El ex defensor de la Selección Argentina, Roberto Fabián Ayala, brindó una entrevista en la que contó sus nuevas actividades tras su retiro, a fines de 2010, como futbolista profesional. El paranaense, entre otras cosas, habló de sus nuevas tareas, a los trámites que se ahorraba cuando era jugador, al tiempo compartido con su familia y también a su pasión por la pintura. A continuación reproducimos la nota publicada por La Nación en la que el Ratón cuenta detalles de una nueva vida, fuera de las canchas.
Qué paciencia hay que tener para hacer tramites consulares!! muy mal acostumbrado cuando jugaba que todo me lo hacían! El Twitter de Roberto Fabián Ayala (@raton73) exhala sinceridad. Algo de culpa, también. El hombre transita con calma los meses posteriores al retiro. “Como futbolista vivís en una burbuja. Y si tenés la suerte de pasar por clubes importantes más, porque no te dejan ocupar de nada. ¿Tiene fiebre tu nene? Ellos te mandan el médico. ¿Querés mudarte? Te ponen en contacto con la inmobiliaria y te llevan a cada casa. Dejás de jugar y hacer los trámites en un aeropuerto es medio traumático. Te da una vergüenza, te sentís un inútil”.
Ayala recorre la vida de los terrenales con la felicidad que le devuelve llevar a sus hijos al colegio. “Llevo bien el retiro. No extraño jugar, sí el vestuario, esa ausencia la siento”, cuenta. Aún lo persigue una práctica que lo acompañó durante todo 2010: las infiltraciones en esa maldita rodilla derecha, la que aceleró los plazos. Igual, la próxima semana se vestirá de futbolista en la inauguración de un estadio en Grozny, sí, Chechenia, junto con Zinedine Zidane, Figo, Enzo Francescoli, Alessandro Costacurta, Franco Baresi.
No hay vacíos en la vida del Ratón. Bosqueja una línea de ropa con alguna firma, un libro, charlas empresariales y hasta encontrar su lugar en el fútbol. Ni DT ni periodista ni representante. Quizá director deportivo, pero esa figura no se afirma por aquí. Igual, ya no hay dudas de radicación. “Ya no me voy. Ahora quiero que Vero -su señora- se realice; fue una madraza y abandonó todo por mí. Es el tiempo de ella”.
¿Y mientras tanto? Siempre le gustó dibujar al Fabi. O al Cebolla, como le decían los amigos del verdadero Roberto (Camilo) de Paraná, Ayala padre. Entre los diez y los 13 años tomó las primeras clases. El fútbol impuso un paréntesis largo, pero nunca dejó de bosquejar. En 2007, en Zaragoza, Verónica lo sorprendió con un regalo de cumpleaños: la inscripción para una academia de pintura. Dos horas que le parecían dos minutos porque se las devoraba con obsesiva curiosidad. Entonces, a su instinto lo fortaleció con nociones de espacio y profundidad, perspectivas, tonos. Tiene al menos un par de decenas de obras propias. “Siento un gran respeto por un mundo que aún debo descubrir. Este espacio en mi vida empezó como un hobby, pero me gustaría que lo que hago tenga aceptación. Pero para eso tengo que romper mi miedo. Tengo que someterme a la crítica, pero no a la afectiva que, lógico, me dice que le gusta lo que hago”.
Cuenta que no se encasilla en un estilo. Pero aclara que lo suyo no es abstracto ni hiperrealismo. “Me gusta insinuar algo, partir de un punto que puede ser un puente, un retrato, y luego ponerle mi impronta. No me gusta copiar”. Y se castiga: “No voy a galerías, y eso me lo reprocho. Además, sé que lo voy a disfrutar, pero debo domar mi vergüenza”. Cuando lo consiga, llegará la primera exposición. Otro marco para la vida del capitán.