su vida no es su vida o una parte de su vida no lo es... Uno no sabe cuándo cumple años, de qué signo es. No creo en los signos, pero ¡no sabés ni siquiera de qué signo sos! Cuando uno vive una cosa así todo se te viene abajo y todo te da miedo y lo que más miedo te da es quedarte sin lo que tenés. En mi caso yo tengo una familia, que para mí sigue siendo mi familia, ahora sé que tengo otra, pero también tengo una familia, que te crían, te cuidan, te dan amor, a los que vos querés. Tenés miedo a quedarte sin eso, a quedarte solo, sin nada, o a dañar a la gente a la que amás.

–¿Y por qué decidiste hacerlo?
–Porque me di cuenta que no estaba dañando a nadie, que, al contrario, les estaba sacando un peso de encima, porque la mentira pesa. Además, les estaba dando lo más importante, porque si alguien te quiere, te quiere ver feliz y para ser feliz uno tiene que saber quién es. Independientemente de lo que hagas con esas relaciones o con el recuerdo de tus padres, es indispensable poder elegir qué hacés con eso. Por eso, si tenés alguna duda, lo mejor es pensar en la felicidad de todos y en la tuya.

–¿Y qué te dijeron las personas que te criaron?
–Me agradecieron. Me dijeron que la decisión era mía y después me agradecieron. Eso fue importante para mí.

–¿Alguna vez habías pensado que eras “adoptada”?
–No. Yo pensaba que era princesa, pero nunca pensé que era adoptada.

–¿Qué hiciste cuando te enteraste?
–Lloré, lloré. Había dos compañeros que me habían acompañado. Uno que le decimos el Yuyo que es un compañero grande, que también lloraba. Me acuerdo que hacía frío y me tomé un súper helado. Y pensé ¿ahora qué hago? Me mostraron el certificado de nacimiento y dijeron que el médico que firmaba no lo reconocía. No me acuerdo mucho de ese día. Me acuerdo que era como que el mundo se me venía abajo. Y lloré mucho tiempo. Después fui y pregunté a quiénes les tenía que preguntar.

–¿Y el día del análisis?
–Fue una decisión tan complicada que cuando fui a sacarme sangre me olvidé el documento en mi casa. Yo vivo en Quilmes, el hospital Durand queda lejos y cuando fui no me podían hacer el análisis. Me tuve que tomar un taxi que pagaron los chicos de HIJOS, que me acompañaron en el coche. Después todos se reían. Cuando me dieron la respuesta me citaron a un juzgado, me acuerdo que se día tenía que entregar un parcial. Yo lloraba y lloraba. Hasta que vino (el juez Norberto) Oyarbide y me hizo llorar más. Me dijo “entiendo que estás pasando por un momento lamentable, entiendo que no quieras a esta gente”, como si yo a mi familia biológica de por sí tuviera que odiarla. Lo veía mover la boca, pero me desconectaba.

El reflejo

Victoria pudo recuperar parte de sus padres a través del archivo biográfico de Abuelas de Plaza de Mayo. La institución le entregó un libro con entrevistas a familiares y amigos de María Hilda y José María con el que comenzó a buscar el reflejo de sus progenitores. Así encontró la combinación de coquetería y espíritu peleador de su madre, que a pesar de su baja estatura no se callaba nada y enfrentaba al machismo de sus compañeros en la fábrica de vidrio en la que trabajaba como administrativa. Encontró los tacos altos que María Hilda usaba para ir al barrio y que ella se puede poner para una marcha. Y encontró el desafío de su padre hacia los cánones impuestos en su hogar. En esos hechos Victoria se miró en el espejo.

Junto con los buenos recuerdos –algunos los memorizó la misma noche que recibió los testimonios– apareció la sombra de su tío paterno, el represor Adolfo Miguel Donda, jefe de Operaciones de la ESMA. Es que su papá, José María, provenía de una familia de marinos y él mismo había estudiado en el Liceo Naval. Pero corrían los ’70 y José María, junto con otros compañeros de promoción, empezó a militar en el peronismo. Su hermano mayor, en cambio, pasó a formar parte del grupo de tareas de la ESMA. Cuando secuestraron a María Hilda, José María creyó que su hermano podría ayudarlo. Pero no tuvo respuesta. En cambio, poco después él mismo fue detenido y desaparecido. Sobrevivientes de la ESMA aseguran que Adolfo estaba al tanto de lo que ocurría con su familia y no movió un dedo para impedir que fueran asesinados ni para que su sobrina fuera entregada a su familia biológica. “No tuve ningún tipo de condescendencia ni culpa porque ésta es una guerra y ellos estaban en el otro bando”, dicen que dijo.

Lo que sí hizo Adolfo –actualmente preso en la causa ESMA– fue apropiarse de la hermana mayor de Victoria, Daniela. La niña había quedado a cuidado de la abuela materna, Leontina Puebla de Pérez, pero el hombre, poderoso en aquel tiempo, inició un juicio y se la entregó a sus padres, es decir, a los abuelos paternos. Los Pérez la perdieron de vista. Victoria conoció a Daniela. Fue un encuentro breve. Sus posiciones encontradas respecto de su tío hacen que sea difícil reconstruir el vínculo fraterno.

–¿Cómo tomaste el hecho de que tu tío fuera un represor?
–Lo primero que pensé es: “Entre todos los hijos de puta, éste era el peor de todos”. Porque la verdad, era tu hermano, tu cuñada, tu sobrina. O sea que el más hijo de puta de todos fue el que me tuvo que tocar de tío. Después pensé que era bueno, que en algún momento, alguien hubiera tomado la decisión política de que este tipo ahora esté preso. Para mí es nefasto y no lo siento como un tío, es el hermano de mi papá que lamentablemente le tocó en suerte. Igual creo que como este tipo, nuestra historia tiene otros. No lo sentí como algo más pesado todavía porque no lo conocía.

–¿Y respecto a tu hermana?
–Creo que Daniela creció con miedo y sin saber un montón de cosas. No tiene parámetro para juzgar a sus padres, a nuestros padres. Muchos superaron el miedo y muchos no. Daniela no lo superó.

–Hace unos meses tenías otro nombre de pila. ¿Adoptaste enseguida el que te había puesto tu mamá en la ESMA?
–Mi nombre es un poco la mezcla de todas las cosas que me pasaron, porque alguna gente me dice de una forma y otros de otra. El nombre está lleno de significado y por eso me gusta. Me gusta como una forma de rendirles homenaje a mis papás. Un día le pregunté a un compañero al que nosotros le decimos Pelado, un compañero grande, que militó mucho tiempo, le pregunté si mis papás estarían orgullosos de que yo milite, porque cada vez que voy al barrio no puedo evitar pensar que ellos hicieron lo mismo que estoy haciendo yo. El me contestó que sí, que estarían orgullosos, pero que ellos se sentirían orgullosos si vieran que yo me siento orgullosa de ser hija de ellos. Y me parece que es la única forma de demostrar que me siento orgullosa de ellos, con el nombre que me puso mi mamá.

(*) Publicado en Página/12

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