Memoria Frágil y un programa sobre mujeres, dictadura, dolor y compromiso

Mujeres y dictadura

Las mujeres y la última dictadura cívico militar.

De ANÁLISIS

Las ex detenidas políticas fueron un símbolo de lucha en las cárceles de Entre Ríos y buena parte del país, en tiempos de la última dictadura cívico-militar. Según el informe nacional sobre desaparición de personas, el 33 por ciento del total de los desaparecidos entre 1976 y 1983 fueron mujeres. Un 10 por ciento de ellas estaban embarazadas. Había una violencia específica hacia las mujeres, fue sistemática, planificada y aplicada en casi todas las detenidas en los diversos centros clandestinos del país.

Oliva Cáceres, detenida el 24 de marzo de 1976 en su casa de Diamante, reflexionó: “La experiencia en la dictadura no hace diferencias de sexo. Es por todos conocidos que ha habido desapariciones, muertes, robos de bebés, embarazos interrumpidos. Quizás estos dos últimos nos liguen directamente a la mujer. Pero con respecto a otros atropellos ha sido bastante similar en mujeres y hombres, incluso los sentimientos que esto aflora tampoco tienen sexo. Pero es interesante tomar en cuenta el plan de la dictadura respecto de las mujeres. Un plan que intentó ejemplificar. A mi modesto entender no fue ejemplificador. Detención, secuestro, robos, desapariciones, vuelos, entierros en fosas comunes tienen una carga histórica y emocional que no se podrá explicar en el tiempo. Quizás, lo que espero es lograr que se respete lo que eso significó para el país. Porque fue una versión muy oscura del poder. El plan ejemplificador consistió en detenernos, en intentar descerebrarnos, querer alejar el cerebro del corazón y no comprender que el corazón guarda sueños clandestinos. Sueños que defender por vida. Y no hablo de grandes sueños, hablo de sueños comunes, quizás intentar ser feliz. Sueños que se encuentran y se encontraban en el corazón no lograron descerebrarlos. Por eso digo que no hay ejemplo en lo que pasó”.

Todas ellas sufrieron violencia física y psíquica, denigración, golpes, picana, submarino, violaciones, desnudez obligatoria, era el encuentro perverso de cada uno de sus torturadores en esos centros clandestinos. Además, como parte del plan de exterminio y desaparición, las mujeres embarazadas recibían el mismo tipo de vejaciones que todos los detenidos del lugar.

Cristela Godoy, fue detenida el 16 de agosto de 1976 y estaba embarazada. “Fue muy difícil. En realidad somos sobrevivientes porque muchos de nuestros compañeros no volvieron más, fueron desaparecidos. Sobrevivimos a esa noche tan oscura de nuestro país y continente. La vida de una joven como era yo, era totalmente diferente a la vida de una joven actual. Vivía dedicada a la militancia, hacía poco me había casado, estaba embarazada de cinco meses de mi segunda hija. Eso fue tremendo porque de un día para otro pasé a ser una persona que tenía todas mis actividades, íbamos los dos a la facultad y trabajábamos, estábamos con un proyecto de vida muy hermoso y todo fue en una noche. Ahora veo con los años, pero en ese momento pensaba que iba a volver al otro día. Hasta me llevé plata para el taxi. Me detuvieron en mi casa, una patrulla de la Fuerza Aérea, creo yo. Tenía a mi hijo Ariel que tenía un año y un mes y se lo dejé a una tía. Subimos a una camioneta, camión, no bien subí me pusieron capucha y se fue para el lado de los cuarteles. Me bajaron, me desnudaron creo que para ver si estaba o no embarazada. Me pudieron en una pieza grande con otras compañeras. Ese momento fue terrible. Estuvimos mucho tiempo, dos meses más o menos en cuarteles, nadie sabíamos dónde estábamos.  Hubo simulacros de fusilamiento a compañeras y compañeros. Antes del día de la madre nos llevaron a la UP6 y volvimos a estar comunicadas. Después del día de la madre nos llevaron. Yo ya estaba con un embarazo bastante pronunciado”.

