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Memoria Frágil: Héctor “Pocho” Fontelles, ese tanguero de ley

En el programa de televisión “Memoria Frágil” que se emite todos los sábados a las 20:30 por Canal 9 Litoral, y también disponible en YouTube (http://www.youtube.com / @memoriafragiltv16), se recordó la vida de Héctor “Pocho” Fontelles, ese tanguero de ley que marcó el ritmo del 2x4 en Paraná y gran parte de la provincia.

A través de los testimonios de Matías de Bueno (familiar), las hijas Silvina y Patricia Fontelles, Rubén Clavenzani (actor), los bailarines Pablo Zoquini, Pablo Medici y Juan Carlos Colombo y del periodista Carlos Marín se valora la vida de don “Pocho” y su gran aporte a la cultura vinculada con el tango.

En el salón invisible del tiempo, donde la música no se apaga y la pista es la memoria misma, regresa una figura que supo dar vueltas enteras al corazón de Paraná con un simple movimiento de pies y pasión: Héctor “Pocho” Fontelles. Su vida, ahora retratada en un emotivo documental del ciclo televisivo “Memoria Frágil”, no es solo el recorte biográfico de un bailarín, sino el retrato fiel de un hombre que se reinventó al compás del 2x4 cuando la realidad le cerró otras puertas.

“Pocho” no nació en una milonga, pero la llevaba en la sangre. Vio la luz en junio de 1931, en un país que se debatía entre crisis y esperanzas. Desde su casa en calle 25 de Junio de Paraná, la electricidad fue su primer oficio. Era un obrero del resplandor, de esos que sabían cómo devolverle luz a una casa sin que nadie se lo pidiera. Pero la dictadura militar, con sus políticas de desindustrialización y apertura indiscriminada, apagó los tableros de muchos trabajadores. En tiempos de Martínez de Hoz, cuando las importaciones baratas dejaron a tantos en penumbras, “Pocho” fue uno más de los que se quedaron sin corriente… pero no sin alma.

Entonces, como en esos tangos que no se resignan al abandono, decidió abrazar con toda la fuerza de su cuerpo su verdadera pasión: el tango. No para ganarse el pan, sino para sostenerse en pie. Y ese fue su mayor acto de resistencia: bailar cuando todo empujaba al olvido.

Era un maestro singular. Se había formado “como pudo”, dicen los que lo conocieron, pero con una entrega que no se mide en títulos ni academias. Don “Pocho” enseñaba tango como se enseña a amar: con paciencia, con firmeza, con fuego y con ternura. Su presencia era magnética. Caminaba como un tanguero sacado de un celuloide en blanco y negro: con elegancia medida, mirada baja y los pies prestos a deslizarse por la vereda como si fuera una pista de salón. Cada una de sus presentaciones era una cita con la emoción. No necesitaba grandes escenarios para brillar. Bastaba una baldosa y su fe en la música.

Los que bailaron con él no lo recuerdan solo por los pasos, sino por su modo de estar. Tenía esa humildad de los grandes, de los que no buscan aplausos sino complicidad. Y “Pocho” la generaba enseguida. Su manera de hablar, su ironía justa, sus salidas ingeniosas, su humor sin estridencias. Por eso, cuando se lo llevó la vida —un 29 de mayo de 2003— el golpe fue seco, de esos que se sienten en el pecho y no se explican.

Pero no se fue del todo. Porque el tango tiene esa rara alquimia de eternizar a quienes lo vivieron de verdad. Cada vez que en Paraná suena un bandoneón, hay una sombra que vuelve a cruzar la pista con ese andar tan suyo. En cada giro de un bailarín, hay un eco de sus enseñanzas. Y en cada abrazo que dos cuerpos se dan en una milonga entrerriana, está la fe de don “Pocho”: que bailar es resistir y que resistir también es un modo de amar.

El documental que ahora le rinde tributo en “Memoria Frágil” no busca clausurar su historia, sino abrirla. Como una puerta de salón que se empuja suave, esperando que alguien cruce y diga: “¿Bailamos?”. Es una invitación a no olvidar, a recordar con los pies, con la música, con los cuerpos que aún giran porque alguien como “Pocho” les enseñó que el tango no se enseña, se vive.

Y sí, como decía él mismo alguna vez entre bromas: “No hay que tener miedo al primer paso; si uno lo da con el corazón, el otro pie lo sigue solito”. Así fue su vida. Un primer paso en el tango, y después todo lo demás.

Héctor “Pocho” Fontelles, ese tanguero de ley

Héctor “Pocho” Fontelles fue un singular maestro de tango en Paraná. Nacido en junio de 1931, fue un recordado electricista de la capital entrerriana, desde su casa en calle 25 de Junio, que tuvo que abandonar el oficio en tiempos de Martínez de Hoz, en pleno gobierno militar, cuando se abrió la importación y dejó en la calle a tanta gente. Fontelles, un amante del tango de toda la vida, tuvo que reinventarse y se dedicó de lleno al 2 por 4, que era su sueño.

Matías de Bueno (familiar)

“El Pocho Fontelles, para mí ´El Tato´, fue una persona muy cercana en su época. Fue muy cercano porque, la verdad, nosotros vivíamos en calle 25 de Junio 424, en una casa que era una planta baja, y arriba vivía ´El Tato´-como le decíamos nosotros-, y la Tata, mi abuela. Vos salías, entrabas por la puerta del por la puerta del garaje, subías la escalerita y ahí, bueno, aparecía su casa. En esa casa había un living grande y en ese living había una mesa rectangular donde él desplegaba su taller. Él no solamente bailaba tango, sino que además era electricista. A él le encantaba trabajar y siempre tenía desplegadas sus cosas continuamente”.

