Hugo Remedi
Entre Ríos fue la provincia elegida para montar el gran escenario de la interna peronista del que abruptamente se bajó al principal actor político de los últimos años, el que lidera Jorge Busti, y se subió a quien venía siendo un actor de reparto pero de estrecha lealtad a la Presidenta, Sergio Urribarri. Todo de la mano del matrimonio Kirchner en su franca e imperiosa necesidad por rearmar las fuerzas perdidas en la crisis con el campo. Así, de cara al acto-homenaje por el 17 de octubre, aparece el peronismo fracturado. El justicialismo no tiene oposición pero que en la provincia, como en el resto del país, sufre la influencia creciente de la figura de Julio Cobos. Ha perdido la calma política porque el peronismo, a falta de una oposición cierta, estalló en su propio conflicto interno. Las encuestas de estos días arrojan “realidades” impensadas para unos meses atrás. Ahora, los números permiten visualizar concretamente parte del derrumbe kirchnerista sobre todo de la Presidenta, el porcentaje que mantiene Carlos Reutemann en la consideración social, también Elisa Carrió y la baja imagen de Eduardo Duhalde. La crisis del campo modificó el tablero político y eso está absolutamente reflejado en el humor social que reflejan las mediciones.
El peronismo entrerriano no se dividió en los últimos tiempos por la crisis del campo sino cuando Busti digitó las candidaturas para enfrentar las elecciones de 2007. En aquel momento aparecieron los rebeldes purificadores del justicialismo de la mano de Julio Solanas –nucleados en la Lista 100– objetando fuertemente la forma en que se gestó la candidatura de Sergio Urribarri.
Tras la derrota electoral de ese año, los disidentes de entonces pegaron la media vuelta en menos de lo que se demora en destapar un champagne, retornaron a las fuentes y se hicieron más bustistas que Cristina Cremer.
Todos vivieron felices, hasta que aparecieron los gringos del campo, cachetearon al gobierno nacional y terminaron con la luna de miel peronista. El gobernador Sergio Urribarri terminó fuertemente alineado a la escudería pingüinista, mientras que Busti dejó de ser el aliado natural kirchnerista en Entre Ríos.
El desconcierto entonces ganó a dirigentes, cuadros, militantes y seguidores del general. De repente, la aparente pétrea unidad peronista volvía a quebrarse en Entre Ríos. O se estaba con Kirchner o el que pensaba distinto se transformaba poco menos que en un traidor a la causa.
Amanecía como consecuencia, entonces, lo impensado, solo unos momentos antes: el gigante electoral de los últimos años se partía entre urribarristas y bustistas.
Sin embargo, la circunstancial ruptura de esta relación no quiere decir que no tenga retornos. Por un lado, Urribarri es gobernador por tres años más, con fuertes lazos con el gobierno nacional, con lo que ello implica; y por el otro, Busti tiene una conocida particularidad: recompone muy rápidamente sus relaciones con quienes en algún momento fueron sus enemigos políticos.
Y así de esta manera, navegando por mares turbulentos, llegan al 17 de octubre, fecha emblemática si la hay para el peronismo: el día de la lealtad.
Se podrá seguir profundizando ampliamente sobre aquella fecha y sus sostenidas derivaciones. Lo cierto es que tal vez lo más importante que ha dejado como lección aquel movimiento es que, por primera vez acaso, se tornó definitoria la participación del pueblo trabajador en las grandes decisiones nacionales. Asimismo, nacía la movilización popular como medio de control de los actos de gobierno.
Antes de aquella fecha poco de esto sucedía, es tal vez por eso que con el pasar de los años esta fecha de naciente tinte peronista ha ido creciendo y se ha ido convirtiendo en un mojón central del análisis histórico nacional en su conjunto.
Sobre esos cimientos tan caros de la historia argentina, hoy personajes de la política vernácula han convertido a esta gesta histórica en un campo de batalla para medir fuerzas y adhesiones. Y como consecuencia, al galope de mezquinas ambiciones partidarias, terminan bastardeando una fecha tan significativa para el justicialismo y también para la expresión genuina del campo popular.
Para colmo le tocó a Entre Ríos montar el escenario central de esta comedia, donde los urribarristas se regodean armando un gran acto partidario detrás de la figura del ex Presidente Néstor Kirchner; mientras que los bustistas deciden, por lo pronto, replegarse y atrincherarse en Concordia. No sin antes desplegar, ambos bandos, sus furias a través de los medios, a veces con sutilezas y otras veces con munición gruesa.
Estos tiempos trazados por las disputas internas muestran también que hay dirigentes, funcionarios, legisladores e intendentes, que participan activamente de la construcción del monumento a la hipocresía donde muchos de ellos atados al oportunismo en verdad no dicen lo que sienten y ni siquiera sienten lo que dicen. La chequera en la coyuntura seduce más que las convicciones a la hora de elegir la vereda donde esperar el paso del temporal.
Evidentemente, el cachetazo del vicepresidente Julio Cobos obligó a los Kirchner a cambiar de estrategias. Por un lado, enterraron el transversalismo en el que quisieron invertir fuertemente en épocas duras para las identidades partidarias –el actual vicepresidente y varios gobernadores K son parte de esa fábula– y volvieron al partido que los vio nacer. Por el otro lado, antes jugaban a dividir e ir haciéndose fuerte comprando lotes chicos. En ese tiempo, apostaban fuertemente a la división para sumar, en cambio, ahora tienen que trabajar en forma urgente para recuperar, por lo pronto, lo que se perdió en la guerra con el campo.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