 

 

“La cárcel de Devoto es una cárcel de muros, candados, celdas de 360 por 240 con una letrina y una pileta donde bañarse. Una hora de recreo si no había viento o lluvia o el mal humor del jefe de seguridad de turno. La cárcel de Paraná tenía verde, o tiene verde. Lo descubrí cuando volví, nos dijeron no van a salir al patio y estaba lleno de verde y planta con flores. Recuerdo que una celadora se acercó con otra y dijo mirá lo que hacen. Estábamos  tocando el césped. Cuando salimos al patio de Devoto con murallas altísimas donde caminaban guardiacárceles, veíamos líquenes o musgos y los tocábamos. Recuerdo haber visto cartas que llegaron a compañeras y había flores secas, y las habían dejado pasar. Las guardábamos como si fueran un tesoro. Eso hizo que pidiera que me mandaran algún pensamiento y mi familia se preguntara qué me pasaba. En Paraná la vida transcurría dentro de un pabellón, estaba limpio, no había diferencias en la comida. En Devoto la comida estaba especialmente preparada por el enemigo. Sólo el enemigo te da mondongo sin lavar, y puede enojarse si lo rechazás. Nos decían que éramos delicadas. Esas actitudes de rechazar la comida, el matecocido gris con leche. En una oportunidad compramos leche en polvo para mejorarlo y nos sancionaron. Las sanciones eran mandarnos al chancho, la última celda en el techo por ejemplo. Ahí se pasaba aislada, sin colchón. Esas son las diferencias entre ambas cárceles. Nos impidieron por años tener contacto con los seres queridos. Nos privaron no sólo de la libertad sino de saber la temperatura que tiene la piel de un ser querido. Fueron nefastos. Lo pensaron todo, y nosotras también”, relató Olivia Cáceres de Taleb.

Los partos en cautiverio ocurrieron incluso dentro de los centros clandestinos que contaban con lugares especiales para ello, o bien eran derivadas a hospitales o centros privados. Como ocurrió en Paraná con el caso de los mellizos de Raquel Negro. Muchas denunciaron que las torturas les produjeron abortos, otras que las condiciones de salud, higiene y limpieza eran pésimas. En muchos casos, a los siete meses de embarazo aproximadamente les indujeron el parto que en general fueron cesáreas. Además de médicos, uniformados y civiles armado presenciaron los nacimientos. En otros casos las mujeres empezaron el trabajo de parto y no recibieron asistencia médica si no de sus mismas compañeras detenidas. Muchas veces se obligó a parturientas a limpiar el lugar donde acababan de parir. Y a todos estos métodos de tortura se sumó la incertidumbre sobre sus vidas y las de sus hijos, si iban a quedar juntos o si serían liberados. Cientos de bebés fueron arrancados de los brazos de sus madres al momento del parto. De la mayoría de ellos, todavía no se conoce el paradero.

 

 

“Nos dieron un pequeño respiro porque vinieron las fiestas y antes de las fiestas, el 18 de diciembre tuve a mi hija en el Hospital de Niños de Paraná. Fue un momento tremendo. Me custodió un montón de militares con metralletas. Me verduguearon mucho. No el médico que fue una persona que se arriesgó, que fue el Dr Cati. Hubo una monja que me verdugueó a tres mil manos y una enfermera también. Yo nunca me imaginé que todo el mundo iba a pasar por atrás a mirar cómo estaba pariendo yo. La vulneración de derechos como mujeres, ahora con el tiempo que se habla de violaciones, esto pasó perfectamente. Todos los personajes como con un hilo invisible, representantes de la Iglesia y gente de las Fuerzas Armadas. Nos hicieron un Consejo de Guerra y nos trasladaron a Buenos Aires. No la llevé a mi hija por seguridad. Sabía que te quitaban los chicos en la escalerilla del avión. La dejé en Paraná con la directora del penal que era una buena mujer, dentro del marco. Mi gran compañera que entonces tenía 18 años, María Eugenia Volpe, ella me la cuidó a mi hija. Era una compañera muy joven y sin embargo se quedó con mi hija, esperó que mis papás vinieran a buscarla. Se lo agradecí toda la vida”, recordó Cristela Godoy.