Silvina Fontelles (hija)

“Qué recuerdo de don Pocho, tantos recuerdos, ¿no? Primero que era un ser muy gracioso. Yo heredé el humor de él y, bueno… pero un tarambana, don Pocho. Un tarambana, un tipo muy inteligente, muy creativo. Pero, ¿viste? Un niño, un niño grande. Le gustaba… todo le gustaba, todas las jodas… le gustaba todo. Entonces, bueno, este, ser la hija del Pocho, había momentos que era bárbaro y había otros momentos que no era bárbaro. Pero, bueno, igual estoy muy orgullosa de mi padre y de todo lo que brindó a esta ciudad. Hoy me preguntabas o hablábamos acerca de cómo comenzó su vida con el tango. Bueno, todo eso fue gracias a Martínez de Hoz, que nos dejó en la calle a todos… y él… mi papá hacía electrónica y era electricista, como mi abuelo, y hacía electrónica. Entonces, se abrió la importación, como se va a abrir ahora la importación, y se fundió todo. O sea, mi papá ni siquiera las viejas de los barrios les llamaban para cambiar un timbre, porque arrancaban el timbre, no arreglaba más nadie nada. Se arrancaban las cosas y se compraba otro. Bueno, entró en una depresión porque no tenía laburo entre la fábrica esa que no teníamos manera de competir. Y, bueno, empezó, era un gran bailarín de todo, mi viejo… de las fiestas, y, bueno, y un apasionado por el tango. Entonces, bueno, antes de pegarse un tiro, gracias a que no podía ni mantener su familia ni nada, comenzó a dar clases de tango e hizo bastante mella en la ciudad y creo que fue un gran bailarín y un gran promotor del tango”.

Patricia Fontelles (hija)

“Qué recuerdo. Su sonrisa es lo que más me acompaña, siempre, y su sonrisa… dos días antes de que falleciera él, justo lo fuimos a saludar con mi hijo Nicolás, el más chico, que papá tenía como una especie de adoración con él. Él bailaba tango a los 6 años, lo llevaba a los festivales y, claro, tenía una parejita de 2 niños de 6 años bailando tango como ellos, así que él alucinaba. Y lo fuimos a saludar, que estaba con un pullover rojo, y su expresión de sonrisa era tan amplia que realmente contagiosa, vital, y siempre me acompaña, siempre me acompaña. Papá falleció en abril y yo me fui a los dos meses a México por una temporada, y papá me acompañó todo el viaje. Mi papá no era de los papás tradicionales, digamos, protector, proveedor, pero se ve que yo en ese momento lo puse donde yo quería porque sentía que nada me iba a pasar, él me cuidaba. Todos esos 6 primeros meses él estuvo al lado mío. Fue muy fuerte eso, realmente. Así que, bueno, su vitalidad expresada en su sonrisa para mí es lo más lo más rico de la expresión de él, ¿no?”.

Rubén Clavenzani (actor)

“Con Pocho nos conocimos a fines de los ´80, cuando estábamos escribiendo de Sicilia a la Argentina, entre historias y leyendas. La historia de un inmigrante que venía de Sicilia y llegaba a Paraná, después de pasar por Buenos Aires y demás. Y, bueno, eso conlleva también la raíz afro del tango, con lo que se va encontrando el inmigrante, lo que la inmigración le aportó al tango y a otras expresiones artísticas. Entonces, la estábamos haciendo con la directora del ballet Cittá di Leonforte. Nos juntamos con el equipo teatral Caranday de Maciá, que yo dirigía, un equipo que aportó mucho al teatro en la región. Y bueno, me dice, voy a llamar, hay que llamar bailarines de fuste, y ahí nos conocimos con Pocho y Elsa Ferrari, que era su pareja de baile y su pareja. Y, bueno, por supuesto, estuvimos con esa obra más de casi 4 años girando por un montón de lugares. Y Pocho era el tanguero de fuste, ese bailarín al que no se permitía las curvas. Situémonos en el contexto, por entonces él tenía unos 60 años. Pocho era de la década del 20, fines del 20, del 30 por ahí, y siempre a los hechos hay que contarlo dentro de un contexto. Entonces, Pocho era la elegancia, su andar… vivíamos cerca ahí en 25 de Junio, y los pasos de él sonaban a tango: tac, tac, tac… Hola, pibe, ¿qué tal? ¿Cómo te va? Sí. Porque era esa cosa porteñosa traída del tango, pero a la vez entrerriana. Tenía esa mixtura muy interesante, ¿no? No importaba a él. Él tenía una actitud propia frente al tango, ¿no? Y en el espectáculo era, bueno, era él”.

Silvina Fontelles

“Jodía tanto con el tango también que nos aburría. Y era un ser de tango, o sea, en esa escala. Vos tenías que comunicar con eso. Hablaba de tango todo el día, entonces, bueno, cuando uno tiene esas cosas, de pronto… tampoco soy ni fui una gran bailarina. De todas maneras, creo que la veta artística sí ligué parte de él, ligué parte de la familia de mi vieja también. Y ligué esa gran pasión por lo que una hace y el compromiso. Porque él tuvo un gran compromiso con lo que hizo y eso también me lo transmitió, las dos cosas. Ser un ser creativo y comprometido con la bandera que una lleva y que defiende en esta vida, como son las cuestiones culturales, eso sí compartíamos”.

Patricia Fontelles

“En el 89 nos fuimos a Salta con él y todo el grupo del ballet de él o del grupo de tango de él… y recuerdo que en el colectivo me dijo: todavía están discutiendo si Piazzolla es tango, nena, ¿cuándo lo van a entender? Siempre me decía nena, así que cada anécdota que te puedo contar voy a terminar con nena. Y yo decía, pero ¡qué bárbaro mi papá!, ¿no? Porque él era una persona tan grande como los demás, pero tenía una cabeza que la podía reciclar permanentemente. Se reacomodaba, ¿no? Un día subo y él estaba con un libro así, que eran las obras completas de (Jorge Luis) Borges. Papá no era lector, más bien era un bohemio, noctámbulo. Y yo decía, ¿qué hace mi papá con las obras completas de Borges? Y estaba estudiando para hacer un trabajo, creo que hizo una apuesta en el Teatro 3 de Febrero con Luisito Barbiero, se llamaba ´Tiempos de Tango´. Bueno, entonces él estaba haciendo como el sketch de él, y para eso el señor se había leído las obras de Borges. Bueno, ese era mi papá, como que, vos decís, no, esta persona no es un intelectual, no lee. Pero, sin embargo, sabía dónde ir para lograr lo que él pretendía, y que era el espectáculo que hizo, ¿no?”.

