Cada piedra, un voto para Macri

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¡Teléfono en la Redacción!

Por A.S.

—¿Cómo anda?
—La verdá, un poco triste.
—¿No me diga? No, no me diga. Ya sé. Por todo esto que viene pasando...
—Y sí.
—Ahora, entre nosotros, ¿qué lo pone más triste?
—Pah. ¿Definiría un poco más la pregunta? Porque así como está, cuesta…
—Ja. Hay muchas cosas que pueden entristecer a alguien en estos días. Y no es lo mismo, disculpemé el prejuicio, si usté se entristece más por unas piedras y unos estúpidos que hacen lío que por la aprobación legislativa del robo a los jubilados para que a este gobierno le puedan cerrar los números en sus finanzas…
—¿Son esas dos opciones, nomás?
—Ah, no sé, dígame usté…
—Me parece que hay unas cuantas más. Pero esas dos no son las menores, todo lo contrario.
—Lo que pasa es que, por lo general, a la gente le indigna una o la otra. Al que le molestan las piedras parece que no le preocupa mucho el futuro de las jubilaciones. Por eso le preguntaba. Y a su vez, me da la sensación, que de acuerdo a cuál le preocupa se nota bastante a quién votó.
—Entonces en mi caso se dará cuenta, porque a mí ambas cosas me entristecen.
—Yo ya sé que usté votó en blanco. ¿Se cree que no me acuerdo? Si hablamos un montón sobre eso.
—Yo no voté en blanco.
—En esta última, pero en la presidencial sí.
—Ah, cierto. Por supuesto. Y lo bien que hice. ¡Mire el rol del que era la otra opción! Ni siquiera votó. Se hizo el distraído y huyó.
—¿Scioli? No estuvo en el momento de votar. Y el jueves no había estado en la sesión que se levantó por la represión. Y no se sabe por qué se ausentó.
—Para no hablar de Bordet y los demás gobernadores peronistas. No dudo de que lo que acordaron será beneficioso para sus provincias, pero que mejoren sus ingresos a costa del recorte a los viejos es un poquito, ¿cómo decirlo? Lejano. Sí. Es un poquito lejano al discurso progre y de justicia social con el que se llenan la boca.
—¿Qué tiene de raro? Cuando estaban en el gobierno y necesitaban cuidar la caja vetaron el 82 por ciento.
—Ajá. Pero vuelvo a lo que me preguntaba. Una de las cosas que me produce tristeza fue constatar que el gobierno se envalentonó tanto con los resultados de las elecciones que ya no les da bola a los focus groups.
—¿Cómo es eso?
—O quizás los midieron mal. Porque un gobierno que está totalmente coacheado y que mide cada paso que da, no puede haberle errado de este modo.
—Expláyese.
—Me explico: hace apenas una semana, encuestas publicadas en medios proclives al gobierno, o por lo menos no enrolados en el kirchnerismo, mostraban con contundencia que la gente, el pueblo, la comunidad, o como desee llamarle, rechaza de manera abrumadoramente mayoritaria la reforma previsional. Dos de cada tres.
—¿Y entonces?
—Entonces yo creía que el Gobierno leería ese dato y pondría el freno. Pero no.
—Ahhh, por eso dice lo de “envalentonado por las elecciones”.
—Claro. Después pensé que quienes podrían registrarlo serían los miembros de nuestro devaluado poder legislativo, tenía algo así como la esperanza de que registraran algo que ya registró (con ese olfato fino que tiene) el periodismo, incluso el más benévolo con el oficialismo.
—Eso también es cierto. Hasta en Canal 13 y Clarín le venían pegando duro a la reforma previsional.
—Y no es para menos. Es un poco difícil justificar la decisión de sacarles plata a las dos puntas de la sociedad, la niñez y la ancianidad, para que les cierren las cuentas. Quitarles plata para... lo que sea. No importa para qué. ¿Hay algo más importante que los gurises y los viejos?
—Para este Gobierno seguro que no. Los neoliberales son así.
