Por J.C.E. (*)
Dicen que las crisis suelen proveer de oportunidades en otros momentos impensadas.
Leo en el sitio digital de ANÁLISIS que en Paraná se trabaja para habilitar un nuevo refugio para personas en situación de calle.
La medida, plausible por cierto, es, como se supondrá una respuesta al problema de la presencia y el avance del coronavirus.
Hay, hubo y habrá medidas de emergencia que se toman cuando el drama se presenta como irreversible, después, de maneras diversas todo tiende a volver a la normalidad y en situaciones como la que nos ocupa –en este caso una treintena de personas que por unos días supieron de baños aseados, duchas de agua caliente, comida elaborada por especialistas y seguridad garantizada entre otros beneficios, deberán retomar el camino de la intemperie sin las mínimas condiciones que les sigan habilitando una vida digna.
Digo, ¿no? Si los trabajos de adecuación de los espacios se terminó y sirvió a los fines previstos, si las treinta camas siguen estando, si las cocinas están en condiciones de continuar funcionando, si los sanitarios sirven a los fines para los que se los adecuó, si la referencia habitacional hace a la inclusión, ¿será necesario desbaratar todo y retornar a la anomia de la que oportunamente y por razones de fuerza mayor fueron rescatados?
¿No sería más adecuado aprovechar determinadas capacidades en muchos casos –no en todos- primarias y crear espacios de trabajo para que los ahora refugiados pasen a ser ciudadanos que devuelven en obras de mayor o menor cuantía el aporte espontáneo del Estado? La teoría suele ser una manifestación de inteligencia pero a veces la versión más dura de la realidad da cuenta de la distancia entre el decir y el hacer.
Res non verba –hechos, no palabras- decían los antiguos latinos para acentuar los logros por encima de los discursos.
Los indigentes tienen una vida, viven una historia que es presente o ha quedado guardada en algún rincón de la memoria que puede o no ser más o menos confuso. Según los profesionales de la psicología, son reinsertables en la sociedad que los ha dejado al costado de la vida por su condición de carecientes y ausencia de acompañamientos necesarios. Sí, claro, también están aquellos a los que el desgaste y las desviaciones les acentúan las vulnerabilidades y no es demasiado lo que se puede hacer por ellos, pero para eso están las instituciones especializadas.
En definitiva, capitalicemos lo que las necesidades y la angustia lograron con el esfuerzo y el compromiso de muchos y no perdamos trenes que suelen pasar una sola vez por la misma estación.
(*) Especial para ANALISIS