Jorge Bacigalupo y la causa cuadernos: “Yo sé que a Oscar Centeno le arruiné la vida”

Jorge Bacigalupo fue quien entregó al diario La Nación los cuadernos de su amigo Oscar Centeno, en los que se encontraba una detallada reseña de los viajes de los funcionarios kirchneristas; a dos años, no se arrepiente de nada.

Jorge Bacigalupo fue quien entregó al diario La Nación los cuadernos de su amigo Oscar Centeno, en los que se encontraba una detallada reseña de los viajes de los funcionarios kirchneristas; a dos años, no se arrepiente de nada.

Jorge Bacigalupo no es el mismo que hace dos años cuando, un 8 de enero al mediodía, entregó una caja al diario La Nación con ocho cuadernos. Aquel paquete se lo había entregado su amigo Oscar Centeno, un por entonces desconocido remisero que transportaba a los jefes del ex ministerio de Planificación Federal Julio De Vido. Desde entonces, la vida de ninguno de aquellos amigos fue igual. El chofer, después de estar detenido, permanece dentro de un sistema de protección estatal; el otro mantiene un cuidado perfil bajo y trata de no cambiar su vida anterior.

Sin embargo, pese a sus reservas, accedió a hablar dos años después de aquel mediodía en un departamento de Belgrano. Llegó puntual, solo, caminando despacio como cada vez que el periodista del diario La Nación, Diego Cabot, se cruzó con este personaje clave en la causa de los cuadernos de las coimas. “Quédese tranquilo, a esa hora estaré donde me diga”, contestó por mensaje cuando La Nación coordinó la entrevista en un lugar seguro, en el barrio de Núñez. “Yo estoy hecho una pinturita, paso cualquier casting”, dijo mediante mensaje de texto cuando se le informó que iría un fotógrafo.

Bacigalupo fue el primer eslabón de la investigación periodística que meses más tarde se convirtió en una denuncia judicial. Actualmente, la causa tiene más de 100 procesados con elevación a juicio firme, entre ellos la vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, y el ex ministro de Planificación Federal Julio De Vido.

A continuación, la entrevista publicada por Diego Cabot en el diario La Nación.

 

Eran las 4 de la tarde. “Nunca tuve miedo pese a que todo lo que sucedió”, dice. Apenas se toma un segundo para contestar cuando se le pregunta por Centeno. “Él me puede ver como a un enemigo; yo sé que le arruiné la vida”, dijo.

 

-¿Cómo transcurrieron estos dos años? ¿Cambió su vida?

-En lo personal, ningún problema. Lo manejo con mucha discreción, nadie sabe nada; ni en el edificio. Trato de no ser mediático.

 

-¿Y tiene algunos allegados a Centeno con los que ha hablado?

-No tenemos amigos o conocidos en común. Incluso, yo soy ex policía y nadie me llamó jamás para preguntarme nada. Siempre me cuidé mucho de no aparecer y así se lo explique a los periodistas que alguna vez se contactaron conmigo.

 

-¿Cómo recuerda aquel día?

-Recuerdo que yo lo había llamado bastante antes y que no iba. Ese día, subió a casa, le traje la caja y la abrimos. Empezó a mirar todos aquellos cuadernos y recuerdo muy claro aquella cara suya. “¿Qué es lo que este muchacho está viendo?”, pensaba.

 

-A dos años, ¿volvería a hacer lo mismo que en 2018?

-Totalmente. No cambiaría absolutamente nada de lo que hice. Es una cuestión de convicción.

 

-¿Me volvería a elegir a mí?

-Sí. Yo no te conocía más que a través del libro Hablen con Julio, que me regaló mi hijo en 2007 (una historia sobre Julio De Vido escrita junto a Francisco Olivera). Después de haberlo leído una y otra vez, la primera impresión que tuve fue que ustedes dos estaban locos. Pensaba que los iban a matar. Luego nos encontramos en el barrio y ahí empezó la relación.

 

-¿Cuánto hace que vive en el mismo lugar?

-Diez años, más o menos, después de vender una casa en Olivos.

 

-Recuerde cómo le llegaron aquellos cuadernos.

-Un día Centeno me contó que la policía porteña le había tocado el timbre para establecer que ese era el domicilio. Luego de eso, me trajo la caja porque tenía temor de que le allanaran la casa. Cuando me trae la caja me dice que ahí estaba todo lo que había hecho en los 10 años de ministerio, como un libro de guardia.

 

¿Qué lo motivó a entregarlo a la prensa?

-Al inicio pensé en ponerlo en manos de alguien de la policía, pero pensé que había mucha gente que podría hacer con ellos algún negocio.