“Pocho” Fontelles amaba como pocos la música ciudadana. Se formó como pudo y apostó toda su vida a enseñar también el tango. Era de esos tipos convencidos de lo que hacía y generaba de inmediato entre la gente esa adhesión por el baile.

Rubén Clavenzani

“Una vez fuimos a… entre las tantas giras que hicimos… estábamos en San Telmo, habíamos actuado en la sala del sindicato de Gastronómicos, que está en Salta y Cochabamba, ahí es donde está TN, que se ven los accesos, ¿no? Y, bueno, y fue memorable esa fecha porque una de las fechas que fuimos fue un 4 de julio. Y le dije a Ramiro Gallo: Che, tócate algo mientras entramos en calor. Y, entonces, Ramiro se pone a tocar -un gran violinista, ¿no? que hoy está en Buenos Aires, titular del Arranque- toca ´Adiós Nonino´. Y viene el portero del espectáculo, y dice, ¿vos sabés qué murió Piazzolla, pibe? Me dice. Y nos quedamos todos allí, ¿no? Y Ramiro seguía tocando ´Adiós Nonino´, que era como para entrar en calor y en clima hasta que entrara la gente. Una de las tantas anécdotas que tenemos, bueno, y después a la noche, me acuerdo que fuimos invitados por la producción que nos llevó a una especie de night club, una cosa… así como se llamaban en la época, o de ´boîte´. Y la persona que nos llevó, un muchacho joven, dice, maestro Fontelles, quiero que me vea a bailar. Bueno, pibe, sí, dale. Y bailó con algunos problemitas, ¿no es cierto? Entonces, mientras bailaba, porque él era… no tenía filtro muchas veces, ¿no? Le digo, Pocho, acórdate que este muchacho, no sé si debía haberlo hecho, pero, bueno, es el que nos trajo, nos tiene que pagar ahora y paga la cena. No, pibe, quédate tranquilo. Terminó de bailar y él fue con mucha confianza, ¿y qué le parece, maestro? Era pibe. Sos muy copista, porque ese era un término de neologismo que él usaba. Eso lo hace Soto, lo viene haciendo Soto hace mucho tiempo. Así que con 4 o 5 años más de entrenamiento, de práctica -como decía él- te pueden salir algunas cosas mejor. Nosotros estábamos a decir, pero bueno, tenía ese humor enorme, este, que lo decía en serio, ¿no? Independientemente de que, más allá de esas expresiones que él tenía sinceras como dije anteriormente sacó cantidad de gente joven y grandes bailarines y bailarinas de tango”.

Matías de Bueno

“Mi abuelo, yo creo que fue un máximo exponente de una época, una época que fue, pero en la que él fue el número uno de lo que hacía. Él era un bailarín de tango con todas las letras, no sé si nosotros lo podíamos ver, pero él estaba convencido. Él sabía que era el mejor en lo que hacía y sabía que tenía esa… o sea… que era muy conocido por lo que hacía. Él se sentía reconocido por la ciudad de Paraná. Incluso su sueño era llevar el tango a los Estados Unidos. Él siempre decía: ´Nene, cuando yo sea más famoso y llegue a los Estados Unidos con el tango, ya vas a ver cómo nos va a ir´. Bueno, siempre lo tuvo a eso. La verdad que siempre fue su sueño, ¿no?”.

Silvina Fontelles

“Fue un maestro… un maestro. A él le interesaba muchísimo transmitir. Por eso hablaba tanto del tango. A nosotros no teníamos, ¿viste? Bueno, como te explico. Pero, este, él transmitía y contaba y contaba historias y también hizo obras de teatro. Entonces, en el medio de las obras de teatro pasa… siempre había alguna historia que siempre terminaba con un patio de tango. Y bueno, todo eso él lo que hacía… siempre era en función de eso y de que el tango creciera y que no se lo olvidara, que era la cultura argentina y que, para él, bueno… pasión, pasión (…) al ser una persona que siempre estaba con las cuestiones electrónicas, con las cuestiones de fotografía, y todo eso siempre había de todo en mi casa para escuchar música, había los combinados en esa época. Me acuerdo de los primeros magazines, tenían el auto magazine, que eran unas cosas así, unos aparatos grandotes que los metía como que fuera una cinta de un VHF, ese no sé cómo se llama. Lo de las cintas de video, pero se metían en el auto y siempre Julio Sosa, donde íbamos, íbamos con Julio Sosa, con Tita Merello, con el Polaco Goyeneche. Siempre nos acompaña en todos los viajes, porque él siempre tenía sus cassettes o lo que había, lo último que había, siempre lo tenía por manejar toda la cuestión electrónica.”.

