El humor para curar el alma

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Entrevista con la actriz Liliana Pécora

Florencia Penna

En el marco de las Jornadas de Arte y Locura destinadas a trabajadores de salud mental, Liliana Pécora visitó Paraná para brindar un taller de la risa. Actriz, bailarina, directora, docente y animadora de fiestas, es recordada por algunas publicidades que la tuvieron como protagonista y también por sus participaciones en distintos programas de la televisión argentina. Lleva 30 años de trayectoria ligada al teatro y al humor, y hoy, como ayer, apuesta a la risa y a la alegría como actitudes ante la vida. En diálogo con ANALISIS, esta gran admiradora de Niní Marshal consideró, entre otras cosas, que ya no hay lugar para las buenas actrices cómicas en la TV.

Algunos la habrán visto “tomándose cinco minutos y tomándose un té”; o como una ayudante de cocina que en vez de pelar tomates usaba puré Cica. Otros con Moria Casán, Luis Landriscina, Georgina Barbarrosa, Guillermo Francella o, más recientemente, participando en Gasoleros o en 30 y pico, el programa de Canal 7. La comedia ha sido el género al cual más se ha dedicado, aunque también incursionó en los demás. La realización de más de 50 obras teatrales confirma dicha variedad. Sin embargo, es en aquello donde brilla con más destreza. En 1993 fue distinguida con el Premio Ace a la Mejor Actriz Cómica.

Nacida en Mataderos, Buenos Aires, Liliana Pécora era maestra jardinera y estudiaba psicología cuando se topó con la actuación. Desde entonces ha desandado un extenso camino que hoy la catapulta como una de las cómicas más importantes del país. Como tal rotulación sigue siendo probada en cada presentación, la próxima oportunidad será en el reestreno de Mujeres de 50, su último espectáculo -del cual es responsable de la adaptación del guión, de la actuación, de la dirección.

Invitada por el Centro Provincial de Orientación en Salud Mental, que organizó las jornadas El arte todo locura, Pécora dio un Taller de la risa en el Centro Cultural Juan L. Ortiz. La actriz viene trabajando en esta propuesta hace cuatro años con mucho éxito. Se trata de un taller basado en juegos y técnicas teatrales cuyo objetivo fundamental es que la gente se pueda acercar desde lo lúdico a la risa.

-¿Por qué?
-Cuando más jugás, más te divertís, más niño te sentís y más podés reírte. Normalmente los adultos tenemos mucha vergüenza, tenemos miedo al ridículo, a que nos estén observando, a que digan: “Mirá con la edad que tiene, con la profesión que tiene; mirá con lo gorda que es”. Así la gente no se anima. A los chicos no les cuesta reírse porque no tienen la vergüenza instaurada. Entonces lo que trato en dos horas de taller es que la gente se sienta lo más niño y libre posible, sin las ataduras del qué dirán. Se logra a través de juegos, consignas y en la medida que se vayan desinhibiendo. La idea es que la gente se dé cuenta que riéndose se olvida de los males del cuerpo y del alma. Eso es lo que provoca el juego y la alegría.

-¿Por eso se habla de Humorterapia o Risoterapia?
-Sí. En realidad no es que hacés un taller dos o tres veces y te curás. Ninguna terapia te puede garantizar la cura si vos no tomás conciencia de que tenés que cambiar una forma de vida hacia el optimismo. Vos podés ver el vaso medio lleno o medio vacío. Esto es un cambio de postura en la vida, y tomar los problemas y reírnos de ellos es fundamental. Por eso siempre digo que primero tenemos que reírnos de nosotros mismos y reírnos con los demás, no “de” los demás. En Argentina estamos acostumbrados a lo primero, la televisión está llena de programas así. Hacer un sketch humorístico es una cosa, pero usar la caída o mofarte de los demás porque se equivocan es terrible, avergüenza. Hay que reírse de uno mismo, con los problemas y cosas que uno tiene, y después compartirlo con el otro. Eso es totalmente terapéutico.

-Estas herramientas ayudarían aquí a abarcar de forma multidisciplinaria el trabajo en salud mental…
-Exactamente. Y cualquier persona puede ayudar a otro con esto. No es necesario ser médico ni psicólogo ni docente. Hay maestros que utilizan el humor y el juego para enseñar; otros, el látigo, la penitencia, el castigo y no se obtienen mejores resultados. Alguien dijo alguna vez que la letra con sangre entra, y yo que soy maestra jardinera enseñé jugando. Cuando el chico pasa a la escuela primaria empiezan las restricciones: “Acá se viene a estudiar, no a jugar; para jugar está el recreo”. Con una diferencia de meses pasa de divertirse a la cárcel.

-¿En qué otras profesiones se emplea?
-Bueno, están los payamédicos, gracias a Dios en boga, que se hicieron famosos con la película sobre Hunter Patch Adams. Y ahora está lleno. Hace poco estuve en Córdoba formando gente que quería tener este instrumento de ser un payaso, no porque fuera médico sino para ir a los hospitales a trabajar con niños. Y teníamos un delantal, para desmitificar el guardapolvo del doctor que cuando el chico ve venir se asusta -porque a veces le inflinge dolor-, con una nariz de payaso, lleno de parches y colores, con una cara de payaso muy grande atrás. De esa manera el chico le espera pues le lleva un poquito de alegría en sus 24 de penar.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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