—No, esa explicación es muy pobre. Porque es el mismo gobierno que muestra notable inteligencia –¡salvo que usté crea que son socialmente sensibles!– para repartir tanto o más ayuda social que el anterior, para aumentar la AUH, para tener el gasto social más grande de la historia democrática… No, no pueden ser tan torpes.
—La soberbia es mala consejera. Mire cómo terminaron los anteriores por creerse que tenían la vaca atada… Ahí están, anunciando desde hace dos años un 2001 que no llega, dando vueltas en una realidad paralela, esa misma en la que vivieron subestimándonos a todos, porque creían que nunca podían perder el poder. De repente tuvieron que largar la teta y ahora se rasgan las vestiduras por el mismo pueblo al que le robaron todo lo que pudieron…
—Buena síntesis. Ahora, eso de 2001, no sé, eh…
—¿Usté cree que estamos cerca de una situación parecida? Yo no lo veo. De la Rúa estaba deslegitimado, le había ido muy mal en las urnas, la gente realmente no tenía para comer, la clase media estaba alteradísima con el corralito, era otro contexto. Acá ningún indicador socioeconómico está ni lejos de aquel momento… o eso dicen los especialistas.
—Sí, no le discuto, pero yo no lo decía por eso. Igual, déjeme hablarle un ratito sobre el otro motivo de tristeza.
—¿La violencia, las piedras?
—Sí. No necesito decirle que si no hubo muertos es por mera casualidad.
—Y por la jueza esa que impidió que los efectivos policiales lleven armas.
—Sí, pero yo digo del otro lado.
—¿Del lado de las piedras? ¿Usté dice que mataran un policía?
—Claro. Eso pudo haber pasado. Y lo de la jueza, por más que los mamarrachos del macrismo ahora la quieran destituir, esa jueza los salvó del final de su Gobierno.
—¿Por qué lo dice?
—Porque en ese sentido decía lo de 2001. Yo no tengo duda de que esto no es como entonces, como 2001. Pero, ¿usté se imagina qué hubiera pasado si hubieran tenido armas letales y había uno o más muertos?
—Ahhh, le entiendo. Sí, creo que me imagino. Y usté cree que ése es el juego al que nos lleva lo de las piedras.
—No sé si conscientemente o no. Pero pudo haber derivado en eso.
—Entiendo. Igual, la mayoría de la gente no entró en esa, yo no tengo dudas de que más del 95% de las personas que se movilizaron no sólo no tiraron piedras (ni antes ni después de la respuesta policial) sino que además se alejaron de los incidentes. Porque la abrumadora mayoría no quiere eso. El par de miles de lúmpenes, sociales o políticos, que hacen eso no tienen ningún apoyo social. Ninguno.
—No son solamente piedras. Son votos para Macri. Y que los que las tiran no se den cuenta de eso, me convence cada vez más de que hay sólo dos opciones: o son alienados (mental o políticamente) o son servicios, directamente infiltrados para lograr eso.
—Pienso parecido. Yo creo que hay tres grupos de idiotas que tiran piedras.
—¿A ver?
—Uno, son los lúmpenes políticos, que son militantes de facciones ultras, ínfimas, insignificantes electoralmente, que todavía creen en cosas como “cuanto peor, mejor” o en la violencia como “partera de la historia”.
—Ajá.
—El otro son lúmpenes sociales. Gente que es carne de cañón de organizaciones políticas o sociales inescrupulosas, que los levantan para las movilizaciones pero el finde siguiente pueden estar en la barra brava de un club. Ni saben por qué están ahí, pero tienen un bagaje vital que les da enorme masa crítica como para que ir a tirarles piedras a la policía, una molotov o cualquier otra cosa de ese tipo, constituya un fascinante llamado a la acción tan excitante como para un oficinista de clase media pueda serlo ir a ver a Roger Waters a River.
—Mire usté. ¿Y el tercero?
—El tercero son los infiltrados, esos que usté decía. Son los menos, pero son decisivos para iniciar el despelote. Para tirar las primeras piedras.
—¿El candidato a diputado ése, del FIT de Santa Fe, en qué grupo lo pone?