Rubén Clavenzani

“Compartimos muchos años en el Juan L. Ortiz, cuando estaba en la terminal de ómnibus y después se trasladó a donde está actualmente, que ojalá se inaugure pronto. Ahí compartimos… yo daba teatro… él daba tango. Bueno, a veces los alumnos pasaban de un lado para otro. Convivimos en esa fracción de tiempo y él no era mezquino en narrar ni en decir… claro, él como era él, era él. ¿Y cómo baila? Y, bueno, sin embargo, mirá, en un espectáculo que hicimos en el teatro, él tuvo un problema articular, no podía flexionar una pierna, y lo llamó a Jorge Vilariño, un gran bailarín de tango, y me dice, este muchacho nos va a salvar porque faltaba una hora para el espectáculo. Y lo llamó, lo vistió, está, pum, pum, ¿no? Quiero decir, no es fácil, porque lo reemplazó y lo reemplazó muy bien. Después se sumó al grupo, porque era muy interesante narrar el tango, mostrando lo que era la guardia vieja, la guardia nueva y el crack que produjo Astor Piazzolla, una persona muy repudiada entre el tanguero tradicional y después amado en el mundo entero, ¿no? Le dio esa inyección al tango que el tanguero tradicional no aceptaba”.

Pablo Zoquini (bailarín)

“El Pocho enseñaba sin enseñar. Él se paraba y decía, dale cadencia. Caminá así. Y con el solo mirarlo, aparte que tenía un porte importante y era siempre bien derecho y ya te inducía a que vos bailes. Por eso él sacó tantos bailarines. Si vamos al recorrido del tango, los bailarines que han salido del país y que, a su vez, bueno, o que están en Buenos Aires o que o que siguen enseñando porque es maestro de maestro… fue maestro de maestro, él no necesitaba casi enseñar porque con su sola presencia ya transmitía el tango. Es como que era de él el tango. Entonces él lo transmitía, lo transmitía sin tener que enseñar. Y bueno, entonces siempre le digo… yo enseño en la en la Asociación de La Bajada y en la Asociación Paranaense de Tango y Cultura Popular, y en los dos lugares siempre a los chicos y a las chicas que van al taller les digo: dale cadencia, camínalo al tango. Y siempre les repito las palabras del Pocho porque me quedaron grabadas con respecto a eso, ¿no es cierto?”.

Carlos Marín (periodista)

“Bueno, yo a Pocho lo conocí, obviamente, por nuestro trabajo, por nuestra profesión u oficio, ¿no? que es el periodismo. Lo entrevisté un par de veces y después, obviamente, que seguía en contacto con lo que era un poco lo de su legado por gente que lo había conocido, sobre todo gente joven, que yo creo que esa es una de las claves para entender lo que fue un poco la tarea de Pocho en el ámbito cultural, ¿no? De mis entrevistas con él, lo que yo recuerdo es que lo vi la primera vez, él ya era un hombre mayor, digamos, yo era muy joven, estoy hablando de la década del 90, y, bueno, en ese entonces lo recuerdo como un hombre muy pausado, ¿sí? Muy… casi con un porte muy tanguero, ¿cierto? Pero, más allá de ser pausado, era, por otra parte, apasionado”.

Pablo Medici (bailarín)

“En mi familia, los domingos, de parte materna, se juntaban todos los domingos mis tíos y mis tías a bailar, y a mí me encantaba bailar con mis tías. Bailaba cumbia, qué sé yo. Y cuando entré ellos se ponían a bailar tango, es como que yo me quedaba afuera, ¿viste? Bueno, en ese momento yo estudiaba en el profesorado de Francés, acá en la Escuela Normal, y veo un aviso en el diario, que se enseñaba a bailar tango a una taberna romana, que quedaba en Urquiza e Italia, ahí, entrada por calle Urquiza. Una noche salgo del Instituto, voy ahí, en una casona vieja con esas galerías antiguas y un patio, entro y veo una pareja de tango bailando, y me quedé medio como atónito. Dije, ´ ¡Guau! ´, creo que esto es lo que quiero. Terminan de bailar. Se me acerca Pocho, esto fue en el año 89, más o menos. Se me acerca Pocho… yo no lo conocía, y le digo: mire, yo tengo ganas de aprender a bailar tango. Y Pocho, ya de entrada, me dijo una frase: ´si querés ser distinto, aprendé a bailar tango´. Bueno, yo en ese momento no reaccioné a eso. Entonces empecé un día por semana, dos días por semana, tres días después… todos los días iba a bailar tango. No paré, desde ese momento hasta hoy no he podido parar de bailar”.

Juan Carlos Colombo (bailarín)

“Nos juntamos. Le dije mi propuesta. Lo que yo había escrito, y bueno, lo aceptó y lo hicimos junto en el teatro. Hicimos toda una obra, una puesta en escena. Por supuesto, la dirigía y con lo que yo había escrito y con todo lo que lo que él llevaba adelante, ¿no? Él siempre tenía un recitado que hacía, que amaba ese recitado y lo repetía y lo repetía, pero bueno… Con eso se hizo una obra ´Tango en serio, tango en broma´, donde supuestamente era un bar donde él había hecho una competencia de tango abierta. Y ahí venían distintos personajes a bailar en el campeonato ese. Y entra un italiano, un personaje que hacía unos pasitos. Y bueno, y al dueño le gustaba, y le dieron ganador, y se armó toda una bataola, le rompieron el bar, le rompieron todo. Entonces, Pocho decía qué solo que quedé. Dice, mi mujer se fue, mi amante se fue, qué solo que quedé. Y yo me vestí de mujer y le decía: Pocho solo porque vos querés, entonces dice lo único que me faltaba”.

 

“Pocho” Fontelles era sinónimo de tango en la capital entrerriana. Era un bailarín que nunca pasaba desapercibido y hasta caminaba como un tanguero de las viejas películas. Su caracterización, en cada actuación, siempre fue memorable. La gente lo seguía en cada presentación; lo admiraba y respetaba.

 

Silvina Fontelles

“Él era milonguero. Bueno, también escuchaba mucho unos tangos de Julio Sosa. Creo que Julio, Él varón del tango´ era para él un referente absoluto. Creo que debe estar tomando mate con Julio Sosa (…) Lo recuerdo bien… pero, digo, fui su jefa. Me río porque tenía los talleres a mi cargo y entre ellos estaba el taller de mi viejo… pero, bien, bien. Él era un tipo muy responsable. Si a las 7 era el taller, a las 7 estaba… y ya donde está el aparato de la música y si estaba todo limpio y ordenado. Él era de su compromiso y en eso yo, este, creo que también heredamos las tres hijas… mucho compromiso con lo que hacemos, tanto Patricia, Andrea, como yo. Cuando sabemos lo que amamos, ahí estamos y ahí estamos férreamente creo que con ese legado”.

