El equilibrio entre la realidad y la ficción

Edición: 
1104
Entrevista al autor y actor de teatro, Mauricio Dayub

El reconocido actor, dramaturgo y director paranaense radicado en Buenos Aires vuelve a la capital entrerriana con su más reciente obra: “El equilibrista”. Mauricio Dayub habló con ANÁLISIS sobre la historia que hay detrás de este unipersonal en el que ficciona los personajes fundacionales de su historia personal, habla a través de objetos y realiza proezas inimaginables. Son rasgos característicos de toda su obra, pero -según afirma- esta sería superadora. La vida de un artista que mide el éxito en su capacidad de conmover.

 

Sofía Arnaudín

 

El apellido Dayub resuena en las tablas entrerrianas. “Siempre les he pedido ayuda a mis hermanos antes de estrenar para ver si voy por el buen camino, porque tienen los condimentos necesarios para eso: me conocen mucho y casi todos tienen experiencia en el teatro”, relata Mauricio Dayub, quien en diálogo con este mediole corre el telón a su historia.

 

Luego de llevar adelante con mucho éxito y aceptación obras como “El Amateur”, “Toc – Toc” y “El Batacazo”, el reconocido actor y autor entrerriano busca, una vez más, desafiar su capacidad de conmover: el espectador es testigo del diálogo íntimo entre el autor y su obra haciéndolo cómplice. “Antes de empezar a trabajar, definí el teatro que me gustaba y decidí que llegaría a ese teatro cuando lograra hacérselo imaginar en la cabeza al espectador. Para eso decidí eludir las situaciones, para que cada espectador se imagine lo que quiera. Los objetos que manipulo son pantallazos o pequeñas imágenes que muestran una partecita para que el público se imagine el todo. Entonces la gente se va apropiando del espectáculo”, afirma el autor y actor de “El equilibrista”, texto que trabajó junto a Patricio Abadi y Mariano Saba.

 

Con dirección de César Brie y con más de 70 funciones a sala llena en el teatro Chacarere de Buenos Aires, Mauricio Dayub destaca que “el espectáculo funciona porque el que lo ve siente que quiere compartirlo con otro”. Construye así -a la vez que reconstruye- identidades ajenas y propias; efectos del ser con otros. “La emoción del público tiene que ver con que está reflexionando sobre su propia familia, no de la mía, sino de su propia historia, de su propia vida”, repasa a la vez que aclara que es una historia que no sólo da lugar a la reflexión, sino que es un ir y venir entre la risa, la sorpresa, la adrenalina. “Estoy viviendo algo bastante especial y particular y es que a la expectativa habitual de llevar adelante un unipersonal, se le suma la adrenalina de hacer estas pequeñas proezas frente al público”, confiesa, contento de volver a Paraná, un “destino obligado”, dice entusiasta de una ciudad que lo recibe con mucha expectativa luego de doce años.

 

—¿De dónde nace esa inquietud por explotar lo circense, lo acrobático, en cada una de tus obras?

—En el caso de “El equilibrista” surgió para cristalizar una frase que siempre decía mi abuelo, que decía que “el mundo sólo era para quienes se animaban a perder el equilibrio”. En un momento construyendo esta historia, me di cuenta de que esa frase era muy fuerte, que después de pasar por el derrotero de toda la familia, -la historia cuenta la vida de los personajes que son, los tíos, mis abuelos, yo mismo- la obra se materializaba bien si yo probaba animarme a perder el equilibrio, concretamente, de la manera que lo pide el teatro; con la acción. Lo que antes había esbozado a través de lo literario, llegado el momento había que animarse y hacerlo físicamente. Me pareció que era un destino obligado, no era fácil. Es la primera vez que en un teatro se hace slackline.

 

—¿Perdió el equilibrio en algún momento?

—No lo perdí al equilibrio, pero finalmente me animé a perderlo. Hasta ahora no me ha pasado; llevo más de 70 funciones, he estado al borde, pero he logrado zafar. Siento una adrenalina muy particular que va más allá de la actuación. Cuando uno hace un espectáculo unipersonal, como en este caso, que manejo más de 30 objetos, que compongo cinco, seis personajes, que manejo la utilería, la maquinaria del espectáculo en vivo, hago los cambios de vestuario sin salir de escena (me hice un vestidor con pequeños trucos de magia…), antes de salir a escena siento que soy una especie de clavadista mexicano que está ahí arriba a punto de dar el salto. Y cuando vino lo del slackline, le puso un plus extra. Hay una adrenalina que no tiene que actuar y que es intentar que la prueba salga. Estoy viviendo algo bastante especial y particular y es que a la expectativa habitual de llevar adelante un unipersonal, se le suma la adrenalina de hacer estas pequeñas proezas frente al público.

 

(Más información en la edición gráfica 1104 de la revista ANALISIS del jueves 12 de septiembre de 2019)

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