La mujer se refirió después a la vida en Devoto. “La maldad se concentró en esos personajes, pasamos de todo, hambre, frío, soledad, cada una tenía su peso. Viajé sin la nena con los pechos llenos de leche, con un dolor tan grande y con el tiempo me dieron unas pastillas para que se fuera pasando. Evidentemente todo eso me hizo mella en la vida y la salud mental. El traslado fue terrible, nos llevaron engrilletadas, con capucha. No sé si mi compañera movía el pie, y con la cabeza abajo, y los tipos y minas que vinieron del servicio penitenciario de Buenos Aires, le pegaban con el fusil en la espalda. Allá bajamos en el Aeropuerto y nos tiraban desde arriba de la escalerilla del avión. A una compañera le pegaron un empujón y cayó. Después estuvimos muchos años ahí, peleándola, por la comida, porque llevaban a los chanchos a una compañera, porque sacaban compañeras. Con qué luchábamos, gritando, pegando jarros contra las rejas. Pero estábamos en manos de ellos, la vida y la muerte en manos de ‘seres’ humanos. ¿Qué pensarán de las cosas que nos hicieron? Lo peor fue que me separaran de mis hijos. Eso fue terrible, y el momento del parto. Mis hijos sufrieron mucho la separación y nunca se supera esta gran pérdida. Después cuando volvimos la vida también fue muy difícil. Haberme separado de mis hijos fue terrible. Una de las cosas que más pido o pienso es que ninguna madre debería ser separada por ningún motivo de sus hijos. Eso sigue pasando en las cárceles de nuestro país. El abandono de las personas que están ahí, si fue difícil en aquel momento, ahora no ha cambiado mucho. Pero nosotros teníamos la fortaleza de lo ideológico. Nos juntábamos, estudiábamos, hacíamos gimnasia aunque no pudiéramos. Pasamos seis navidades y año nuevo en la cárcel de Devoto. Momentos muy dramáticos”.

Doble castigo

Según investigadoras, mujeres detenidas en la última dictadura cívico militar sufrieron doble castigo, por militantes y por transgredir el orden machista establecido. Desde 2000 la Corte Penal Internacional considera delitos de lesa humanidad a las violaciones, la esclavitud sexual, la trata, la esterilización forzada y las violaciones dentro de un plan sistemático contra una población civil. En Argentina, recién en 2010 este tipo de delitos cometidos sistemáticamente por los represores comenzaron a ser considerados delitos de lesa humanidad.    

 

 

Mariana Fumaneri, detenida el 21 de octubre de 1976, recordó: “Un día me tocó a mí. Me llevaron a los cuarteles. Sabía dónde estaba. No estuve en la Comisión de Desaparecidos desde el principio, pero un tiempo no estuve en ningún registro, bajo ninguna figura legal que amparara mi situación. En los cuarteles fui objeto de interrogatorio, maltrato, tortura con picana eléctrica, golpes, atada, vejada, siempre desnuda. Una incorpora en ese momento que por la condición de mujeres éramos doblemente atacadas, por militantes y mujeres. Estuve cerca de un mes, con distintas formas, en calabozo, cada tanto me sacaban y llevaban a un lugar desconocido. Adentro del mismo cuartel también simulaban que nos llevaban a otro lado. Después me llevaron a la UP de Paraná. En los primeros días de diciembre me comunicaron que iba a ser juzgada por un Consejo de Guerra, entonces la situación era legal digamos. Me hicieron el Consejo. Siempre cuento que el Consejo de Guerra fue una característica de acá, capitalizaron políticamente el hecho porque nos mostraron. En febrero del 77, condenada, me llevaron a Devoto, que era una cárcel de máxima peligrosidad, situada en el corazón de Buenos Aires, por lo tanto una cárcel para mostrar. No fueron los mejores días de mi vida. Éramos muchas, vivíamos en una celda de cuatro todas juntas, en una celda muy chiquitita”.