Matías De Bueno

“Yo siempre fui un espectador, o sea, la verdad que con el tango siempre fui de madera para bailarlo. Me hubiera encantado alguna vez poder hacerlo, pero lo escuché todos los días de mi niñez. Lo seguí, lo acompañé, íbamos a sus obras, los veíamos, los veíamos bailando, conocíamos a toda la gente que los rodeaba. La verdad que son recuerdos hermosos. Sí, mi hermano, mi hermano bailó el tango y mi abuelo siempre decía, es el bailarín más chiquito de la Argentina y él lo vendía, lo vendía como como eso, ¿no es cierto? Él estaba muy orgulloso de haberle enseñado a mi hermano a bailar el tango. Tengo una anécdota que la verdad que es tremenda porque yo me acuerdo… estaba el Pocho vivía en su mundo, claramente. Yo estaba acostado en su cama y un día veo que viene con una manzana en la mano. Yo salto en su cama y quiero saltar para abrazarlo. Y en el momento que lo quiero abrazar, él se corre, y yo recuerdo darme la cabeza contra su placar verde, que la verdad que ¡no me puedo olvidar nunca! Pero es parte de lo que él era. Él estaba en su mundo y bueno, vio que se me había tirado arriba”.

Rubén Clavenzani

“¡Uf! Lo puedo recordar con La Comparsita, con El Choclo, con los tangos más tradicionales, sobre todo. Sin embargo, lo hemos visto bailar Adiós Nonino también. Él… mirando… no aceptaba algunas cosas y se ponía en sintonía. Pero si yo te digo qué tango la Comparsita y el Choclo. Y tenía una forma, él imprimió un estilo, me acuerdo un paso corto que él generaba unos aplausos enormes, ¿no? Con su pareja, tanto con Elsa como con Patricia, su última pareja, digamos, él siempre estaba… atacaba el estereotipo. Como baila cada uno, baila cada uno. No lo copien, o sea, no sean copistas, hacía su neologismo. Tenés ganas de moverte para que, bueno, dale, anímate, pibe, dale, hácelo. Decía, ¿viste? Y, bueno, te podía ir bien o te podía ir mal. La transgresión, la ruptura de un molde por ahí te sale 1 de cada 10, pero vale la pena arriesgar, y eso lo estimulaba. Ahí está, ahí está, mirá, mirá. Lo decía, bueno, porque tenía esa esa esa contradicción entre lo estricto y lo flexible”.

Carlos Marín

“Del Pocho, ¿qué diré para enmarcarlo en lo que fue un poco su vida? Y que fue parte de una generación que, digamos, conoció el esplendor del movimiento tanguero y del tango, ¿no? Estoy hablando de gente que nació en la década del 30 para adelante, que conoció todo el esplendor del 40, de los 50 hasta de los 60. Obviamente, después el tango, como sabemos, entra en un cono de sombra hasta que a fines de los 90 vuelve a, digamos, restablecer ese esa dinámica que tenía con orquestas muy jóvenes. Me pasa acá el nombre de Ramiro Gallo, por ejemplo, con el arranque, por decir alguien que vivió acá en Paraná. Pero, además, con un montón de gente que son muy buenos bailarines… muy buenos bailarines… y ahí el Pocho en Paraná, hay que decirlo, mantuvo la llama encendida”.

Patricia Fontelles

“Sí, por suerte lo reconocen y bueno, eso como a cualquier persona le da cierto orgullo… orgullo diría, de que cuando uno dice su apellido, sobre todo, la gente más grande, porque estamos hablando que papá murió en el 2003, entonces no todo el mundo, o sea, hay una amplia cantidad de ciudadanos que no lo conocen, ¿no? Pero mucha, mucho de la gente que estaba… Además, papá, como que mantuvo la llama del tango cuando el tango no tenía ningún valor en cierto momento, en ningún lado, él mantuvo esa llama. Entonces, yo creo que eso es un reconocimiento importante. Muchos de los maestros de tango fueron alumnos de él… Él siendo una autodidacta, no es que él venga de la academia, no, no, viene de la calle. La calle le enseñó, como dice la universidad de la calle le enseñó lo que él sabía y supongo yo que también, como es un bien común, digamos, un conocimiento construido socialmente, también en ese sentido lo tiene él, ¿no?”.

Juan Carlos Colombo

“Pocho de maestro… él tenía sus dotes de bailarines que tenía, muy buena presencia. Yo lo conocí grande ya. Tenía una presencia espectacular, ¿sí? Y bailaba, tenía su forma, su estilo de bailar y bailaba, bailaba entre el público… era conocido en el ambiente del tango. Lo respetaban por ser maestro, por estar con la juventud, con la gente que enseñó tango. Tenía su estilo… tenía su estilo de enseñar”.

Pablo Medici

“Es como que yo fui su hijo artístico. Él tiene hijas mujeres, pero yo fui su hijo artístico. Imagínate que yo le decía ´papi´… y en aquella época no había muchos jóvenes que se dedicaran a esto. Creo que fui uno de los pioneros, sin pecar de soberbio. Recuerdo que mis compañeros, en aquel momento, estaba en su apogeo Danhes, y viernes y sábado hacían fiestas ahí, qué sé yo, y me decían, mañana vamos a Danhes, y yo le decía, no, no, yo voy a bailar tango. Y me decían, vos estás loco, iba a la taberna romana porque estaba me fascinó… no sé, me entró el bichito y me pegó ese berretín del tango tremendamente… que no podía despegarme. Aparte, Pocho, todo el tiempo marcándome el camino. Empecé con él a estudiar, a estudiar. Estábamos todo el tiempo, pasábamos todo el tiempo juntos. Cuando yo no lo buscaba, él me buscaba. Salíamos, yo salía de trabajar, por ejemplo, y él me esperaba en la puerta y nos íbamos a tomar un vino o algo, y lo único que decíamos era charlar de tango todo el tiempo, todo el día. Y, bueno, siempre me decía, no, eso no lo hagas, este movimiento no, esto sí, no te queda bien. Y fue como mi alfarero, digamos”.