—Pah. Ta difícil. Por ahí, en los tres.
—Puede ser.
—No sería el primero.
—Mire, en mi opinión, esas piedras se transforman en millones de votos para Macri. Son un bocato di cardenale para el Gobierno. Son el mejor servicio al macrismo y al sistema. Y no sé si su esquema será correcto, pero el hecho de que quienes las tiran no se den cuenta de eso, me hace convencerme cada vez más de que los que no son simples alienados son directamente infiltrados para lograr eso.
—Si me permite, a mí otra cosa que me entristece es ver al Congreso vallado. Afuera, gases y represión. Adentro, los representantes del pueblo queriendo sesionar encerrados por temor al pueblo que representan.
—Pero deberían estar tranquilos igual. Si por imperio del artículo 22 de la Constitución (y no del 21, como dijo Elisa Carrió en el debate), en la Argentina "el pueblo no se equivoca ni le erra, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución".
—Me parece que no dice así.
—Ah ¿no? Debería.
—Y no tengo dudas de que siempre la responsabilidad principal es de quien gobierna. Por eso que el macrismo haya apostado a "blindar" el Congreso y a reprimir es el peor camino, sin duda.
—Bueno, eso es lo que le decía. Antes de las elecciones, con un focus group les bastaba para revisar sus malas medidas. Ahora, ni las encuestas que muestran el rechazo de 7 de cada 10 alcanzan…
—O todos bajan un cambio o termina mal. Es diciembre. Y es Argentina.
—En diciembre también se entregan, tradicionalmente, los premios Nobel. Y eso también me puso triste.
—¿Por?
—Porque me acordé de Milstein.
—¿De César Milstein, el premio Nobel argentino?
—Hasta por ahi.
—¿Cómo hasta por ahí?
—Bueno, por eso me puse triste. La Argentina es el único país de habla hispana con tres Premios Nobel en ciencias: Bernardo Houssay, Luis F. Leloir y César Milstein. Los tres, surgidos de la Universidad Publica producto de la Reforma de 1918.
—El más reciente es Milstein.
—Sí, pero también hay que decirlo: no es del todo justo incluirlo como “Nobel argentino”, porque no lo obtuvo trabajando en el país sino en Gran Bretaña: en la Argentina no podía, porque "pensaba feo".
—Ah, mire, no sabía.
—Sí. En su juventud era zurdito, era anarquista.
—No de los que tiran piedras.
—Je. Claro que no. Llegó a escribir en las páginas de La Protesta en los años ´60. En el ´62 se tuvo que ir porque el golpe que derrocó a Frondizi también disolvió el instituto que dirigía.
—Y se fue a Inglaterra.
—Sí. El trabajo de Milstein posibilitó que hoy muchas personas tengan determinados remedios oncológicos e incluso el Evatest para detectar embarazos. Sin embargo, como Milstein pensaba feo, se negó a patentar su laburo: él creía que el conocimiento es patrimonio de toda la humanidad y que todas las patentes deben ser públicas y no objeto de lucro. “La ciencia sólo cumplirá sus promesas, cuando sus beneficios sean compartidos equitativamente entre los verdaderos pobres del mundo”, decía don César. En octubre hubiera cumplido 90 años. Qué feo pensaba, ¿no?
—Ajá. ¿Se acuerda de que hace poco me contó que estuvo leyendo el Juan de Mairena, de Machado?
—Claro.
—Me produjo curiosidad. Y empecé a leerlo. Encontré cosas notables.
—¿Vio? Y vigentes.
—¡Puf! Muy vigentes. Por ejemplo, ésta, que me parece que viene bien en estos días. Dice Machado en Juan de Mairena: "Consejo de Maquiavelo: No conviene irritar al enemigo. Consejo que olvidó Maquiavelo: Procura que tu enemigo nunca tenga razón".
—Es bueno.
—Sí, pero hay un consejo que olvidó Mairena.
—¿Cuál?
— “Si tu enemigo tiene razón, dásela".
—Eso también es bueno. ¿La seguimos en quince días?
—Con gusto.

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