“Cande se muere esta noche”, la historia de un milagro en Paraná y un Papa olvidado

Candela Giarda, la nena del milagro

Candela Giarda, la nena del milagro de Paraná ya es una joven que hace una vida normal.

La madrugada viajaba sin remedio hacia la muerte. “No podemos hacer nada más por ella. Cande se muere esta noche”, escuchó la mamá de Candela Giarda en la sala de terapia intensiva de la Fundación Favaloro. Pero la mujer, estoica, no permitió que se le aflojaran sus piernas de roble. De ninguna manera su hija iba a morir a los 11 años. En carne viva, corrió bajo el luto profundo de la noche en busca de un milagro.

Para la Iglesia, Juan Pablo I, “el papa de los 33 días” que murió envuelto en teorías conspirativas, hizo posible ese milagro la noche del 22 de julio de 2011.

“¿Qué han hecho?”, preguntó sorprendido el italiano Albino Luciani cuando lo nombraron Papa en 1978. “¿Qué han hecho?” es el libro que acaba de publicar Nunzia Locatelli junto a Cintia Suárez sobre la desconocida vida del “Papa envenenado” y el milagro que se le atribuye en Argentina. Por este hecho será beatificado el 4 de septiembre en el Vaticano.

“Queremos contribuir a que Albino salga del olvido donde lo sepultó la historia y que ya no solo sea asociado a las conspiraciones vaticanas”, dice a Clarín, Nunzia Locatelli, periodista y escritora italiana.

- Juan Pablo I fue una estrella fugaz en la historia de la Iglesia Católica, por su muerte inesperada y las teorías que apuntan a la mafia italiana, la logia P2 y el Banco Vaticano. ¿Su investigación cuánto pudo avanzar en ese sentido?

- Hubo desprolijidades en la comunicación final de la muerte del Pontífice, lo que alimentó distintos rumores y sospechas. La versión oficial es que su muerte se produjo por infarto agudo de miocardio. Nosotros investigamos todas las versiones y nos propusimos darle al lector una herramienta adicional para que la palabra “asesinato” no quedara sellada en su nombre. A lo largo de los años, el Vaticano no ha contribuido a disipar estas sombras oscuras que mantiene a Luciani en la posición de mártir.

- ¿La decisión de Francisco de reconocer como un milagro la curación de Candela trata de revertir de alguna manera ese pasado oscuro? ¿Es un mensaje?

- Yo creo que sí. Es una forma de poner un punto final sobre esta historia, llena de intrigas y sospechas. Además, no es casual que un Papa argentino beatifique a un Papa olvidado por un milagro que sucedió en Argentina.

El libro de Locatelli y Suárez tira del hilo de la historia de Albino Luciani desde su niñez, marcada por la extrema pobreza, y revela que su padre, Giovanni Luciani, formó parte de la oleada de inmigrantes italianos que llegaron a la Argentina con la idea de traer luego a su familia. Trabajó de albañil en La Plata hasta que sonaron los primeros cañonazos de la Gran Guerra y debió volver a Italia. Durante 1918, “el año del hambre”, el pequeño Albino tuvo que salir a recolectar raíces por el bosque. Y limosna en los pueblos vecinos del Véneto. El niño mendigo recibió luego la ayuda de unos judíos boloñeses, quienes costearon su carrera en el seminario. Allí pasó 35 años, donde ayudó a partisanos a escapar de los nazis disfrazándolos de sacerdotes.

Según la minuciosa investigación de las autoras, Luciani fue nombrado monseñor en 1947, pero por su “modestia y humildad” nunca hizo uso de ese título. Prefería que lo llamen Padre Albino.

Durante la década del ‘60, marcada por el pacifismo, las luchas sindicales y el amor libre, Luciani fijó su posición sobre la píldora anticonceptiva: debía convertirse en “el método católico de control de natalidad”. La Iglesia lo rechazó. Nadie imaginaba entonces que podría llegar a convertirse en Papa. Ni siquiera figuraba entre los posibles candidatos aquel verano de 1978 cuando a las 18.23 la chimenea de la Capilla Sixtina empezó a echar humo. No salió de color blanco. “Las ráfagas eran negras y luego grises, y la multitud reunida en la plaza de San Pedro no entendía, estaba confundida. El color oscuro no era un buen augurio”, escribieron las autoras en la página 87.