Pablo Zoquini

“Él era alegre, siempre alegre. Muy alegre, muy carismático y aparte como que atraía a mucha gente. El taller de él era muy numeroso en el Juan L Ortiz. Uno recuerda… yo tengo que recordar, la Sala Azul, por ejemplo, estaba llena. Es más, quedábamos a veces afuera y esperábamos un poquito para entrar porque hacía tanto calor adentro y a veces la transpiración, entonces, muy lleno el taller”.

Rubén Clavenzani

“Lo recuerdo con mucho cariño, con mucho afecto. He ido muchas veces a casa, compartir con mi familia. Una vez, mirá, te cuento una anécdota en un teatro en Buenos Aires. Mi hijo más chico, Francisco, que se sabía todo el texto de memoria de tanto ir a los ensayos, va a la última fila. Yo estaba en la cabina y por ahí aparece él que tenía un texto, y escuchó, hablarme a mí de Carlos Gardel, hablarme a mí de Carlos Gardel, a mí tan luego que me crié en el Abasto, a mí tan luego que me crié en el Abasto, y lo empezó a mirar. Y yo no podía, no podía, lo tenía a Francisco y le digo, por favor, que lo hagan callar, porque era un monólogo donde él se lucía realmente y era escrito por él. Y le dijo todo el texto, y él aparecía como un eco. Si digo, ¿qué va a pasar acá cuando termine la obra? Pero ¡qué lindo! … Y lo abrazó”.

Pablo Medici

“Una (anécdota) que siempre nos reímos… por ejemplo, teníamos que actuar en algún lugar del interior de la provincia. Me recuerdo una de que fuimos a Lucas González, y actuábamos a las 8 de la noche, y aquella época el transporte era distinto en los 90, qué sé yo. Entonces, nos vamos en un colectivo y llegamos con él, salimos al mediodía y llegamos a las 4 de la tarde. Y Pocho se preparaba a las 8 de la mañana. Salía vestido de tanguero, llegábamos al lugar donde teníamos que actuar, salía a caminar por la plaza, ¿viste? Y hablaba con la gente y les decía… tienen que ir a ver el espectáculo, no saben lo que es, qué sé yo. Y recuerdo que Rubén, que nos dirigía en ese momento, se ponía de los pelos porque decía, ¿dónde está Pocho? Y Pocho andaba recorriendo el pueblo vestido de tanguero invitando a la gente. Era, ya te digo, era un hippie, era una cosa tremenda. Y después nos reíamos mucho, nos contaba muchas anécdotas, ¿viste? Porque era Pocho era un tipo, por ejemplo, que, este, le decían Pocho, vos tenés que entrar en el escenario por la derecha, y te decía, sí, sí, Negro, no te preocupes. Y, entonces, yo decía, dale Pocho, y entraba por la izquierda, Porque él era así, ¿viste? No, no era fácil dirigirlo. Pero, bueno, nos divertíamos mucho”.

 

Héctor “Pocho” Fontelles partió de este mundo un 29 de mayo de 2003. Tenía 72 años. Su fallecimiento fue un duro golpe para sus familiares, amigos y para la gente del tango. Muchos bailarines sintieron mucho su ausencia, sus enseñanzas, sus salidas creativas y divertidas. Y su calidad humana.

 

Juan Carlos Colombo

“Una anécdota linda que ahora me acuerdo cuando se cambió el milenio en el 2000, se hizo un mega espectáculo allá en el Puerto, donde trajeron un escenario, tenía 5 metros y teníamos que subir con el Pocho hasta allá. Y me acuerdo que decía, se quejaba para no decir otra cosa, ¿no? Dice, estos locos, ¿a dónde quieren que vayamos para allá arriba? Y bueno, en la foto cuando subimos, los 6 que estábamos, Pablito con Vero, Pocho y Patricia, y yo y mi actual compañera Sandra nos sacan la foto así en el escenario, es muy lindo, esa la tengo guardada como recuerdo. Y bueno, fotos, muchas cosas que hemos compartido con el Pocho… una vez hicimos un espectáculo también, no me acuerdo cómo se llamaba, a beneficio de San Roque con el Pocho también en el teatro. Y recordarlo así, ¿viste? como buen compañero y estar a gusto con él cuando uno cuando se juntaba”.