“Me tocó convivir con una compañera de Salta que dejó una hija chica y en uno de los lugares donde estuvo detenida le informaron que mataron a su hijo y su hija, y que su marido se había ido con su niñita más chiquita a Bolivia. Una vez conseguimos que nos dieran 15 minutos de contacto con nuestros hijos. Nos prestaron la alegría, la fuerza para no aflojar. Tuve la suerte que mis padres llevaran a mi hijo. Cada una llevaba preparado algo que le impactara más que un abrazo, de ellos también aprendimos porque estaban enteritos, felices después de casi cinco años sin abrazarnos. Y no lloraron cuando los retiraron a los cinco minutos y nosotros tampoco. Ese día fuimos felices en la cárcel. No es el entorno lo que te da felicidad, es la libertad de la cabeza o la del corazón. Cuando llegamos acá recuperamos eso. Eso tiene de distinto una cárcel del interior del país que una cárcel como Devoto. Cuando llegamos acá la directora nos dijo que nos saquemos la ropa, que le pidamos a la familia que nos lleve maquillaje para que nos vean bien. No es que quería engañar a nuestras familias, sino que recuperáramos también lo que habíamos sido. Y eso se agradece. Agradezco cómo trató a nuestras familias también”, describió Cáceres de Taleb. Expresó que a las mujeres que las cuidaban en Devoto les decían “las bichas”. “No todas las personas trabajan de lo que más les gusta, pero vos le prestás tu dignidad al trabajo y hay gente que lo volvió indigno y otra que no”.       

Entre las modalidades de tortura se encontraban las violaciones reiteradas y llevadas a cabo, muchas veces, por más de un represor en las mesas de tortura o cuando las detenidas querían ir al baño. La violación, además de constituir una forma de sometimiento y extorsión, buscaban el castigo de detenidas, disciplinar y corregir, destruir la integridad física y psíquica de esas mujeres, recuperarlas como decían los oficiales en su jerga.  

“Por momentos no hubo nada que me sostuviera. Me levantaba y acostaba con dolor terrible de garganta. Pero le pasaba a muchas compañeras. Una dice a mí, pero cuando superás eso, decís acá estoy, tengo que seguir, estar bien y seguir. Pero me sostuvo el recuerdo de compañeros, por ejemplo el compañero que nos casó, el cura Pedro Pérez, me mantuvo cerca de dios. Porque no soy muy confesa, pero sí hubo momentos en los cuales entraba la patota al pabellón y pensaba en Pedro y decía Dios está conmigo. Mi mamá que fue una mujer de una fortaleza inmensa que también crió a mis hijos chiquitos, mi padre que sufrió tanto, mi suegra y mi compañero que no nos vimos con él cinco años y ocho meses. Nunca los perdoné porque vi morir compañeros y compañeras en Devoto. Vi la bajeza a la que nos sometieron por cualquier cosa. Todo en plena juventud, con montón de proyectos y ganas de hacer cosas como hasta ahora. Pero hemos declarado en los juicios, muchos de ellos están presos y condenados. No son seres humanos los que torturas a mujeres, separan a niños. No los he perdonado”, expresó Cristela Godoy.

Oliva Cáceres sumó una anécdota. “Me encantaba pintarme cuando era joven. Las compañeras me dijeron que había venido remolacha, que nos pasáramos en los cachetes porque estábamos ocre sin sol. El tema era que la visita nos viera presentables. Un día pedí ir al dentista. Se me dio por ponerme remolacha y con la ceniza de los cigarrillos hacerme la sombrita. No podía impresionar a nadie pero me sentía bien. Iba cabizbaja caminando pero la bicha se dio cuenta. Veo que la mina lo codea al que golpeaba los barrotes -para ver si los habíamos aflojado- y le dice que me mire. Me miraron la cara. Me dijeron que me enjuague. Me miraba la dentista. Le contaron a la jefa de piso y me mandaron a esperar a un calabozo. Cuando vinieron ya no había prueba que estuviera pintada. Esa vez no terminé en el chancho pero fue el precio de ser coqueta. Estar bien y demostrarlo es todo un desafío porque ellos celebraban que nosotras estuviéramos decaídas”.