“¿Qué han hecho? ¡Que Dios los perdone por lo que hicieron!”, sonrió el flamante Papa enrollado en la sorpresa. Y luego vinieron “33 días en un laberinto”, tal como adelanta el título del capítulo V. A lo largo de su corto ministerio debió resolver, entre otras cosas, problemas derivados del manejo del dinero.

“La gracia del relato está en que Locatelli y Suárez se contienen. Jamás sugieren que la biografía de este cura es una flecha que se dirige al drama de su Pontificado. Es una regularidad que está disponible para quien quiera detectarla”, avisa Carlos Pagni desde el prólogo del libro que será presentado el martes, en el Ateneo Grand Splendid.

Las autoras cuentan que una de las últimas noches en el Vaticano, Luciani pidió que le acercaran un té de manzanilla para mitigar un malestar. No se sentía bien. La versión oficial dice que su cuerpo fue encontrado sin vida en su cama, en pijama, en posición de lectura, con dos almohadas que le levantaban la espalda. En sus manos sostenía hojas mecanografiadas iluminadas por una pequeña lámpara. Parecía que estaba durmiendo. Pero no. A partir de ahí hay distintas versiones sobre cómo murió: la más extendida durante estos años es la del envenenamiento. No hubo autopsia.

- ¿Y entonces, Nunzia?

- Su muerte sigue siendo un enigma sin resolver para el imaginario colectivo. Pero su beatificación nos permite ahora escribir un nuevo y más brillante capítulo para coronar su vida.

En el libro, Nunzia Locatelli obtuvo las voces directas de los protagonistas del “milagro argentino”. Habló con Candela, con su mamá y hasta entrevistó a los médicos que la habían desahuciado en la Fundación Favaloro.

“Candela hizo una vida normal hasta los 10 años, que fue cuando se enfermó. Empezó con dolor de cabeza. Yo pensaba que era porque necesitaba anteojos. La llevé al consultorio del pediatra y del oftalmólogo, pero nadie sabía decir qué tenía, porque el único síntoma era el dolor de cabeza. A la semana, Cande comenzó a desmejorar, hasta tener vómitos y fiebre. Cuando la llevé a la guardia, me dijeron que estaba incubando un virus. Cada vez iba empeorando más, hasta que en la madrugada del 27 de marzo de 2011 la llevé al hospital pediátrico de Paraná y quedó internada en terapia. En pocas horas pasó a estar en coma, con respirador. Tenía convulsiones y probaban con distintos anticonvulsivos, pero nada funcionaba”, relata la mamá de Candela, Roxana Sosa, que hace más de 20 años trabaja como empleada en un casino de Paraná. Siempre vivió en Bajada Grande, un barrio obrero.

En el libro, Roxana cuenta que cuando ingresaron a la Fundación Favaloro no había un diagnóstico preciso (luego se supo que padecía síndrome epiléptico por infección febril). La nena empeoraba en vez de mejorar: estuvo 62 días con respirador artificial. Los especialistas le decían que, si acaso sobrevivía, iba a quedar en estado vegetativo, ciega. Hasta que un día la pediatra le dijo que ya no se podía hacer nada: “Cande se muere esta noche”. Y envuelta en el torbellino de esa oscuridad, Roxana corrió hasta la parroquia de La Rábida, a dos cuadras de la Favaloro, y volvió con el padre José Dabusti hasta la cama de su hija.


Candela Giarda junto a Nunzia Locatelli y​​​ Cintia Suárez.

“El rezó y me pidió que pusiese las manos arriba de Candela y se la encomendó al Papa Juan Pablo I”, recuerda Roxana. Y aunque ella no sabía nada de aquel Papa se aferró a él sabiendo que era su último recurso. Después se quedó sola al pie de la cama, esperando que pasaran las horas. Y la nena empezó a mejorar. Hoy tiene 22 años y estudia en la Facultad de Higiene y Salud Animal. “Yo ando re bien. Hago vida normal”, asegura.

La causa de canonización de Juan Pablo I fue un proceso largo, que se inició con una carta del padre José Dabusti al Vaticano. Testificaron los médicos y la sentencia fue positiva y unánime. La Ciencia no pudo explicar cómo Candela logró dejar la terapia intensiva y volver a Paraná.

“Más de 40 años después de su enigmática muerte, el nombre de Albino Luciani vuelve a resonar. Esta vez con un milagro made in Argentina”, se emociona Nunzia. Y Roxana no la deja mentir: “Los milagros existen, y yo lo vi con Cande”.

Fuente: Clarín

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