Charles Parker
Los periodistas sufren muchos trastornos sexuales, es un hecho estadístico. En abril, dos investigadoras del Instituto Kinsey dieron a conocer un informe que analiza el vínculo entre inclinaciones vocacionales y parafilias en Argentina. El resultado es sorprendente, aunque fue ignorado por cuestiones lógicas: el trabajo en los medios y la carrera religiosa encabezan la lista de las actividades preferidas por los trastornados, gente que obtiene placer sexual de forma retorcida en su tareas cotidianas, y no a través de la cópula. Por eso tal vez se ponen como locas cuando ven un forro. En el caso de los religiosos vaya y pase. Después de todo se trata de una elección: nadie te obliga a mandar a tu hijo al seminario.
Que los directivos de un secundario católico quieran echar a un estudiante porque sacó a pasear un Camaleón es una estupidez medieval, eso no se discute, pero así son sus reglas, y eso es lo que opina Benedicto. No hay mucho más que decir. Ahora, que los periodistas armen semejante escándalo con la noticia es algo inaguantable, algo mucho más grave y perverso que el hecho en sí mismo. Los principales diarios del país pusieron el hecho entre los títulos de tapa, y el Crítica incluso lo convirtió en la nota principal de la edición. Por el amor de dios, ¿esa fue la noticia más importante de la actualidad nacional? ¿Eso es lo primero que querés contarles a tus lectores? ¿Cuál es la noticia? ¿Que las reglas religiosas son anacrónicas? ¿Que las prohibiciones son prohibitivas? Que manifestación de suficiencia tan imbécil, que indignación inútil, que goce con la degradación del oficio.
(El texto completo se publica en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)