Rubén Clavenzani

“Su partida creo que se produjo en el 2003. Yo no estaba acá. Fue una sorpresa, porque él, si bien era una persona -para la época- de edad, nunca se lo vio doblado… su estirpe era levantaba la pierna, yo decía vos sos el típico urbano, más allá de que hemos ido a cantidad de lugares en la región… puedo citar Maciá, Crespo, Lucas González, Mojones Sud, Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santa Fe, desde grandes teatros hasta espacios que se adaptaban. Y él perfectamente se adaptaba… y se adaptaba -insisto-, con las 2 o 3 generaciones que a veces componían nuestros elencos. Con discusiones, con conflictos, como pasa en cualquier grupo, pero las puestas se hacían, las funciones se hacían y, bueno, eso es lo bueno cuando se aborda, ¿no? al objetivo propuesto. Y te permitía un conocimiento bien de raíz, porque vos decías, ¿por qué esta letra de tango? Y vos escuchabas a él y te dabas cuenta. ¿Te dabas cuenta? Su estilo de vida, su forma de andar, él levantaba la pierna para cruzar la calle y atravesar el cordón de la vereda, ¿no? Muy elegante, impecable, siempre con bigotes. Y su ropa de él siempre observaba: Pibe, tenés una peluca acá, tenés esto, no, eso no. ¿Por qué? Pensemos la ruptura que produjo el rock cuando uno le decía al viejo, acompáñame a ver a Charly, ¿qué? Un concierto. ¡Concierto! te decía, ¿eso es un concierto? ¡Se va de saco y corbata, no de una camiseta toda sucia! Era así, era así. Después, claro, Pocho tenía a sus hijas que también lo aggiornaban, las tres vinculadas al arte, y claro está, eso tenía mucho que ver en su nivel de comunicación con la gente joven. Insisto, por ahí apareció un hombre hermético y cerrado, y cuando empezabas a charlar con él, te ofrecía el corazón realmente”.

Pablo Medici

“Mi papá en el sentido de que, este, mi viejo, él iba a visitar a mis viejos, me iba a buscar a mí; todo el tiempo estábamos juntos. Mis viejos estaban súper agradecidos con él, porque mi viejo era tanguero, ¿viste? Y que el hijo baile tango y encima Pocho, que era un tipo súper reconocido en ese momento, era una relación muy fuerte la que tuve con Pocho. Cuando Pocho nos dejó físicamente, es como que yo me quedé artísticamente huérfano; porque hablaba todo el tiempo de tango con él todos los días, todos los días. No es que un día… ¡todos los días! y reitero, si yo no lo buscaba, él me buscaba a mí. Teníamos una relación tremenda, muy fuerte. Y, bueno y gracias a eso yo pude desarrollarme artísticamente también y después sucedieron otras cosas en mi vida, y ahí entendí aquella primera frase: ´Si querés ser distinto, bailá tango´. Y la verdad que me hizo distinto, no por ser un distinto, sino porque conocí otro mundo del tango que me abrió muchísimas puertas. Y, bueno… también con Pocho, compartimos muchos escenarios, muchos momentos, muchas anécdotas, nos reíamos mucho de nosotros mismos, porque nos pasaban cosas por ahí que uno no estaba acostumbrado en el escenario, ¿viste? Nos divertíamos mucho. Éramos -ya te digo- fue mi padre artístico y agradezco mucho haberlo conocido”.

Pablo Zoquini

“Dejó un legado. Por ejemplo, los sainetes los comenzó él en esa época… o sea, después hicimos varios otros sainetes, pero creo que nunca fueron como esos. En el caso de los sainetes… las milongas, bueno, más allá de que veníamos de toda una época en la cual no se hizo nada, ¿no es cierto? Y se volvió a reflotar todo eso. Las milongas también comenzaron ahí. Yo recuerdo la milonga que se hacía en el Hotel Alvear, en el primer o segundo piso, no recuerdo, pero había un salón en ese lugar donde hacíamos unas milongas. Y bueno, ahí comencé yo, por ejemplo, con la parte de musicalizar las milongas”.

Carlos Marín

“La última vez que charlamos con él fue junto a Alejandro Andrián, que era un bailarín de María Grande. La última parte de su tarea docente, porque el Pocho dio talleres en muchos lugares, fue en María Grande, ¿no? Estoy hablando de fines de la década del 90 y comienzos de este siglo. Y él trabajó en ese taller en María Grande, que comenzó en 1996, creó como un taller de adultos, para adultos. Pero, después fue cambiando, mutó… porque se despertó un interés en la gente más joven, en ese taller en María Grande, en adolescentes, y se sumaron 2 parejas de chicos, de niños… Entonces, uno de esos pequeños era Alejandro Andrián, que quedó fascinado por el tango. Y esa presencia de las 2 parejitas hizo que ese taller mutara y terminara siendo un taller de tango infantil… taller para niñas y niños, ¿no? Para la infancia”.

Patricia Fontelles

“Papá no era un proveedor, no era un padre que una lo termina apreciando de grande, porque de niño no es el que te garantiza las cosas, mi mamá era el pilar de la casa, él era un bohemio. Pero, lo que le reconozco históricamente es el gesto de bondad que tenía él, con el amigo en desgracia, con, digamos, con fundamentalmente, era solidario, y eso se notaba, se percibía en mi casa siempre, cómo él hablaba de los demás, cómo lo cuidaba, cómo comentaba cosas. En general, era poca la mesa de familia que teníamos, Pero bueno, cuando él estaba, ¿viste? … Era en tiempo muy machista, además. Bueno, mi niñez y mi papá no fue mi aliado, te voy a decir más bien, era el que me boicoteaba cada vez que me estaba por sacar a bailar ´el chico´ que a mí me gustaba. Me iba a buscar… Esa era su forma de cuidar. Me iba a buscar a las 12, a las 12… 12 y 5, 12 y cuarto, 12 y media. Entonces, digo, son de esos padres que vos los terminás comprendiendo, queriendo y perdonando si se quiere -como espero que cada uno de nuestros hijos nos perdone a nosotros-, cuando una va recorriendo la vida de adulto, de padre y va comprendiendo también cosas, ¿no?”.

Pablo Medici

“Me servía para… me sirvió para tener códigos con los amigos, con mi familia, el respeto hacia las mujeres… En un momento donde no existía hoy una mirada como la que hay, ¿no cierto? Con respecto a la a la mujer, él siempre me decía a las chicas hay que cuidarlas, hay que protegerlas, no maltratarlas, ni tirarlas, ni llevarla… todo con tranquilidad… todas esas cosas me fueron perforando mi vida. Llegó un momento que, si no bailaba, me moría. ¡Hoy!, si no bailo, me muero… porque le dedico toda mi vida a eso; desde que arranqué hasta hoy día no he parado de hacerlo, porque es lo que mejor me sale en la vida, digamos (…) Dejó un legado Pocho, fue el maestro de muchos maestros, porque Pocho se dedicaba solamente a eso. No había otra cosa que él hiciera que no fuera a pensar todo el tiempo en el tango y vivía para el tango. Fue un tipo extraordinario para mí”.