 

-¿Era consciente de que con esa información se podía extorsionar?

-Totalmente, sabía que eso podía pasar.

 

¿Se le ocurrió a usted?

-No, nunca.

 

Después de haberme entregado la caja, ¿qué pensó?

-Usted debe acordarse. Yo le dije: “Haga lo que tenga que hacer”.

 

-Usted sabía que yo lo iba a publicar y eso implicaba que iba a quedar expuesto, ¿no dudó?

-Sí, sabía que iba a ser así, pero me parece que en esta hay que comprometerse.

 

-¿Me cuenta cómo conoció a Centeno?

-Trabajábamos en una misma remisería. Tuve muchos años un taxi, incluso cuando era policía. Me acuerdo de que cuando empezamos ambos teníamos un Peugeot 405. Luego él lo cambió por el Toyota. En esa remisería se trabajaba para varias cuentas y allí empezó a transportar a gente del ministerio. Ahí le encontró la vuelta y ganó bastante dinero. Pero no por lo que le daban Baratta y De Vido, sino porque puso varios autos en esa cuenta. Llegó a tener cinco o seis. Él estaba con el ministro y con su mano derecha y agarraba los mejores viajes para sus autos. Ahí hizo la diferencia y compró una casa por Panamericana.

 

-¿Qué cree que siente Centeno?

-No sabría decirte. Sé que era muy creyente. Creo que más de una vez debe decir: “¿Por qué no le hice caso a Jorge (Bacigalupo)?”. Yo siempre le aconsejé que se presentara a la Justicia. Quizá no estaría en la situación en que está ahora.

 

-¿Sabía que Centeno escribía todo lo que hacía a diario?

-Nunca me contó que tomaba nota de cada recorrido. Lo que sí me contó una vez, yo lo dije en el juzgado, es que una vez fue a la quinta de Olivos y, por curiosidad, abrió los bolsos que había en el asiento de atrás. Me contó que eran fajos de 500 euros y que le dieron ganas de agarrarlos. Cuando me lo dijo, le contesté que, si lo hacía, no llegaba a más de seis cuadras.

 

-¿Alguna vez tuvo algún evento en la calle o por teléfono?

-No, nunca. Me conocen poco porque jamás abrí la boca. Yo siempre digo lo mismo, que me van a volver a ver cuando vaya a ratificar mi declaración en el juicio, que espero que alguna vez llegue. Acá los testigos somos pocos, usted, su gente y yo.

 

-¿Qué le produce escuchar que los cuadernos no existieron o que los escribí yo o cualquiera de las cosas que se dicen?

-Usted edite si quiere, pero me cago de risa. Lo mismo que cuando dicen que soy de los servicios. Estos chicos tienen que bardear, sacar algo. A veces pongo mi nombre en Google y no puedo creer las cosas que se dicen, lo que han escrito sobre mí.

 

-¿Es consciente de que hay una parte de la Argentina que lo ve con admiración y otro tanto que lo odia y no le cree nada?

-Lo que hice lo hice para mí y por mí. Son mis convicciones. Por mi padre y mi abuelo, al que conocí muy poco, y por mis afectos. Lo que piensen los demás, francamente, no lo puedo controlar. Siempre cito a San Martín cuando dijo: “Cuando la patria está en peligro, todo está permitido; todo, menos no defenderla”.

 

-...

-A San Martín muy bien no le fue. Murió en el olvido y en el exilio.

 

-¿Le preocupa la soledad?

-No, para nada, soy viudo desde 1989 y no tengo miedo. Desde que me jubilé tengo mucha vida social.

 

-¿Alguna vez pensó en ganar dinero con estos cuadernos?

-No, para nada, nunca hubiese ganado dinero con esto. Pero le repito, yo no hice esto por plata. Creo que quedó demostrado; si lo hubiese querido hacer, se lo daba a otra gente que vaya a golpear la puerta de estos sinvergüenzas. Yo disfruto de algunos que me reconocen y me felicitan. Por ejemplo, de mi médico, de mis amigos.

 

-¿Tuvo miedo?

-Miedo no, pero temores sí: temí por el hecho que alguna de mi gente cercana pudiera tener algún problema, por ejemplo, alguna represalia en el trabajo

 

-Le vuelvo a repetir: ¿por qué me eligió?

-Mire, yo no voy al hipódromo ni juego a nada, pero hay veces que a uno le gusta un caballo. Y lo jugás y ganás. Eso es intuición. Bueno, en este caso es lo mismo, intuición, no hubo otra cosa, además de la cercanía, ya que éramos vecinos.

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