 

 

Mariana Fumaneri consideró que “la tortura en sí es dura”. “Pero siempre pensé que el momento más dura era no saber si se abría tu puerta o la de al lado. Tenía 21 años y era muy joven. Hay distintas maneras de verlo, pero siempre supe que era una presa política. Sabía que en la medida que esas condiciones se modificaran iba a salir. Aunque siempre pensara que iba a salir ya, y darme cuenta que no iba a salir ya fue un proceso doloroso. Siempre estuvimos conteniéndonos entre nosotras, resistimos para salir lo mejor posible cuando saliéramos. Y vivir lo mejor posible ahí. Construimos lazos infinitamente especiales ahí. El año pasado nos juntamos por primera vez las que estuvimos en Devoto, éramos como 300, nos dimos cuenta que eso nos hermana de una manera incalculable. Hay un sentimiento único. En Devoto no tuvimos edad. En la cárcel nos quitaron la libertad y no hubo cambio en la vida porque no se producen modificaciones de ningún tipo. Tenemos que descontar esos años”, reflexionó.

En centros clandestinos, uno de los principales objetivos de los represores era la deshumanización a través de la tortura y la búsqueda de la delación. Pero también con otras estrategias como reclusión, prohibición de usar el nombre, prohibición de comunicación entre ellas, la separación de los hijos entre otras cosas. Existía una clara intención de convertir a las personas detenidas en sujetos inertes.

“La historia no empieza ni termina en uno. Para ser lo que hemos sido, compañeros peronistas comprometidos con nuestro momento, hubo antes otros que también la pelearon. Si tuvimos alguna virtud, o dejamos una huella, lo seguirán otros. Eso es lo bueno. Quiero dedicar este pequeño momento a las compañeras que no están María Eugenia Volpes y Julia Leones, y a mi compañero al quien recuerdo, extraño y quisiera volver a vivir mi vida con él, Rubén Ariel Arín”, concluyó Cristela Godoy.

Fumaneri también hizo su balance final. “Es un granito de arena para que uno, o dos, o tres se enteren. Es la misión que tenemos en este momento, insoslayable. Vivos somos el último eslabón. Contamos la historia que nos pasó, no nos la contaron. Contarlo entonces forma parte de la obligatoriedad de la militancia, para que no suceda más, para que se conozca y las nuevas generaciones defiendan esta parte. Las formas de luchar van cambiando pero no las ideas que nos llevaron a estar en estas condiciones. Creo que si volviera a nacer, lo volvería a hacer. Me formé con este sentido libertario y defendiendo la justicia”.

Oliva Cáceres reflexionó: “Nosotros mantenemos vivos a nuestros compañeros y compañeras que ya no están. Y alguien algún día me mantendrá viva, como nuestros nietos que nos recordarán como esos seres a los que les quitaron la libertad pero no los sueños, y no los grandes sueños. El día que me condenaron en el Consejo de Guerra les dije, sabiendo que no lo creerían y los enojaría, que estaba ahí atravesando una militancia porque sueño con un país diferente, donde lleguemos muchos a ser felices, no solo mis hijos sino también los hijos de ellos. Sé que los enfureció. No fue esa la causa dela condena por supuesto, los enfureció saber que eso me diferenciaba a mí de ellos. Jamás hubieran pensado que se los diría con honestidad. Con tantos años de democracia, no hay un solo caso donde nos hayamos salido de nuestra conducta, que nos hayamos traicionado a nosotros. Tengo memoria, pero también tienen memoria las que dicen que nos tienen que sacar en Falcon verdes, que la gente sepa diferenciarnos quién es quién en esta grieta histórica, que no vino con la democracia. Pero sí que con la democracia muchos tendimos puentes, no para quedarnos a vivir ahí, sino para alcanzar el otro lado. La memoria está para que sobrevida la verdad a pesar de todo”.

Aquellas jóvenes de la década del 70 siguen con la misma fuerza y compromiso de entonces. Importa el dolor, las huellas, la angustia y la historia. Pero también optaron por no silenciar lo sucedido.  En su momento, sus testimonios fueron determinantes a la hora de los juicios de lesa humanidad y lo seguirán contando hasta el último día, por la Memoria, para que Nunca más suceda lo que nos sucedió a la vuelta de la esquina, como se debe.

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