Silvina Fontelles

“Mirá, yo creo que no. Creo que, en general, somos todos bastante crueles con el pasado. No sé, no me parece… pero, bueno, será así. Creo que estamos viviendo una época donde no se recuerda, no solamente a mi papá, sino a otros grandes que construyeron… nosotros… Yo ya estoy un poquito más vieja, ¿viste? Entonces, teníamos otra consciencia, ¿viste? No sé… otra consciencia, no digo mejor, sino otro tipo de educación, como, qué sé yo, que estudié con Gloria Montoya, con Celia Schneider, y se ve apagado los legados. Antes nosotros recordábamos un poco más, y me parece que, en ese caso, mi viejo y tantos otros que van partiendo, como diría Fito Páez, cómo la marea un día se fue, cómo ciclista iba el mundo. Yo creo que este es un mundo donde no recordamos mucho”.

Pablo Medici

“La verdad que necesitaríamos recordarlo un poco más, porque son personas que hicieron mucho por la cultura. Y, sobre todo, en ese momento donde había… no existía el tango. Ya te digo, solamente estaba la Taberna Romana, acá cerca, que estaba sábado y domingo, donde iba gente grande a bailar. Yo era… a mí me miraban, ¿viste? así los veteranos, como diciendo, y este pibe donde salió. Pero, bueno, Pocho me llevaba de la mano, como quien dice (…) Pocho nunca fue egoísta, nunca se guardó nada, siempre brindó todo su conocimiento para esto prosperara, digámoslo hoy, por suerte, acá en la ciudad hay una movida de tango tremenda, hay pibes que se dedican a hacer milongas, hay bailarines muy serios, o sea, está buenísimo. Y todo eso se lo debemos a Pocho”.

Patricia Fontelles

“En aquel momento, bueno, subir a un escenario, que te festejen como lo festejaban a los chicos, era muy bonito. Y él adoraba a sus nietos. Entonces era una cosa que también que él los llevara por todos lados, un festival. Eran muy mimados en ese momento. No sé si mis hijos hoy bailarían tango, bailarían tango, no los veo, no por lo menos no los veo, tal vez en una oportunidad lo hagan, pero no una tendencia que tengan ellos. Pero sí acompañaron un tiempo, sobre todo, el más chico, y el otro también aprendió por lo menos a bailar tango, y él estaba feliz con sus nietos, eso sí. A su tercer nieto no lo pudo conocer, murió antes, Valentino nació en el 2004, pero bueno, y ni hablar a mis nietos que serían devotos directamente. Es una cosa muy bella ser abuelo”.

Pablo Medici

“A él le gustaba un tango que se llama Chiqué, que significa el elegante. Este, le gustaba mucho ese tango. Y otro, que era su tango, se llama ´Café Domínguez´ también. Escuchaba ese tango Pocho y era como que mágicamente se iba la pista, así, como volando, digamos. era un capo Pocho. Siempre… yo lo extraño mucho, porque ya te digo, pasamos mucho tiempo juntos, convivimos mil cosas buenas y malas. Un tipo tremendamente generoso, tremendamente generoso. Este, un día, te cuento, voy a la casa y me dice, mirá, Negro, me decía Negro, ¿viste? Mirá, Negro, te compré esto para vos, ¿qué? Un par de zapatos. ¿Para qué, Pocho? Y no, porque tenés que tener zapatos para bailar, ¿viste? Esos que tenés. Y bueno, ¿viste? ...  Pero, era así, ¿entendés? Íbamos a tomar algo, qué sé yo. Yo nunca pagué un mango, porque no me dejaba. Porque ya te digo, era como su hijo yo. Sin ofender a las chicas”.

Patricia Fontelles

“Lo seguiría acompañando como en algún momento, mirá… por momentos papá era muy chinchudo, entonces yo lo acompañaba, por ejemplo, ese espectáculo ´Tiempos de Tango´ yo le hice la parte de prensa y difusión. Cuando venía alguien, yo vivía abajo de la casa de mis padres, y cuando venía alguien, él lo traía a casa, me lo presentaba. Digamos, no tenía… no podía discernir si era el momento oportuno, digamos. Eso no, era tal la pasión que él tenía con lo que hacía y con lo que traía. Y yo lo acompañaría, lo seguiría acompañando todo lo que pueda. ¿Decirle algo a él de lo actual? No, seguramente me diría él a mí, porque no es mi ámbito. Él contaría, él era una persona que contaba mucho sobre lo que pasaba en las en los espacios de tango y con las personas. Y seguramente pasaría eso, ¿no? Cada tanto tiempo, porque no era tampoco diario. Yo iría a verlo, como fui la última vez que lo vi, y él me contaría lo que hizo en el último espectáculo, cómo lo aplaudieron, cómo la gente le encanta bailar el tango y capaz que algún viaje a Buenos Aires también lo podría acompañar, seguramente lo haría. Creo que eso, y bueno, como te digo, también creo que en este momento la acompañaría mucho a mis nietos, porque los disfrutó mucho a sus nietos y más grande supongo que haría Así que lo llevaría a Rosario a ver mis nietos. Compartiría más la vida de familia, digamos, que él no tuvo como esa tendencia. No, no… él no pudo apreciar lo que era la vida de familia. Él no la tuvo, entonces no la pudo apreciar. Creo que nosotros lo hubiéramos podido enseñar un poco más de eso. De compartir, digamos, con nuestros hijos. Eso es lo que me parece que pasaría”.

Memoria Frágil: Héctor “Pocho” Fontelles, ese tanguero de ley

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